| Del venidero 21 de noviembre de 1957 |
| Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj |
| Lunes, 17 de Noviembre de 2025 00:00 |
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siendo todavía excepcional alcanzar el grado de bachiller, comenzó a cobrar una cierta importancia el activismo político de las juventudes liceístas. Fue en la consabida etapa de la dictadura militar que alcanzó una mayor valoración el concurso de quienes eran algo más que adolescentes, en las protestas callejeras que tuvieron por momento culminante, estelarizando a la muchachada, las jornadas de un día de noviembre de 68 años atrás. Desconocemos el motivo de toda una ocurrencia, pero la celebración de la fecha se redujo al Día del Estudiante Universitario, desconocida la bravía movilización de los liceos para la gran campanada que anunció la caída de Pérez Jiménez con un par de meses de antelación. Por ello, el próximo 21 de noviembre debemos volver a los hechos reales de 1957 y ponderar el papel jugado por los liceístas, así se estimara como modesto. Hay quienes, hoy, con razón, advierten de la manipulación de los cada vez más adolescentes cursantes de bachillerato en contraste con los que muy antes eran cursantes juveniles a veces rayando en la adultez. Hay quienes, sin razón, niegan la bondad de una muy temprana vocación política que siempre será necesaria enriquecer y canalizar en el marco de un natural proceso de decantación que sugiere decidir sobre un determinado proyecto personal de vida.
Desde principios de los años sesenta, la política insurreccional calibró la organización y movilización urbana de los liceístas como una pieza táctica y estratégica fundamental, y las fuerzas democráticas tuvieron que actuar al llevar su presencia y su mensaje a escenarios que se tornaron como los más difíciles. La confrontación con los comunistas fue muy dura en un terreno tan delicado en el que despuntó un futuro liderazgo que hoy echamos de menos, pues, supuso un eficaz aprendizaje de ideas y destrezas: la realización de las elecciones para el cetro de estudiantes de cada liceo y las eventuales negociaciones entre las distintas corrientes a las que no pocas veces forzaba, la estructuración y organización de los activistas por afinidad ideológica, la protagonización de sendos debates de las ideas movilizantes, las legítimas protestas de calle, la defensa ante la agresión de los grupos adversarios. Semanas atrás falleció un gran venezolano que destacó como un aguerrido y valiente parlamentario, un diligente embajador en Chile y en Guatemala, un incansable dirigente nacional de partido que desempeñó la secretaría juvenil nacional, un periodista de infatigable ejercicio como investigador y columnista: Julio César Moreno León. Y, desde hace mucho tiempo, guardamos una reseña bastante reveladora, tomada del diario caraqueño El Universal de fecha 6 de enero de 1964: el pleno nacional de educación media del otrora partido socialcristiano encabezado por Julio. Y es que así es que solía iniciarse una vocación y un talento político: en el terreno de las realidades y, por consiguiente, el cultivo de una profunda convicción, el desarrollo de habilidades y el serio compromiso político e ideológico que ahora jura rifarlo el ilusionismo digital: no por casualidad él, Julio Moreno, inició su vida política en el medio liceísta (estudió en el liceo Fermín Toro de la ciudad capital), en un medio en el que aprendimos a defender el ideario de la libertad y de la democracia, a contar votos desde muchachos y hacernos buenos ciudadanos aunque más tarde se tomaran caminos diferentes al de la política activa. |
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