El enemigo está en la oposición
Escrito por Alberto Arteaga Sánchez   
Miércoles, 17 de Junio de 2009 08:41
No soy político, ni pretendo serlo. Abogado soy, en una profesión en vías de extinción. De derecho y de leyes cada vez se menos porque es un mundo incomprensible, su utilidad nula y lo que aprendemos y enseñamos no guarda relación alguna con la realidad. Pero como ciudadano, considero necesario hacerme eco de un mínimo de sentido común y de sensatez para contribuir a un llamado a la unidad y a un cambio en la llamada oposición.

El desbarajuste y la incoherencia están a la vista, a lo que se añade la pasividad, el conformismo, la desesperanza y el derrotismo. Para algunos lo que ocurre es culpa de otros y alguien desconocido con pinta de héroe debería salvarnos para volver al paraíso perdido que ahora, después de que contribuimos a destruirlo, consideramos que era el mejor de los mundos.

La responsabilidad de lo que ocurre no la asumimos. Ya es bastante con haber votado con una abstención del 30% o 40% y nos llena todavía de orgullo no haber votado entregando así asambleas, gobernaciones y alcaldías que, hoy recuperadas, no somos capaces de defender.

Además, ya estamos embarcados en la “tesis irrebatible” de no volver a votar, con lo cual de haber actuado así no tendríamos a ningún alcalde o gobernador luchando a brazo partido y un gobierno repartiendo planazos jurídicos.

El pasado debe quedar atrás y el presente nos convoca a todos a una lucha constante, pacifica, permanente y de acciones concretas. Resulta inconcebible oír la descalificación de quienes estuvieron en el gobierno y hoy sufren persecución por haber tomado la heroica decisión de reconocer su error.

Por supuesto, tampoco tiene sentido anunciar delitos imprescriptibles y justicia expedita, en un país en el que nunca se ha hecho justicia, salvo la escogencia caprichosa de víctimas o chivos expiatorios que sirven para entretener al pueblo en un espectáculo repetido, con el aval que “juristas de ocasión” que nunca nos han faltado.

La única vía para una solución seria de los problemas que enfrentamos como Nación, ante un proyecto de país que no compartimos no es otra que el diseño de un plan alternativo que sea capaz de llegar al pueblo, en el marco del respeto irrestricto a los derechos del ciudadano en las garantías de poderes autónomos que se limiten entre si y que, básicamente, no permitan el abuso del poder. Cada ciudadano, además, en su medio, debe convertirse en ejemplo y propulsor de un cambio verdadero que obligue a sus dirigentes a pensar en el país y en la solución de sus problemas más que en el dividendo político, en la cuota de poder o en el “verdadero acomodo al lado del ganador”.

 Tampoco interesa tanto la identificación de un líder que simplemente se constituiría en un bálsamo para los desesperados o en un blanco fácil para apuntarlo al corazón y aniquilarlo porque no llena los requisitos del guerrero, del conductor de masas, del elocuente orador o del salvador de la patria.

Solo la conciencia ciudadana, el compromiso diario cumplido, el ejemplo de vida conforme a los valores humanos y el trabajo incansable junto a los más necesitados será lo que puede servir de base al proyecto democrático de país por el que debemos luchar.
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