Una lección inolvidable, señor Benavides Torres
Miércoles, 02 de Septiembre de 2009 22:10

altPrepárese a pasar sus últimos años perseguido por el recuerdo de su infamia. Piense en la imborrable lección de estos 129 soldados. Creyeron haberse burlado de la justicia y algunos hasta seguían recibiendo sus salarios. No sabían que la justicia tarda, pero llega. Les llegó. Seguirá llegando. Llegará.

Treinta y seis años han transcurrido desde que en Chile se instaurara una de las más siniestras dictaduras de entre la abundante y tenebrosa historia de las dictaduras latinoamericanas. La de un general de ejército que traicionó su sagrado juramento constitucional ante la tricolor bandera de su patria, se apoderó de las armas de la república, se alió a sus pares y protagonizó un golpe de Estado que echó por tierra una historia bicentenaria de legalidad y constitucionalismo chilenos. Dividió con ello a los chilenos aún más de lo que hiciera aquel a quien derrocara, el socialista Salvador Allende, con quien empujaran de manera irresponsable y alevosa una venerable historia de democracia y legalidad por los abismos de la tragedia.


Cuando Augusto Pinochet Ugarte, la más alta antigüedad de su arma, general en jefe de las fuerzas armadas y hombre de confianza del presidente constitucional decidiera sacarse su careta y mostrarse en todo el horror bélico, cuyos juegos peligrosos conociera como serio y conocedor estratega y director de la Escuela Militar de un ejército verdaderamente fogueado en el duelo mortal del máximo enfrentamiento humano, triunfante en varias guerras, conquistador de países vecinos y también dividido y consumido en guerras fratricidas, cuando ese general se alzara  contra sus propios compatriotas y conciudadanos, usted era un niño que seguramente ni imaginaba lo que significaba el horror de la guerra. Protegido como se encontraba por un sistema de libertades democráticas que imperaba sobre un ejército orgulloso, íntegro y profundamente profesional y respetuoso de las leyes como el que arrastrara por los suelos al cubano insolente que pretendía apoderarse de nuestro territorio confabulado con las fuerzas de la izquierda, las mismas que hoy sirven al mismo fin, aunque con unas fuerzas armadas que distan años luz de aquellas que le menciono y dentro de un sistema que ha entregado la honra de la soberanía a un país miserable y aprovechador como el del tirano Fidel Castro.


Le recuerdo estos hechos para que tenga presente que 129 soldados chilenos que hace treinta y seis años se permitieran los mismos o peores abusos que los que usted cometiera el sábado 22 de agosto contra inermes ciudadanos, con la máxima cobardía, y envalentonado por quienes le rodeaban en silencio y arma en mano, acaban de ser entregados a la justicia chilena para ser enjuiciados por violaciones a los derechos humanos. Que no prescriben. Y que persiguen a quienes los cometen hasta el mismo día de su muerte.


Se lo recuerdo, Benavides Torres, para que sepa que cuando alcance mi edad y este régimen sea un amargo recuerdo de nuestros hijos y nietos, usted y todos quienes se han permitido golpear, atropellar, quemar, vejar, insultar, traicionar y hacer escarnio de nuestra constitución porque hoy se sienten guapos y apoyados, estarán rindiendo cuentas por sus felonías. Tendrá que comerse su insultante condecoración. O permitir que sus hijos la oculten o la vendan en un mercado de antiguallas de cuando el teniente coronel gobernaba. Tal como hoy es posible comprar fotografía, cascos y otros ominosos recuerdos de la época de Gómez.


Usted no tiene idea de quien fue Antonio Gramsci. Su adorado comandante en jefe tampoco. Si lo supieran tendrían presente su más honrosa máxima: “sólo tú estupidez, eres eterna.”  Prepárese a pasar sus últimos años perseguido por el recuerdo de su infamia. Piense en la imborrable lección de estos 129 soldados. Creyeron haberse burlado de la justicia y algunos hasta seguían recibiendo sus salarios. No sabían que la justicia tarda, pero llega. Les llegó. Seguirá llegando. Llegará.


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