De la ciudad laminada |
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj |
Lunes, 12 de Junio de 2023 05:52 |
Expresión cabal de todos los deterioros, esta vez, el agujeramiento no es fruto de los escombros en constante mudanza, sino del destape que literalmente ha experimentado la urbe, sin que nada tenga que ver con el fenómeno cinematográfico de la España de finales de los setenta del veinte. Ruedan por calles, a veces oxidadas, piezas de acero o hierro colado que no tienen una suerte semejante a las de aluminio que alguna vez exhibió la urbe para prevenir las consecuencias fatales de los accidentes viales. En cantidades que pueden asombrar por su peso y medida, hay rejas y tapas muy gruesas que ya no protegen las ahora peligrosas cavidades de los espacios públicos, según una muestra que hemos tomado. Antes, sellaban los ductos de agua, de gas, del cableado eléctrico o telefónico, incluso, abundan los que pertenecieron a empresas ya inexistentes. Hoy, son peligrosas láminas que no levantan naturalmente vuelo, pero pueden ocasionar alguna tragedia al deslizarse poco a poco, mastodónicamente, con sus filamentos. Ha sido tan gigantesca y sostenida la negligencia gubernamental que, por muy pesadas que sean las piezas, se desprenden. Incluso, las hemos visto y fotografiado, como un hito o mojón de cemento increíblemente desprendido que, a la postre, sirve para que nadie remueva una plancha de hierro y otra de cemento que tapan un hueco cundido de cables en las cercanías de la sede presidencial y de varios despachos ministeriales, al lado del Banco Central de Venezuela. Aquellas láminas todavía no desprendidas, pero que pudieran estarlo por lo que parece una precaria soldadura, frecuentemente se les observa dobladas, a punto de ceder, llenas de agua, basura y lodo: tan quebradas como el pavimento que las rodea, cansadas y obstinadas de los millones de pisadas. Ya ni siquiera habrá una suerte de mapa de los ductos, tanquetas, tanquillas y afines de Caracas, y, mucho menos, un conteo de las oquedades. Lo peor, suponemos que tampoco hay industria metalúrgica en el país capaz de actualizar a la ciudad a un costo – por lo demás - razonable. Ni siquiera recursos para importar las piezas y, con una mano de obra cada vez más barata, hacer los trabajos, pues, recordemos, corrupción es también dejar que todo se destruya para justificar el gasto. No quisiéramos siquiera imaginar todas las calles, avenidas y autopistas subterráneas y muy subterráneas que pueden dar hogar a millones de roedores, por ejemplo, capaces de propagar enfermedades, aún más en tiempos de lluvia. Huelga comentar la enorme cantidad de personas y automóviles accidentados por estos cráteres y, ahora, las láminas que danzan por doquier. |
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