La integración bloqueada de América Latina |
Escrito por Ernesto Ottone |
Sábado, 29 de Agosto de 2009 07:26 |
![]() Algunas experiencias tienen avances concretos que mostrar, es el caso de América Central o el Caribe; otras tienen menos logros y más decepciones, es el caso de Mercosur y Unasur. América Latina ha avanzado en muchos aspectos en los últimos años, lo que le ha permitido atravesar la crisis financiera global en mejores condiciones de como lo solía hacer en el pasado y aspirar con fundamento a una recuperación más rápida en los próximos años que los países desarrollados. Entre esos avances es difícil contabilizar grandes pasos en integración regional, y ello constituye una traba para su desarrollo. En un mundo globalizado, donde una crisis surgida en el centro del sistema financiero contaminó a todos y desmejoró el esfuerzo de años, América Latina requiere como nunca tener más peso en los asuntos internacionales para mejor protegerse en los tiempos malos y mejor aprovechar las oportunidades en los tiempos buenos. Asimismo, resulta evidente la necesidad de aunar voluntades y acciones para incrementar el comercio intrarregional, morigerar las asimetrías económicas y sociales, multiplicar las capacidades en conocimiento e infraestructuras comunes y enfrentar coordinadamente los desafíos globales, desde la criminalidad hasta el cambio climático, pasando por las migraciones y la seguridad energética. ¿Qué nos impide avanzar en algo tan evidentemente ventajoso? Si bien nunca existe sólo una causa, creo que la más importante reside en la política, y más específicamente en la necesidad de un cambio de cultura política que genere una voluntad integracionista real y no retórica. Creo poder distinguir tres aspectos donde dicha cultura no ha alcanzado una base mínima sobre la cual construir a otro ritmo y obtener resultados concretos. El primero dice relación con la ausencia de una mínima homogeneidad en la visión de la integración. Es un dato de la causa que los gobiernos de América Latina no poseen una visión común de los asuntos internacionales y del desarrollo de sus países, al estilo de los países europeos, donde un nivel más que aceptable de visión común prevalece, con independencia de qué fuerza política esté en el gobierno. En América Latina resulta difícil encontrar ese mínimo de visión aceptable para todos que permita, finalmente, no tratar de imponerle al otro lo que tú crees y buscar el máximo de puntos en común a partir de reconocer las diferencias. El Presidente Chávez y, con matices diversos, el grupo de gobiernos que se reconoce en la llamada corriente bolivariana tienen una visión unilateralmente sesgada y misionera del proceso integrador; suelen verlo como una unidad contra los Estados Unidos de América, país que es visto como causante final de nuestros males pasados, presentes y futuros. Esta visión ha resistido a pie firme las nuevas orientaciones del Presidente Obama en política exterior, tan lejana a su antecesor y llena de novedades tendientes a reforzar el multilateralismo. Tal visión no es compartida por una mayoría de países latinoamericanos de diversa orientación, con gobiernos progresistas o conservadores, y el desacuerdo básico convierte las reuniones internacionales en debates oratorios que operan las más de las veces como pedagogías frustradas con una creciente sequía de resultados. El terreno de los acuerdos internacionales requiere, por el contrario, reducir el espíritu misionero y agrandar el de un sano pragmatismo. Un segundo aspecto, que también fue fundamental en la experiencia europea, está en la necesidad de acentuar la voluntad de liderazgo de los más grandes. No tendríamos Unión Europea sin un rol prominente de Alemania y Francia, particularmente en los primeros tiempos dirigidos a impulsar metas supranacionales y a corregir de manera decidida las asimetrías existentes. Si bien no pueden hacerse comparaciones por la diferencia de nivel de desarrollo alcanzado, Brasil y México, que reúnen más de la mitad de la población latinoamericana y cuyas economías superan el 60% del PIB regional, deben jugar un rol de convocante mayor, entenderse entre sí y proporcionar liderazgo. Un tercer aspecto, que dice relación con la madurez y las buenas costumbres en la conducción gubernamental, es la eliminación del uso de la política internacional como una “variable de ajuste” de la política interna, en particular cuando los gobernantes experimentan caídas de popularidad o implementan políticas de diversa índole que ponen en cuestión asuntos ya acordados con sus vecinos. Tal mal uso se expresa normalmente a través de declaraciones o acciones abierta o veladamente hostiles que avivan nacionalismos de aplauso fácil y consecuencias funestas para la buena vecindad. En el reciente caso de las declaraciones del Presidente Alan García ha hecho bien el gobierno chileno en responder de manera firme y prudente, como igualmente en trabajar sin altisonancias por un proceso integrador, basado en los consensos necesarios para obtener resultados concretos. (*): Director Cátedra Globalización y Democracia Universidad Diego Portales Fuente: El Mercurio (Chile) |
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