Estaba allí |
Escrito por Diego Bautista Urbaneja |
Jueves, 16 de Julio de 2009 07:15 |
![]() La disparidad señalada se refiere, no sólo al terreno al cual se refieren esos elementos -el económico, el político, el artístico- sino a su calidad. Se mezclan así aspectos muy positivos, creativos, solidarios, con facetas negativas, destructivas, conflictivas, resentidas. El liderazgo, los líderes de los países, lo que en definitiva hacen es sacar a flote tales o cuales de esos elementos que bullen en el caldo nacional. Hay los que suscitan la emergencia de los mejores componentes del carácter colectivo. Y están los que traen a escena los que uno quisiera que siempre se quedaran en el fondo del caldero. En realidad, nunca se puede sacar a flote una sola parte de ese compuesto. Entonces lo importante es cuál tipo de rasgos toma la primacía, poniendo a los demás a su servicio. En la producción de ese predominio de unos rasgos o de otros, está también la mano decisiva de los líderes. Así por ejemplo, Hitler seguramente sacó a relucir cosas como la tremenda eficiencia del pueblo alemán, gracias a la cual hizo de ese país la primera potencia mundial. Pero, en esta visión de las cosas que queremos adelantar, la puso al servicio de elementos negativos que estaban sedimentados en el fondo, y que subieron a la superficie con fuerza terrible: el antisemitismo, el revanchismo nacional, el afán de dominio. La calidad del líder, del liderazgo que en un momento dado impone su impronta en una colectividad dada, se puede así clasificar y calificar de acuerdo a las nociones que acabamos de proponer. En un juicio inmediato, creo que la gran falta de Chávez es haber sacado a la superficie mucho de lo peor de lo que la sociedad venezolana contiene en su mezcla característica. Pero el líder no crea esas cosas. Por eso no comparto eso que siempre se dice: “Nosotros no éramos así” No. Las cosas que hemos visto surgir, de enfrentamiento, de conflictividad, de animadversión entre los venezolanos, estaban allí. Facturas por cobrar, de índole social, racial, histórica. Sólo que llevaban una existencia soterrada, sepultada por otras cosas, o que encontraban su expresión en fenómenos que no entraban en la pantalla de visibilidad admitida, o que no se hacían lo bastante visibles, o que no interpretábamos como expresión de aquello de lo que en verdad lo eran. Desde el punto de vista de la responsabilidad individual, los dirigentes que producen esa inversión de valores, que imponen el predominio de los rasgos negativos sobre los positivos, siempre cargarán con ese baldón, por mucho que ello no hayan “creado” nada, sino que hayan hecho emerger algo que ya preexistía. Pero en una perspectiva histórica más amplia, es necesario que todo salga a flote. Si eso estaba allí, pues que aparezca. Un país no debe tener una idea demasiada ilusoria de sí mismo. Chávez es lo que es, y a su desmesura seguirá la expiación que todo lo compensa y lo equilibra, según nos indica la sabiduría griega. A toda hibris -la desmesura- sigue su correspondiente némesis- la expiación que compensa. Eso vendrá. Lo que aquí sostengo, colocado en una visión de más alcance, es que, si queremos sacar provecho histórico de estos años, hemos de tomar nota de lo que en ellos se reveló, aunque haya sido de la manera deformada que el comandante de Sabaneta le impuso a esa expresión. No dejar que eso vuelva a bajar al fondo del caldero, para fermentarse, reconcentrarse, hasta el próximo surgimiento explosivo y deformado por un Chávez siguiente. Al contrario: que se airee, que se disuelva. Que no se convierta en un pilón de facturas por cobrar, sino que se cancelen allí mismo, apenas surjan, por una sociedad, por un Estado, atento al reclamo, a la injusticia, a la opresión, y que lleve la contabilidad al día. Sólo así lograremos ser una sociedad exitosa. Una colectividad en la cual el predominio de los factores positivos de la nacionalidad, sacados a flote por un liderazgo que hay que suponer que existe o existirá, no esté en riesgo permanente de recaer, derrotado por un tipo de cosas que no sabíamos que estaba allí. Sólo así nos libraremos de tener que volver a proferir esa inconsciente confesión de ceguera y de derrota, que ojalá no digamos más nunca: “nosotros no éramos así”. |
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