| ¿Feliz cumpleaños? |
| Escrito por Víctor Maldonado C. | X: @vjmc |
| Lunes, 03 de Agosto de 2009 20:15 |
La última fotografía de Hitler fue tomada en ocasión de la celebración de su último cumpleaños. Una salida furtiva a lo que alguna vez fueron los jardines de la Cancillería, y que para ese momento solo eran escombros y amenazas de destrucción total.
“Vanidad de vanidades y todo es vanidad” Eclesiastés La última fotografía de Hitler fue tomada en ocasión de la celebración de su último cumpleaños. Una salida furtiva a lo que alguna vez fueron los jardines de la Cancillería, y que para ese momento solo eran escombros y amenazas de destrucción total. Cincuenta y seis años de vida le pesaban hasta la desesperación. No quedaba nada de la época en la que la promesa de un Reich inmortal e imperecedero parecía haberse encarnado en su liderazgo. Berlín lucía espectral y la brisa solo traía consigo la soledad de la muerte interrumpida por la metralla y la desesperación de los agonizantes. Al fondo se podía palpar el miedo organizado en huida y saqueo desesperado, mientras los pocos fieles del régimen se debatían entre mantener la promesa de acompañar hasta el más allá al líder o inventarse una nueva vida a partir de ese momento. Mientras tanto, la agónica SS gastaba sus últimos cartuchos obligando al escaso pueblo que quedaba en la ciudad a mantenerse “rodilla en tierra” esperando el apocalipsis. Sin esperanzas, habiéndose convencido que una victoria era imposible y que por lo tanto no tenía sentido seguir la farsa de órdenes militares y planes de reconstrucción, decidió lo que a su manera significaba enfrentar la realidad como lo hacen los hombres, con un tiro en la sien y una cápsula de cianuro en la boca. Por lo visto, su antagonista más temible, Josef Stalin no era demasiado propenso a ese tipo de celebraciones. Al fin y al cabo los dioses suelen tener la tentación de la eternidad, o simplemente no tenía demasiado tiempo entre tanto trajín. Construir una poderosa base industrial, colectivizar la agricultura, imponer completa conformidad a la nación, y en el camino organizar la matanza de adversarios y opositores, no le dejaban demasiado tiempo para experimentar otros placeres. Uno de sus biógrafos más notables, el profesor Robert Service desentrañó la versión oficial que el propio Stalin se fabricó a su medida como el héroe, y dejó a la vista de todos una personalidad perturbada que “podía sacar a bailar a su hija en su último cumpleaños y arrastrarla del pelo segundos más tarde, enfurecido porque ésta no accedió; o estampar en un día su firma en la sentencia de muerte de 5.000 personas que jamás enfrentaron juicio y ver, horas después, una comedia”. Stalin estaba preparado para sacrificar hasta el último soviético con el fin de lograr la grandeza de su país, extraña paradoja en la que han caído todos los socialismos reales. La muerte siempre antecede al socialismo, al fin y al cabo “el mayor placer es elegir a un enemigo, preparar todos los detalles del golpe, saciar la sed de una cruel revancha y después irse a dormir". El 19 de mayo de 1962 quince mil personas cantaban un pletórico cumpleaños feliz a su presidente. El Madison Square Garden rebozaba de gozo frente a un John F. Kennedy que había prometido ir a la luna y conquistar el espacio sideral, mientras que en la tierra se enfrentaba a los entuertos del racismo, la amenaza cubana y los desafíos generales de la guerra fría. Una Marilyn Monroe perdidamente enamorada susurraba la vieja canción, aderezada para la ocasión de frases alusivas a Mr. President. La apoteosis fue un anticipo glorioso de la muerte que se agazapaba en el rifle de un francotirador que dieciocho meses y tres días después acabaría con la versión rediviva de Camelot. Y el nuestro, también acaba de cumplir cincuenta y cinco años de edad, diecisiete de antagonista fundamental de la telenovela venezolana y diez años como presidente comandante. La ciudad de Caracas apareció rayada con felicitaciones del pueblo, ahora empoderado por la impunidad para cometer daños a la propiedad, siempre y cuando estos aparezcan como apoyos al líder del proceso. “Feliz día Comandante” fueron las pintas que dañaron paredes y frentes de edificios y comercios, denotando el barbarismo revanchista que nutre las venas de esta revolución. ¿Feliz? Hagamos el inventario del desastre. Armas de nuestro ejército, anteriormente forjador de libertades, ahora endosadas a las guerrillas. Relaciones congeladas con Colombia, el ridículo diplomático en Honduras, la cárcel extendiendo invitaciones masivas a la disidencia, y la sensación generalizada de que esto no es sostenible. Mar de fondo que nadie sabe cómo se va a devolver a las costas del régimen. Pocas razones para la felicidad, tal vez porque como dice Kohélet, autor del Eclesiastes, “no hay razón, no hay razón y todo es absurdo”.
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