La guerra del petróleo |
Escrito por Jorge Volpi |
Domingo, 09 de Octubre de 2011 07:53 |
![]() Hasta antes de la explosión de la burbuja inmobiliaria en 2008, las empresas españolas habían invertido sus excedentes -obtenidos gracias a los recursos inyectados por los bancos alemanes- en la compra de empresas latinoamericanas castigadas por incesantes crisis. De México a Argentina, los logotipos azules, rojos o verdes de BBVA, Santander o Telefónica-Movistar transformaron el paisaje urbano de nuestras ciudades. Tras casi tres décadas de prosperidad, España emprendía la reconquista de América de la mano de sus multinacionales. De pronto, con la crisis de 2008 -cuyas secuelas aún experimentamos-, este sueño se vino abajo. Ligada por fuerza a la suerte del euro, y sobre todo a las decisiones del renovado eje franco-alemán, la España del 2011 experimenta una parálisis que la ha llevado a asomarse al abismo del default. Así, mientras Grecia se precipitaba hacia el impago, y la solvencia de Portugal e Irlanda se veía amenazada, los inversores procedieron a castigar a España e Italia, cuyas primas de riesgo -la valuación de su deuda comparada con la alemana- llegaron a superar los 400 puntos. Sólo la errática y tardía intervención del Banco Central Europeo, que por fin se decidió a comprar deuda de estos países -con la oposición de Alemania-, permitió que los índices volviesen a niveles menos angustiantes. Justo en este escenario se anunció el pacto entre Sacyr-Vallehermoso y Pemex. La mexicana había entrado como accionista en Repsol desde que ésta era una empresa estatal en tiempos de Felipe González, y su presencia minoritaria jamás desató reacciones negativas. Ahora la situación es distinta: Pemex se ha aliado con Luis del Rivero, el presidente de Sacyr-Vallehermoso, uno de los empresarios más pujantes, astutos y temidos de España. Afable e incisivo, con un bigote de morsa que contrasta con la tirantez de su mirada, Luis del Rivero se distingue de otros empresarios por su desprecio hacia los lujos -se jacta de no tener avión privado ni yate-, aunque sea un colchonero entusiasta. Coincidí con él este verano en un curso de la Universidad Menéndez Pelayo de Santander, pocos días antes de la sorpresa que le tenía reservada a la comunidad financiera, y me impresionó la contundencia de sus ideas y su determinación a toda prueba. Virtudes que sus enemigos -no pocos- ven como pruebas de una ambición desmesurada. En todas sus declaraciones, Del Rivero ha insistido en que su intención no es destituir al actual presidente de Repsol, Antonio Brufau, sino sólo nombrar un consejero delegado (director general), aunque la paraestatal mexicana no ha negado esta posibilidad. En cualquier caso, el asunto es visto como una feroz guerra entre Brufau y Del Rivero-Pemex. El agónico gobierno español ha insistido en mantenerse neutral en la operación -siempre y cuando se preserve la españolidad de la empresa-, aunque el exabrupto del ministro de Industria, Miguel Sebastián, contra Felipe González, quien se atrevió a cuestionarla, demuestra cierta connivencia con Del Rivero. Llama la atención que el pacto sobrevenga unos meses antes de las elecciones del 20 de noviembre, cuando todo indica que el Partido Popular barrerá al PSOE pese a la buena imagen de Alfredo Pérez Rubalcaba (el cual también ha expresado su inquietud ante la alianza). Del lado español, la naturaleza de la operación se interpreta como un golpe de mano de Del Rivero, quien con 20% de las acciones, más el 9.8% que ahora posee Pemex, busca asentar su poder en la compañía (y elevar el valor de sus acciones). Desde el lado mexicano, la apuesta de Juan José Suárez Coppel, director general de Pemex -quien en agosto recibió la urgente visita de Brufau para intentar detener el pacto-, tiene otros orígenes, como ha revelado un documento interno hecho público por la prensa española: frente a la rígida regulación a que se encuentra sometida la empresa en México, la toma de control de Repsol podría facilitarle tecnología y recursos para emprender exploración en pozos profundos y tener mayor flexibilidad en otras operaciones a un precio más que razonable. Pero, tanto el 20% de las acciones de Del Rivero como el 5% recién adquirido por Pemex (antes detentaba apenas el 4.81%) han sido financiados con deuda, lo que ha despertado la inquietud de los analistas y de la oposición mexicana. Y las críticas contra el pacto han llovido tanto desde sectores socialistas como populares: si bien se dice que el capital no tiene nación, la posibilidad de que Pemex pudiera hacerse con el control de la empresa española ha desatado la animadversión de amplios sectores en la península (a los cuales nunca les importó que las empresas latinoamericanas se españolizaran). El último parte de guerra revela un tanto por parte de Brufau, quien obtuvo un apoyo contundente durante el último -y muy tenso- consejo de Repsol, mientras que Del Rivero y Pemex consiguieron que la Comisión Nacional de Energía no obstaculizase su alianza. Por ahora, nada parece decidido: el asunto probablemente llegará a los tribunales. Aunque no falta quien afirme que al final terminará siendo un tercer competidor quien se apodere de la petrolera española, no debe menospreciarse la enjundia de Del Rivero ni la animadversión que concita en su contra. En medio de esta batalla personal, falta saber si Pemex ha calibrado adecuadamente su apuesta. Twitter: @jvolpi Fuente: Reforma.com |
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