Dignidad y esperanza en tiempos de crisis
Escrito por Douglas C. Ramírez Vera | @AccHumGremial   
Domingo, 07 de Septiembre de 2025 03:07

altEl pensamiento social de Juan Pablo II se puede sintetizar en la defensa de la dignidad humana como el valor fundamental e inalienable de cada persona.

Desde esta perspectiva, la justicia social y el bien común no son meros conceptos, sino una tarea moral que exige la solidaridad y la participación activa de todos los miembros de la sociedad

La crisis en Venezuela, marcada por dificultades económicas y fragmentación social, nos invita a una profunda reflexión sobre los principios que pueden guiar a una nación hacia un futuro más justo y digno. Aunque los desafíos parezcan insuperables, las encíclicas sociales de San Juan Pablo II —en particular Laborem Exercens (1981), Sollicitudo Rei Socialis (1987) y Centesimus Annus (1991)— ofrecen un marco profundo para comprender y abordar estos problemas. Estos escritos no son teorías abstractas; son un llamado a la acción arraigado en los conceptos fundamentales de la dignidad humana, el bien común y la justicia social.


La dignidad del trabajo y un salario que seeEvapora

En Venezuela, donde el salario mínimo no alcanza para un cartón de huevos, las palabras de Laborem Exercens resuena con gran profundidad. San Juan Pablo II enseña que El trabajo es una expresión fundamental de la dignidad humana. Es una forma de que las personas participen en la creación y desarrollen su potencial humano. El valor del trabajo proviene de la persona que lo realiza, no solo de la tarea en sí. Un trabajo digno debe proporcionar un salario justo, que permita a una persona y a su familia vivir en condiciones decentes y cubrir sus necesidades básicas como la alimentación y la salud.

La encíclica hace un señalamiento poderoso y conmovedor: "El trabajo es para el hombre, no el hombre para el trabajo". Esta afirmación es particularmente dolorosa para los venezolanos, donde la dignidad se ve comprometida por un sistema que deja a un profesor ganando diez dólares al mes o fuerza a un médico a emigrar porque no puede comprar zapatos para sus hijos. El salario mínimo en Venezuela está estancado desde hace más de tres años, siendo el más bajo de América Latina por un amplio margen. Mientras el gobierno ofrece "bonos" que pierden rápidamente su valor debido a la inflación, estos no son salarios y violan los derechos laborales. Como el Papa denunció correctamente: "El salario injusto es una violación de los derechos humanos".

A pesar de estas graves injusticias, también hay luz. El trabajo de organizaciones como "Fe y Alegría" en barrios marginados, que enseñan oficios a jóvenes, demuestra que el trabajo puede ser una herramienta para reconstruir vidas, no solo una fuente de explotación. Esta es la esencia de una economía digna, aquella que empodera a las personas para que sean protagonistas de su propio desarrollo.


Solidaridad y la lucha por la supervivencia

El concepto de solidaridad, tan central en Sollicitudo Rei Socialis, es una cuestión de supervivencia en Venezuela. El Papa definió la solidaridad como la "determinación firme y perseverante de trabajar por el bien de todos y cada uno, porque todos somos responsables de todos". En un país asolado por la escasez, esto no es solo un ideal moral; es una necesidad práctica. Las historias de las "ollas comunitarias" que alimentan a cientos de niños en Petare o de los vecinos que comparten medicinas en Maracaibo no son solo actos de caridad; son actos de resistencia y solidaridad.

Esta idea está estrechamente ligada al principio de subsidiariedad, que sostiene que las decisiones deben tomarse al nivel más cercano posible a las personas a las que afectan. Este principio asegura la participación activa y responsable de las personas en la vida social y política, protegiéndolas de los abusos de las instancias superiores. Este es el arte de gobernar de abajo hacia arriba. En Venezuela, donde el Estado a menudo está ausente o es ineficaz, las comunidades asumen este papel, convirtiéndose en protagonistas de sus propias vidas.

Sin embargo, el camino está lleno de desafíos. El Papa advirtió que el verdadero desarrollo no puede reducirse al mero crecimiento económico. Mientras Venezuela exporta petróleo y otros minerales, encuestas muestran que 9 de cada 10 venezolanos viven en la pobreza. Esta dura realidad plantea una pregunta crítica: ¿de qué sirve el "oro negro" si la gente no tiene pan en la mesa?


Economía para el pueblo

En Centesimus Annus, escrito tras la caída de los regímenes totalitarios, reafirma que la dignidad humana es el pilar de toda la doctrina social de la Iglesia. Aboga por una economía social de mercado que equilibre la eficiencia con la justicia. Para San Juan Pablo II, la economía debe estar al servicio del hombre, no del poder.

En Venezuela, este mensaje es una crítica directa a un sistema en el que los inmensos recursos de la nación se han convertido en patrimonio de una élite, en lugar de un bienestar para todos los ciudadanos. La advertencia del Papa de que "la riqueza mal administrada genera injusticia" es un comentario contundente sobre la situación actual.

Sin embargo, la esperanza persiste. La encíclica defiende el principio de la asociatividad, que permite a las personas organizarse libremente para defender sus derechos y buscar el bien común. Este principio se está practicando activamente por los agricultores andinos que forman asociaciones para vender su café directamente, evitando intermediarios, y por los pescadores artesanales en Margarita que protegen el mar mientras alimentan a sus comunidades. Estos son ejemplos reales de una economía con rostro humano, tal como la imaginó el Papa.


Construyendo un camino

Las tres encíclicas ofrecen una visión coherente y profundamente humana para una sociedad basada en la dignidad, la justicia y el bien común. Sus enseñanzas son una brújula moral para Venezuela, llamando a su pueblo a:

  • Defender la dignidad del trabajo exigiendo salarios justos y condiciones humanas.
  • Practicar la solidaridad, convirtiendo las colas en espacios de encuentro, no de desesperanza.
  • Construir una economía diversificada, donde el petróleo y otros recursos no sean dioses, sino un medio al servicio del pueblo.
  • Fortalecer las instituciones democráticas, asegurando que la libertad se base en principios éticos y en el respeto a la dignidad humana.

La crisis en Venezuela no es solo un problema económico o político; es un problema moral. La respuesta no está solo en teorías abstractas o en la ayuda externa, sino en la fortaleza interna del pueblo venezolano para reclamar su dignidad y comprometerse con el bien común.

"Después de la tempestad, viene la siembra".

Las semillas de la dignidad ya se han sembrado en los innumerables actos de heroísmo y solidaridad que se ven en todo el país. La pregunta sigue siendo: ¿qué se cosechará —indiferencia o justicia? ¿Corrupción o bien común?

La respuesta está en manos de todos los venezolanos

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