Ese 4 de febrero ya olía a añejo, a descompuesto, a muerte y desolación. Que los muertos entierren a sus muertos. Está amaneciendo.
“En los distintos órdenes del progreso no hemos hecho sino sustituir un fracaso por otro fracaso…”
Mario Briceño-Iragorry, Mensaje sin destino
1
Los molinos de los dioses muelen despacio, cantaba Homero. Y el bardo, ciego y memorioso como el personaje de Borges, tenía perfecta conciencia de lo que afirmaba. El tiempo es implacable. Nadie escapa a su destino. El día y la hora están prefijados. Llegó la hora.
Imposible negar que Hugo Chávez Frías, un hombre sin mayores atributos que un desparpajo descomunal, una brutal inescrupulosidad y unas ambiciones fuera de toda medida, ha logrado infinitamente más de aquello que aspiró a conquistar hace 20 años cuando flacuchento y desarrapado echara a rodar su golpe de Estado y arrastrara barranca abajo al país que sabía profundamente desencajado. Una proeza sólo posible en una sociedad dominada por la seducción del azar y el aventurerismo.
Enamoró y sedujo a pobres y ricos, hombres y mujeres. Les torció su destino, los ultrajó tanto y cuanto quiso, conmovió los cimientos de la Nación y apoderado de todos sus bienes pudo alcanzar una popularidad universal que ningún venezolano antes que él, salvo el Libertador, pudo lograr. Podrá argüirse que esa insólita popularidad no fue el fruto de su brazo armado, de su briosa cabalgadura, de su valentía y su sabiduría combatientes como hiciera el Prócer. Ha sido producto del más bochornoso proceso de compra de conciencias y corrupción internacional vivida en nuestra región. Una popularidad sustentada en la apatía de nuestra clase política que lo dejó hacer y/o la complicidad de vastos sectores democráticos inconscientes del mal que le han causado a la Nación y que ya nos va costando billones de dólares, saqueados de los fondos públicos en el caso más prostibulario de dominación impune, criminal y cuartelera de que Venezuela tenga noticia.
Pero lo ha logrado. El loco Chávez, como se le llamara con menosprecio en la academia militar, un personaje extrovertido, desenfadado, tarambana, inculto, mediocre y sobresaliente tan solo por su aturdido comportamiento, el mismo que le provocara profundos disgustos a quien lo diera a luz hasta provocarle entregarlo al cuidado de su abuela, logró en 20 años lo que hombres probos, cultos, inteligentes y preparados no pudieron lograr antes de él. Lo que logró Juan Vicente Gómez en tiempos de hacienda, analfabetismo y polvaredas a punta de una feroz represión, lo conquistó a punta de su lengua: controlar al país como a su feudo y dominar todos los poderes, hasta ser el árbitro supremo de todas las decisiones, sin la interferencia de voluntad alguna, salvo la de la única personalidad que admira y respeta y a la cual en un acto de insólita traición le ha entregado el país y su hacienda, Fidel Castro.
Los últimos 20 años de tan rocambolescos y penosos acontecimientos se celebraron el pasado sábado 4 de febrero. A un costo de más de 10 mil millones de dólares en armamento ruso y ante una apabullada ciudadanía, incapaz de comprender lo que realmente acontecía bajo el estruendo de los Sukhois que surcaban los cielos de Caracas. Es el primer hito de este notable mes de febrero. El del ocaso de una estúpida tiranía.
2
Sin duda: el aventurero poseedor de ese número de la lotería de este pobre país rico llamado Venezuela no hubiera querido que a 13 años de asaltar el Poder llevado en andas por la glamorosa irresponsabilidad nacional – todo país tiene al gobernante que se merece – tuviera que soportar a su infinito pesar la primera molienda homérica: más de medio país absolutamente indiferente a sus fastos lustrales, embebido como está por organizar un proceso electoral inédito en la región para echar a andar la más insólita cruzada de liberación nacional conocida en América Latina: un proceso de PRIMARIAS. Que a una semana de esa lamentable y patética recordación estrictamente cuartelera, celebramos hoy los civiles a lo largo y ancho de toda Venezuela.
Chávez hubiera querido celebrar ese 4 de Febrero como Fidel Castro celebrara sus 20 años del asalto al Cuartel Moncada, a 14 años de su victoria revolucionaria, el 26 de julio de 1973: en gloria y majestad. A saber: con las prisiones abarrotadas de presos políticos, con toda la oposición en el exilio, sin un soplo de actividad disidente u opositora, sobre miles de cadáveres de adversarios asesinados sobre las serranías del Escambray, con todo el poder social, cultural, religioso, económico, militar y político en sus manos. Con un mundo babeado de admiración por la gesta liberadora de sus forajidos y él elevado al Olimpo por la intelectualidad y el arte del mundo entero.
Pero como bien dice el refrán: nunca segundas partes fueron buenas. O como decía Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte: la historia se repite, pero como farsa. De modo que ni siquiera los suyos asistieron a la convocatoria, reservada y con derecho de admisión sólo a la soldadesca mercenaria. Sus mesnadas burocráticas no asistieron pues ya son innecesarias. Civiles estorban. Y la sociedad civil, no digerible por quienes de entre los suyos preguntaban no hace muchos años que con qué se comía, estaba realmente preocupada de lo único que ya le importa al país. Organizar sus Primarias, escoger sus candidatos, elegir al ungido para correr en auxilio de la Patria y desplazar del poder precisamente al golpismo cuartelero, a Hugo Chávez y su camarilla de entorno, al militarismo trasnochado que lo acompaña y pasar la página de la más horrenda pesadilla de sus doscientos años de historia para hacerse a la reconstrucción del país, la recomposición de sus estructuras, el saneamiento de sus instituciones, el procesamiento de los crímenes y delitos pasados y la dinámica y potente inserción de nuestro país en el concierto de la prosperidad y el progreso de las naciones.
Ese 4 de febrero ya olía a añejo, a descomposición, a muerte. Que los muertos entierren a sus muertos. Está amaneciendo. No es hora de golpes militares: es hora de elegir el sendero de la verdad y fijar un destino. Hoy, 12 de febrero, uno de los días que pasarán a los anales de nuestra historia independiente, libertadora y democrática, Venezuela no amaneció de golpe: amaneció de voto.
3
Es el momento crucial de una parábola que mucho más allá de cumplirse y agotarse en un proceso de Primarias, ni siquiera en un proceso electoral exitoso que logre el desplazamiento del chavismo del gobierno que hoy detenta, debiera apuntar a la refundación de la República. Pues nada ha traído de nuevo Hugo Chávez y su movimiento supuestamente revolucionario que no sea la exacerbación de las viejas taras, complejos y problemas de la Venezuela fracturada. Profunda por arraigada y visceral, no por su densidad cultural, antropológica o sociopolítica. Profunda en el sentido de los males atávicos que nos abruman y han impedido hasta el día de hoy desplegarnos en todas nuestras potencialidades para convertirnos en una gran Nación. Como ya lo son Brasil, Chile y México en el continente. Como apuntan a serlo Colombia, Perú, Uruguay y Argentina. Nos han sobrado los medios económicos y financieros. Nos han faltado la grandeza moral e intelectual, la cultura, la educación, la disciplina, la perseverancia, la tenacidad para hacerla realidad.
Pues fue esa Venezuela profunda, atávica, visceral la que nos trajo a estos andurriales. Una Venezuela echada a las ubres del petróleo, parasitaria y exangüe, que ninguno de nuestros más preclaros estadistas – ni Bolívar, ni Rómulo – lograron superar de raíz, radicalmente. Para fundir en un mismo crisol de culta homogeneidad la nacionalidad liberada. Como lo señalara con angustia en su extraordinario Mensaje sin Destino en 1950 el preclaro Mario Briceño Iragorry al denunciar nuestra crisis de pueblo, nuestra crisis de Nación. Una crisis que hoy muestra impúdica sus vísceras al aire. Una Venezuela profunda con la que toda nuestra élite dirigente decidió conciliar y acordarse, desde los compromisos del Libertador con las huestes que fueran de Boves y luego de Páez hasta la revolución democrática de Rómulo, siempre obligada al social democratismo que ha sido nuestro máximo logro político. Un logro extremadamente limitado, siempre acomplejado, siempre mal consciente, siempre insincero. Nunca liberal, nunca auténticamente libertario.
En rigor, detrás de Chávez está el empuje irredento de esa Venezuela raigal. Un componente antropológico que hasta hoy ha sido imposible de emancipar e incorporar al esfuerzo modernizador de nuestra república. Y sin cuya homogeneización seguirá arrastrando sus tensiones desestabilizadoras, amenazantes, explosivas. Una Venezuela sin aspiraciones, tribal, encerrada en su mismidad, incluso auto destructiva y mutiladora.
Es lo que nuestra vieja clase política se niega a reconocer, incapaz de ver más allá de sus narices. Oportunista y electorera. Conforme con hacerse con el gobierno y retocar las instituciones para volver a navegar sobre el conformismo de una democracia subsidiada por la renta petrolera. Es lo que una nueva generación de políticos venezolanos comienza a comprender, consciente de que sólo una cruzada moral, una revolución profunda y verdadera, un ataque frontal a nuestras taras ancestrales que se expresan en el populismo, el clientelismo, el estatismo, la mendicidad social y el menosprecio a nuestros sectores más desangelados, podría refundar la república y sacarnos a flote. De una vez y para siempre.
La Venezuela democrática podrá elegir hoy entre la variedad de sus opciones. Las hay de las viejas y de la nueva política. Constituye un logro de inmensas consecuencias contar con nuevas opciones. Votar hoy a conciencia y masivamente, es el primer paso hacia nuestra auténtica emancipación. Que Dios y los hombres nos acompañen.
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