La esperanza con nombre de mujer |
Escrito por Oswaldo Malpica |
Domingo, 12 de Octubre de 2025 10:14 |
de ese guáramo que nos infla el pecho al saber que el mundo volteó a ver definitivamente lo que está pasando en Venezuela. Que ya no somos invisibles, que se reconocen los roles, los buenos y los malos, y que se premia justamente a una mujer que encarna la lucha entera de un país que busca recuperar su libertad y hacer crecer una nación próspera, sin vicios, atropellos ni miedos. Hoy todos fuimos padres, hermanos, compadres y familia orgullosa de una mujer que representa en carne viva lo que somos y lo que queremos. Enhorabuena, María Corina Machado, Premio Nobel de la Paz 2025. En el panteón de los gigantes morales, en ese espacio etéreo donde los nombres de Martin Luther King Jr., Nelson Mandela y la Madre Teresa de Calcuta resuenan con el eco de la historia, hoy se inscribe con la fuerza de un relámpago del Catatumbo el nombre de una mujer venezolana: María Corina Machado. El Comité Nobel Noruego no ha premiado simplemente a una política; ha honrado la resiliencia indomable de un pueblo a través de la figura de quien se ha convertido en su más elocuente y valiente abanderada. Una mujer tan venezolana (y buena) como la arepa. Este reconocimiento no es un acto fortuito, o una vaina del azar. Es el reconocimiento de una vida entregada a una causa que parecía perdida, una lucha titánica contra un levitan de opresión que ha secuestrado a una nación. Es el resultado de décadas de sacrificios, de un desprendimiento personal que estremece el alma. Porque para entender la magnitud de este Nobel, hay que mirar más allá de los discursos; hay que ver la entereza de su figura, alta y firme como la cima del Pico Bolívar, resistiendo las ventiscas de la infamia y el odio. Hay que sentir en carne propia las cicatrices invisibles, las amenazas proferidas en la oscuridad, el dolor de la persecución y el exilio impuesto a sus seres más queridos. María Corina Machado ha caminado sobre las brasas del chavismo y el madurismo sin que sus convicciones se hicieran cenizas. Ha enfrentado la brutalidad física, las emboscadas de turbas violentas, la inhabilitación política y la constante campaña de difamación que ha buscado no solo silenciarla, sino aniquilar su espíritu. La hemos visto, con el rostro fracturado pero con una mirada más imponente que el Salto Ángel, denunciar ante el mundo las atrocidades de un régimen que nos sumió en la miseria y pretende robar el futuro de generaciones. La hemos escuchado, con la voz quebrada pero echando pa'lante, hablar de justicia, de prosperidad y de esa paz que tanto anhelamos y debemos construir y defender juntos, sin miedo y hasta el final. En su carta de agradecimiento, con esa humildad que solo la hace más grande, María Corina no habla de una victoria personal. Habla de “un honor que no me pertenece, sino que recae sobre cada venezolano que resiste, que sueña, que lucha”. Habla del “sacrificio de nuestros chamos, de la angustia de nuestras madres, de la dignidad de nuestros presos políticos”. Son palabras que no nacen de la pluma de un estratega, sino del corazón de una madre que ve en cada rincón de su país a una familia por la cual luchar. ¡Así se hace, nojoda! Casualmente, ayer me visitó el nuevo párroco de la zona y sostuve una conversación larga y amena del papel del clero y algunos líderes en subir la moral, alimentar el espíritu y mantener los valores que en estos tiempos están bajo tanto ataque y debilitan la cohesión de un pueblo que anhela libertad y justicia bajo la ley de Dios. Es curioso cómo siempre salen las respuestas si estamos atentos a mirar con detenimiento lo que asumimos como cotidiano. La noticia de hoy se siente como una de esas respuestas. Este premio es un faro en medio de esa penumbra de la que hablábamos. Es el reconocimiento mundial de que la lucha de María Corina no es por el poder, sino por principios innegociables: la libertad, la democracia y los derechos humanos. Es la confirmación de que su camino, el de la coherencia, la valentía cívica y la fe inquebrantable en su gente, es el único posible para volver a ser hermanos. El Nobel de la Paz otorgado a María Corina Machado trasciende nuestras fronteras. Es un mensaje para todos los tiranos del mundo y para todos los pueblos que sufren bajo su yugo. Es un recordatorio de que, aunque la noche parezca interminable, la persistencia de una sola llama puede, eventualmente, incendiar la pradera y traer de vuelta la luz. Esta es una luz más, la prueba de que quién actúa con la fuerza de Dios también ilumina el espíritu de los hombres y guía por sendas que antes parecían oscuras a destinos resplandecientes. Hoy, esa llama, que arde en el corazón de esta mujer de hierro y terciopelo, ilumina no solo a una nación, sino a todo un continente. El mundo por fin ha reconocido su luz y a través de ella nos ha visto a todos. |
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