Muchos analistas siguen apostando al enigma presidencial. Como si trece años de obligada convivencia no fueran suficientes para identificar un patrón
“El carácter del hombre es su destino” Heráclito
Hay tres aspectos que resuelven, a favor o en contra, una conflagración: El carácter del adversario, sus instituciones, y la coyuntura. Esas eran, a juicio de Clausewitz, las tres variables fundamentales para decidir la victoria o determinar una derrota. Lo mismo dijo Maquiavelo cuando advertía que la suerte del Príncipe era el resultado de una mezcla entre la virtud (esa capacidad para obtener y retener el poder, sin importar demasiado los medios) y la fortuna. Y si se quiere apreciar cómo opera en la realidad lo que ambos pensadores advirtieron, basta leer Ricardo III, la tragedia de Shakespeare, porque allí se desencadenan los acontecimientos en la misma medida que la inteligencia se hace melliza de la impudicia hasta que toda la suerte posible se agota, entre malas decisiones y el acopio de enemigos. El que comenzó la trama como el Duque de Gloster, y conspira hasta ser el Rey de Inglaterra, terminó en el campo de batalla, pidiendo auxilio y clemencia, gritando que todo su reino lo trocaba por un caballo. No fue el último…
Muchos analistas siguen apostando al enigma presidencial. Como si trece años de obligada convivencia no fueran suficientes para identificar un patrón. Por ejemplo, esa tendencia que al comienzo fue una ventaja fulminante pero que ahora tiene todos los visos de una tragedia, que consiste en jugárselas todas, como si estuviera obligado a ser el émulo perpetuo del poema de Ernesto Luis Rodríguez. “Jugarse a Rosalinda” con cada medida sin temer a las consecuencias del riesgo asumido, tiene ahora el signo de la desventura apremiante. Por esa razón, la enfermedad es ahora irreparable, pero también lo son la economía nacional y la salud social y política del país. No aceptar como alternativa el fracaso y creerse el cuento de que “la obligación es vencer” le hace perder de vista todo el peso de los costos de buena parte de sus decisiones y despreocuparse por sus efectos perversos. Es fácil dejarse tentar y caer en la trampa de las versiones que Chávez hace de su propia historia. Empero, todo esto no es solamente el producto de la ingenuidad del que se presenta a sí mismo como “el arañero de Sabaneta”, sino una falla del carácter que lo conducirá tarde o temprano a la inmolación más absurda.
Chávez cree que sin él no hay patria. Esa es otra de sus características cuya consecuencia ha sido la destrucción progresiva de las instituciones. Él es su propio presupuesto, y quiere hacernos creer que es su propio control. Lo cierto es que sin vigilancia alguna maneja todos los recursos públicos del país, en el marco de la complicidad institucional y el secretismo que caracterizan a todas las tiranías, y que solamente se descubren cuando por alguna razón el régimen se desploma. ¿Megalomanía? ¿Narcisismo? Los interrogantes sobran. El “padre” de la revolución bolivariana ha permitido una disolución tal que él es el límite a su propio proyecto político. No le va a sobrevivir. No hay chavismo sin Chávez. Pero esa delimitación obligada de lo que prometía ser una dominación milenaria, es también el resultado de su carácter. No hay forma de sucederle porque él ha evitado cualquier amago de institucionalidad que le sirva de soporte.
Y la inconsistencia es la tercera característica. No hay nada que indique que su estructura de pensamiento vaya más allá de la lógica de las misiones, que a todos los efectos, es su propia equivalencia de una batalla. Chávez no puede con una guerra, todas las ha perdido, pero gusta de emprender cruzadas con las que no se compromete. Hace falta mucha suerte y por mucho tiempo para que el país no se le venga encima. No creo que ese sea su caso. Tal vez porque la fortuna sea también un recurso escaso, que no se puede dilapidar con tanta ligereza. No se puede jugar a Rosalinda tantas veces y no perder alguna vez.
Volvamos a Clausewitz. Chavez es el resultado de tres confabulaciones: su carácter arriesgado, su obsesión contra-institucional y su inconsistencia. Todas ellas tienen que concluir en fracaso: no hay gobierno, no hay resultados y si hay muchos problemas que se acumulan en forma de inflación, inseguridad, escasez y endeudamiento creciente. El país ha dejado de pensar en el futuro para reducirse a la sobrevivencia. Porque hay un cuarto factor que no se puede dejar de lado: toda esta perversidad determina la necesidad de la crueldad institucional. Nada de esto es posible sin la aplicación sistemática y creciente del terror, que Chávez utiliza a discreción, en las dosis adecuadas, sin pensar que ellas colaboran en su propia destrucción. En eso consiste el riesgo insensato, en no pensar en las consecuencias.
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