La democracia venezolana frente a la pantalla
Escrito por Freddy Marcano | X: @freddyamarcano   
Martes, 26 de Agosto de 2025 05:31

altEn Venezuela, la política no solo se ejerce en las urnas o en los espacios legislativos: se construye a través de la comunicación, que se ejerce del político al ciudadano.

Esta comunicación se logra a través de la saturación de mensajes, la polarización moral y la manipulación emocional que no son fenómenos aislados, sino estrategias estructurales que configuran la percepción ciudadana. Jacques Ellul, filósofo y sociólogo Francés, en su libro Propaganda: The Formation of Men’s Attitudes, ofrece un marco analítico que permite comprender cómo estos mecanismos afectan la capacidad crítica de la sociedad y erosionan la deliberación democrática.

El diagnóstico es evidente: existe una doble propagación de mensajes. Por un lado, la propaganda oficial combina discursos heroicos, polarización y victimización para legitimar la continuidad de un modelo que ha generado crisis estructurales. Por otro lado, sectores opositores recurren a narrativas radicales y hasta falsas promesas que, bajo la misma lógica de saturación y emoción, fomentan desconfianza y fragmentación social. El ciudadano queda atrapado en un flujo constante de información, emocionalmente cargada, que limita la reflexión y crea realidades paralelas.

Hoy, esta dinámica se amplifica por las redes sociales, que se han convertido en el único medio alternativo de comunicación al alcance de gran parte de la ciudadanía. Plataformas como X, Instagram y WhatsApp permiten la difusión masiva de información y denuncias ciudadanas, pero también son herramientas de manipulación y polarización. El mal uso de estos espacios —mediante noticias falsas, bots, cadenas virales y microsegmentación de mensajes— refuerza la propaganda emocional y dificulta aún más la distinción entre hechos verificables y narrativas interesadas.

El análisis desde la perspectiva de Ellul permite identificar cómo estas dinámicas no operan al azar. La propaganda directa y la sociológica actúan de manera complementaria: la primera moviliza a corto plazo, la segunda moldea actitudes a largo plazo. En Venezuela, esto se traduce en la aceptación pasiva de carencias, la normalización de la crisis y la polarización extrema. La información veraz y la reflexión racional quedan subordinadas a la repetición de consignas y al impacto emocional de los mensajes, que ha sido amplificado por el alcance exponencial de las redes sociales.

Las consecuencias son claras: la política se convierte en un espacio dominado por emociones, símbolos y saturación informativa, más que por ideas o debates sustantivos. La ciudadanía disminuye o pierde la capacidad de deliberación, mientras que la polarización estructural se consolida, limitando cualquier posibilidad de consenso o acción colectiva efectiva.

Frente a este escenario, el cambio requiere un enfoque estratégico y sostenido. La educación crítica y la alfabetización mediática deben ser herramientas centrales. Es imprescindible fomentar medios independientes y responsables, capaces de explicar los hechos sin manipularlos, y crear espacios de deliberación que permitan al ciudadano participar más allá de consignas y emociones. Asimismo, el uso responsable de las redes sociales —como canales de información verificable y participación ciudadana— puede convertirse en un mecanismo de resistencia frente a la propaganda.

Venezuela enfrenta hoy un desafío que trasciende la gestión gubernamental; me refiero a la recuperación de la capacidad del ciudadano de pensar críticamente frente a la propaganda y las narrativas virales. La democracia, como advertía Ellul, no se defiende únicamente con votos, sino con ciudadanos conscientes y capaces de discernir entre la narrativa manipulada y la información que empodera.

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