Fuego no es juguete
Escrito por Ramón Guillermo Aveledo | @aveledounidad   
Miércoles, 01 de Octubre de 2025 00:00

altDe Nepal sabíamos por el Everest, ahora es noticia porque una furiosa multitud de jóvenes incendió la sede del poder provocando la renuncia del primer ministro. 

Protestan contra el gobierno que tachan de “corrupto” y que tomó medidas restrictivas de las redes sociales. Van diecinueve muertos.

En Estados Unidos, el joven y popular activista conservador Charlie Kirk, fue asesinado en Utah. Preso y juzgado por el atentado está otro joven, de familia conservadora y mormona horrorizada y avergonzada por el hecho. Tras guardar un minuto de silencio, en el Congreso republicanos y demócratas intercambiaron acusaciones sobre la responsabilidad en la radicalización del lenguaje y la incitación a la violencia política. Semanas antes, en Minnesota, una legisladora y un senador demócratas y sus esposos fueron asesinados en sus casas, el detenido y procesado es un hombre de 57 años que se siente ofendido por sus posturas políticas.

En las muy concurridas honras fúnebres a Kirk, un amigo de la víctima dijo que se diferenciaba del asesinado en que “yo sí los odio” y ganó una ovación. Arrebatos emocionales del momento, pensaría uno si no se tratara del mismísimo Presidente de los Estados Unidos y lo peor es que no sorprende. 

En Francia, otra vez, hay violentas manifestaciones. En las masas callejeras hay partidarios izquierdistas de Mélenchon y derechistas de la señora Le Pen. Este tiempo nuestro es el del mundo que atestigua el alevoso ataque de Hamas a Israel y después la sañuda venganza de Netanyahu sobre la población de Gaza, con niños heridos en hospitales atacados y gente hambrienta atropellándose por comida, se escuchan discursos que justifican una u otra cosa. El planeta de la invasión rusa a Ucrania en una guerra absurda que se prolonga.

La violencia en el debate público, su promoción en las redes, las expresiones de intolerancia. Las protestas antiinmigrantes en varios países, con acentos frecuentemente racistas. Manifestaciones de antisemitismo que nos reviven oscuras memorias y manifestaciones islamófobas.

El discurso de odio se basa en estereotipos maliciosos, en ataques a un grupo social por su raza, etnia, género, orientación sexual, credo religioso o idea política. La agitación de símbolos polarizantes u odiosos, como la esvástica, la bandera confederada o la de la extinta URSS. El lenguaje peyorativo o discriminatorio que asocia al grupo atacado con animales, especies subhumanas o inferiores. El debate (anti)político tiende a emular el discurso del odio. Quien opina distinto a mí merece por lo menos la muerte civil, si no la otra. Es un lenguaje que, en vez de ser desterrado, como debería, se va tolerando y aceptando con visos de normalidad. 

¿Cosas distintas y distantes de nosotros? Ese clima mundial tiene expresiones en nuestro medio. Ya no podemos sentirnos a salvo de un virus social que aquí se propaga desde arriba y también desde afuera del poder, haciéndonos creer que la única y verdadera “batalla” es entre extremos que se niegan mutuamente, caricaturizando a toda voz racional como tibia o vendida. Jugamos con fuego. Insensatamente, jugamos con fuego.

 


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