La confianza rota
Escrito por Mibelis Acevedo D. | X: @Mibelis   
Martes, 05 de Noviembre de 2024 00:00

altVolatilidad, incertidumbre, complejidad, ambigüedad.

Palabras que describen el entorno global al que nos enfrentamos, y que se corresponden con el acrónimo VUCA, Volatility, Uncertainty, Complexit, Ambiguity. He allí un modelo de gestión de entornos que busca preparar a actores y sus organizaciones para reaccionar ante una nueva, confusa y demandante realidad. El término (creado por Escuela de Guerra del ejército de EE. UU. durante la Guerra Fría, y que siguió siendo útil para abordar un mundo en constante transformación), ha sido complementado a su vez por los aportes del historiador y antropólogo Jamais Cascio. En 2020, Cascio acuñaba la expresión BANI para incorporar el impacto de la respuesta emocional al caos del siglo XXI: entornos donde impera una mezcla de fragilidad, ansiedad, impredictibilidad y dificultad. Esforzarse en comprender y penetrar esa maraña hoy resulta clave. Se trata de no sucumbir ante los remozados desafíos que el contexto impone a los agentes, y que los obliga a interactuar en el marco de esquivas circunstancias y paradigmas que demandan flexibilización.

Aplicados a la dinámica del intercambio geopolítico y comercial, sobre todo tras la pandemia (cuando la interrupción de las cadenas de suministros globales disparó esa tendencia a la inestabilidad) dichos modelos resultan especialmente relevantes para lidiar con tensiones y trastornos como los que introdujo la invasión rusa a Ucrania, o el enfrentamiento Hamás-Israel en Gaza. Está visto que incluso países con ingentes ventajas y recursos pero no menos dependientes de nexos tan estrechos como frágiles, no se libran de desafíos que obligan a la adaptación exitosa. Hablamos de interactuar en sistemas caóticos y sensibles a variaciones de las condiciones originales, y donde la idea de que una serie de pequeñas acciones aleatorias puede desatar cambios dramáticos (el famoso “efecto mariposa”), se hace más nítida. La modernidad líquida impone su lógica. No sólo sobrevivir, sino operar de forma eficiente y prosperar en un mundo que se arma y rearma incesantemente, que es cada vez menos susceptible al influjo de instituciones, modelos y nociones fijas, es la consigna.

Precisamente: ante retos ligados no sólo a la irrupción de nuevos competidores en el mercado internacional, sino a presiones y anomalías propias del ascenso de liderazgos populistas-autoritarios, la confianza se vuelve factor clave para dirimir contradicciones, amansar el imprevisto y generar expectativas realistas. La imposición unilateral de condiciones que caracterizaba las relaciones comerciales entre potencias establecidas y países emergentes, o bien la alta expectativa de beneficio por el solo hecho de compartir visiones político-ideológicas, pierden peso en atención a esos nuevos valores, intereses, enfoques y dinámicas. De allí soluciones a favor de la vigilancia periódica, la transparencia y observancia de compromisos como la “shop inspection”, por ejemplo, la supervisión voluntaria de mercancías en origen y destino para asegurar la eficiencia de la cadena de suministros; tendencias como el “friend-shoring”, la diversificación de esas cadenas moviéndolas hacia aliados cuya afinidad política/económica ofrece estabilidad y seguridad a largo plazo; las dinámicas de networking y los estándares de certificación global; o los mecanismos de fiscalización, control y equilibrio “entre iguales”, como el Examen de las Políticas Comerciales que aplican los miembros de la Organización Mundial del Comercio.

A merced del intercambio en ambientes cuya volatilidad exige minimizar riesgos, esa condición intangible, ese bien inmaterial que también se construye con relaciones personales -la firme creencia de que, en determinada situación, un socio cooperará para favorecer nuestros objetivos- resulta tan difícil de lograr como fácil de perder. Confiar o no confiar involucra así una decisión racional que, amén de responder a criterios de reciprocidad, no se desliga de un pragmatismo siempre azuzado por la consciencia de escasez.

Sin confianza no hay paraíso. Entonces, para que cuaje la disposición a poner los intereses propios al cuidado de otros sujetos, importa monitorear las señales: el cumplimiento de la palabra empeñada, el respeto irrestricto a reglas de juego y la preocupación por mostrar resultados derivados de la implementación de acuerdos previos. Por contraste, la desconfianza remitiría al trecho insalvable entre dichos y hechos: discursos que no se acompañan de acciones, incompetencia para administrar recursos propios, la probabilidad de impago, falta de transparencia en la rendición de cuentas y omisión de mecanismos para garantizar la implementación efectiva de los compromisos adquiridos.

En ese problemático contexto, Brasil descuella precisamente por su calidad de “socio confiable”, lo que le ha permitido consolidar una imagen de credibilidad, prestigio y consecuente poder. Miembro fundador de los BRICS, hoy cuenta con la mayor economía de Latinoamérica y la tercera de todo el continente. De acuerdo con el FMI, en 2024 tendrá mejor desempeño económico que México, destacando por un consumo sólido en medio de un mercado laboral ajustado, un estímulo fiscal considerable y una inflación con tendencia a la baja (en los últimos 12 meses, el índice de precios al consumidor cayó de 4,62% a 4,23%). En atención a estos datos, el FMI ha mejorado la previsión para el PIB de la mayor economía latinoamericana a “mediano plazo” desde un 2,0% hasta 2,5%.

Con una muy eficiente industria agraria y un comercio internacional pujante -en 2023 Brasil envió mercancías a China por un valor de $104.000 millones, tres veces más que a EE.UU.; esto, amén de ser principal proveedor de fertilizantes para Rusia y tercer importador de combustibles fósiles rusos- la hoy octava economía mundial demuestra que se puede ser exitoso incluso en entornos VUCA y/o BANI. Socio inmejorable no sólo para los pares del bloque en ascenso y vecinos de la región, sino para Estados Unidos y Europa -como parte del Mercosur, también está presionando para lograr un acuerdo de libre comercio con la UE- la posición de Brasil adquiere cada vez más relevancia estratégica como motor de recuperación en América Latina.

A raíz del impasse diplomático atizado por una Venezuela políticamente disfuncional y siempre al borde del despeñadero, desangrada por una corrupción propia de la falta de contrapesos, sancionada y muy disminuida en cuanto a su capacidad de competir en mercados internacionales, cabe entonces preguntarse si a nuestro país le convendrá despachar la cercanía del gigante brasileño. Optar por el suicidio y el aislamiento, atrincherarse en la furia y la rancia monserga ideológica, aspirar al reconocimiento como aliado creíble tras desautorizar no sólo al poderoso vecino, sino a un mediador acreditado; faltar al compromiso de publicar resultados electorales desagregados y vulnerar así el principio de transparencia, como apuntó Celso Amorin, no parecen abonar a esa disposición a poner el propio interés al cuidado de otros… ¿Cómo ser tomados en serio luego de la infracción?

Eso que el gobierno venezolano calificó como un “gesto hostil” de Itamaraty, el freno que Brasil aplicó al ingreso de Venezuela en los BRICS y que Amorim mas bien atribuye a una “decisión por consenso”, debería también leerse bajo una óptica menos exaltada y personalista, más fría y razonable. Fuera de Rusia y su turbio interés geopolítico, no parece haber países que, enfocados en lograr eficiencia, -tampoco China, cuya desconfianza se expresa en la suspensión de rescates multimillonarios y préstamos de desarrollo como los $60 mil millones otorgados a Venezuela- estén dispuestos a prohijar a un socio que no cubre los estándares descritos. “El problema con Venezuela no tiene que ver con la democracia, sino con un abuso de confianza. La pérdida de confianza es algo grave. Nos dijeron una cosa e hicieron otra”. Ahora, la confianza está “rota”. Descifrar las palabras de Amorim no requiere de demasiados esfuerzos, en fin.


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