Soberanía económica y competitividad
Escrito por Gustavo Roosen (abogado)   
Lunes, 09 de Enero de 2012 02:11

altLa aceleración de los cambios refuerza cada día la evidencia sobre los nuevos retos de la humanidad. Bastaría acercarse, por ejemplo, a la evolución de los conceptos de soberanía económica y competitividad en nuestro mundo globalizado, que abarca ya campos tan diversos como el financiero, el comercial, el tecnológico, el productivo, el informático, el ambiental, el sanitario, el migratorio, y se adentra en el político y el cultural. Vigente todavía el concepto de Estadonación, el liderazgo mundial y los historiadores comienzan a preguntarse por su debilitamiento frente al crecimiento paralelo del fenómeno de la globalización, particularmente en el terreno económico.

El reto de la globalización supone la adopción de nuevos paradigmas en torno a la soberanía económica de los países.

La necesidad de mantener una coherencia macroeconómica que permita competir con las grandes economías exige un pensamiento estructurado y de dimensión global, una de cuyas premisas es la cesión limitada del espacio de soberanía nacido del concepto de Estadonación.

Una visión de la política mundial advierte cómo se ha reducido el poder del Estado tradicional. El aumento de la complejidad de los problemas, la horizontalización del conocimiento, la especialización en el manejo de la información por parte de entidades y organismos internacionales, la presencia de una ciudadanía más exigente y una comunidad internacional más observadora restan control a los poderes políticos locales. La intensidad de la interdependencia ha fragilizado las fronteras y ha multiplicado, junto con las oportunidades, también los riesgos.

Una nueva realidad, más cercana al concepto de Estadocontinente, explica la evolución actual de la Comunidad Europea y los compromisos a los que colectivamente se obligan sus miembros para fortalecer su economía y garantizar la posibilidad de generación de bienestar para sus ciudadanos. Para Europa, como para Estados Unidos o China, el nuevo nombre de la soberanía económica es la competitividad. Consolidados territorial y políticamente, unidos en torno a la Constitución y la legalidad, inspirados por un hondo sentido de disciplina y trabajo, apuntalados en políticas públicas estables que promueven la generación de riqueza, China y Estados Unidos han convertido la competividad en argumento de fortaleza. Los ajustes que vienen acordando los líderes europeos apuntan en la misma dirección.

La historia y la geografía de América Latina permiten pensar en soluciones estructurales que hagan de la unidad no una chaqueta de fuerza o una declaración demagógica, sino una fortaleza regional fundamentada en una visión global de la economía ­realista y constructiva­, en su inserción en la globalización, en la coordinación de políticas públicas, en su aplicación disciplinada y en la voluntad política de compartir principios democráticos. Los ensayos de integración impulsados hasta el presente distan mucho de este derrotero, cuyo abordaje requiere de un liderazgo propositivo y moderno, capaz de explicar que los viejos límites del Estado-nación resultan insuficientes para abordar los retos que la reestructuración global nos exige si queremos avanzar en la lucha por generar empleo productivo y dotar a nuestras economías de un alto componente de innovación tecnológica y de vocación exportadora. La tarea de superar la condición de países exportadores de materias primas y convertirnos en productores de valor agregado a partir del conocimiento y la innovación sólo puede ser asumida por un liderazgo sin complejos, que entienda que la superación de la pobreza no es la subvención y que el crecimiento interno sólo es posible con visión integracionista y global. Los retos de la globalización reclaman más que nunca en América Latina de una unidad supranacional efectiva. Se exige una nueva calidad del liderazgo para comprender las nuevas realidades, gestionar la incertidumbre, manejar las asimetrías, mantener la capacidad competitiva y consolidar las instituciones supranacionales incluso sacrificando algunas autonomías.

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