Lambrucia y Manganzón
Escrito por Antonio José Monagas | X: @ajmonagas   
Sábado, 09 de Agosto de 2025 07:15

alt¡Por el poder del hambre…! vociferaba a todo gañote Lambrucia quien, a pesar de su femenina condición, vestía cual triste remisa abatida por la pobreza que sufría.

Pero poseída por un chabacano fanatismo, se empeñaba en esperar las migajas de pan y queso que, desde los pisos superiores de un alto edificio aledaño a su covacha, pensaba que le caerían como maná del cielo pues bien sabía ella que la “masa no estaba para bollos”. 

Mientras tanto, casi dormitando por culpa del severo trasnocho que nada le dejaba, ni siquiera buenas ideas para enfrentar los rigores de las realidades que los envolvía, su compañero Manganzón seguía creyendo en “pajaritos preñados”. Su grito de guerra no asustaba a nadie. Por el contrario, él mismo solía asustarse de sus lamentaciones cuando, por momentos, se le escapaba un fétido eructo producto de su mal comer y desordenado devenir. 

De esa manera sucedían los días de este par de suspicaces personajes, convencidos de las bondades de quienes alardeaban que podían volar más alto que el superhéroe que siempre habían admirado desde sus tiempos de mozalbetes. Aunque lo peor de todo, no era eso. 

Lo más grave era la somnolencia que acusaba cada movimiento de Lambrucia y Manganzón ya que no lograban darse cuenta del inmenso lío que venía animándose en el fondo de la situación que padecían.

 

¿Asediados por las realidades?

Así como pensaban y vivían Lambrucia y Manganzón, asimismo pensaban y vivían muchos otros quienes también se comportaban como ilusos sin comprender que a su interioridad venía cultivándose la semilla del resentimiento combinada con la de la flojera. Fundamentalmente, porque muchos de sus vecinos, elevados en presunciones de ocasión, buscaban confundirlos con los mismos argumentos que usaban los conquistadores hace más de 500 años para engañar a los ingenuos indígenas. Y así robarlos en sus propias narices.

Lambrucia estaba convencida de que su sacrificio de pasar hambre, dotada por horribles y estropeados vestidos que le fueron regalados a cambio de su presencia en reuniones de vecinos, le generaría importantes prebendas que luego la dignificarían como ejemplo de toda una generación de cándidos coterráneos.

Por su lado, Manganzón, dado su acentuado desgano, se mostraba indiferente frente a los llamados de sus insistentes vecinos. Su condición de compañero de Lambrucia, no le permitía faltar a las citas vecinales, aunque no lo hacía con la mejor voluntad. Principalmente, su mediano interés se debía a la acomodaticia excusa que le ofrecía el día siguiente para descansar y sacudirse del estrés. Y así, justificar otra semana más de disfrute entre dormilonas y sobras orilleras. 

 

¿Cambio de ruta?

Llegó finalmente el tiempo que dicha tendencia de eterna modorra, se convirtió en factor de desespero lo cual incitó a la mayoría del colectivo con el cual compartía momentos de ocio,  a despertar de modo casi violento. 

Quienes estaban sorprendidos del modo de vida de Lambrucia y Manganzón, lograron destacarse por el cúmulo de mentiras que acostumbraban a utilizar para ganar público a favor de tan extraña pareja, Entonces, se declararon en abierta rebeldía y optaron por sacudirse del modo de vida que hasta ese momento habían seguido. De esa manera, los personajes de esta narrativa quedaron como un apenado recuerdo para quienes los conocieron.  Luego de ser conocidas sus historias, casi nadie quiere emularlos por los peligros que, para el futuro, pueden significar. O quizás, fue por causa de la acontecida vida que unidos compartieron Lambrucia y Manganzón.

 


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