La Pequeña VeneZia un camino a un paisaje de cardonales
Escrito por Claudio Briceño Monzón | @CabmClaudio   
Martes, 06 de Mayo de 2025 00:00

alt“El paisaje es el lenguaje plástico y musical de la naturaleza. Su existencia depende del poder creador del artista.

Ningún instrumento de arte, como el verso, es tan apropiado para crearlo; la imagen, la metáfora y el sueño; la realidad, el ideal y la intuición, todas las potencias del hombre contribuyen jubilosamente a crear el mundo poético del paisaje. Antes que Leonardo llevara a sus óleos la campiña italiana; antes que Beethoven apresara la música del arroyo y el canto de los pájaros en su Sinfonía Pastoral, ya el poeta había creado el paisaje.”

(Cuenca: 1965, p.915)

En este escrito comenzamos con una cita de Humberto Cuenca quien, a mediados del siglo XX, ofrece una síntesis del paisaje literario venezolano a través de tres planos analíticos: imagen, metáfora y símbolo. Este enfoque permite una comprensión más profunda de cómo los poetas interpretan y representan el entorno natural en sus obras.

En el primer plano, Cuenca identifica la imagen, que se asemeja a una fotografía o a las naturalezas muertas en la pintura. Aquí, el poeta se limita a presentar el paisaje tal como es, capturando los detalles visuales de la realidad con precisión. Este modo de representación se caracteriza por su enfoque en la observación objetiva, a través de la cual el paisaje se muestra sin alteraciones, lo que permite al lector apreciar la belleza y complejidad de la naturaleza en su estado más puro.

El segundo plano, que Cuenca denomina metáfora, se distingue por el uso de la imaginación del poeta. En este plano, la realidad es transformada para ofrecer una interpretación más rica y alegórica de lo que observa. Tal proceso de metamorfosis permite al lector experimentar el paisaje de manera más profunda, ya que los elementos del entorno adquieren significados adicionales y evocan emociones que trascienden la simple visualización. Así, la metáfora se convierte en un medio para explorar no solo el paisaje físico, sino también las sensaciones y percepciones que este genera en el poeta.
En el tercer plano, el símbolo emerge como una representación que conlleva una completa evasión de la realidad. Este plano se conecta con el subconsciente, el mundo de los sueños y los instintos, creando una dimensión en la que los elementos del paisaje funcionan como medios de expresión de un estado del alma del poeta. En este sentido, el paisaje se convierte en un vehículo para explorar las emociones y estados internos, permitiendo una conexión más íntima entre el arte y el ser humano. A través de los símbolos, el poeta no solo describe el paisaje, sino que también invita al lector a reflexionar sobre sus propias experiencias y sentimientos, creando una resonancia emocional que enriquece la comprensión del texto.

Hoy, a pesar de los desafíos que enfrentamos, el paisaje es una apelación ideal para iniciar un periodo renovado de posibilidades y esperanzas. Cada nuevo horizonte ofrece la oportunidad de descubrir lugares deslumbrantes y transformadores. Al observar los espacios, pasamos de la simple imagen fotográfica a la profunda metamorfosis de la imaginación, donde los símbolos nos permiten evadir la realidad.

La imagen puede ser compleja, pero siempre hay paisajes para el realismo mágico, que nos invitan a soñar y a visualizar un mundo maravilloso y lleno de belleza. Aunque a veces sintamos que nuestras acciones no producen los frutos deseados, es fundamental recordar que cada esfuerzo cuenta y nos acerca a nuestras metas.

La nostalgia puede aparecer en esos espacios, pero no tiene por qué definirnos. Cultivemos la ilusión del optimismo, porque los sueños son el primer paso hacia la realidad. El mañana traerá consigo un aire fresco y renovador, donde las dificultades se transformarán en oportunidades. El futuro está lleno de colores vibrantes, alegría y felicidad. Vamos juntos a construir un paisaje donde la esperanza brille con fuerza.

La metáfora de una vida mejor puede ser un recordatorio de las grandes posibilidades que aún nos esperan. Hoy, aunque podamos sentir tristeza, es una oportunidad para vivir el momento y abrazar las emociones que nos hacen humanos.

Cada día es una nueva oportunidad para soñar con un paisaje lleno de luz y esperanza. La alegría de la vida reside en nuestro corazón, y es esa chispa la que nos impulsa a seguir adelante. Con perseverancia, podemos trazar una imagen que sea más brillante, bella y sublime. Cada paso que damos nos acerca a un futuro donde nuestros sueños pueden hacerse realidad.
Profesar un futuro mejor es el primer paso hacia su creación. Sigamos adelante con confianza y amor, sabiendo que las mejores cosas están por venir.

La historia siempre respalda a las causas más justas, aquellas que buscan construir una sociedad mejor. Aunque las imposiciones y las mentiras pueden parecer poderosas, eventualmente serán superadas por la honestidad y las ganas de cambio. Es fundamental recordar que cualquier intento de suprimir el deseo de justicia y verdad traerá consigo consecuencias inevitables.

En este momento, muchos ciudadanos de nuestro querido país pueden experimentar un corazón partido; sin embargo, es precisamente en este anhelo por una realidad mejor donde se encuentra la esperanza. El bien común no debe ser un objetivo lejano, sino una necesidad que surge de una ciudadanía con el poder de transformar su entorno.

No permitamos que la frustración nos consuma. La fuerza de una nación unida, que sueña con un futuro brillante, puede llevarnos a revivir los ideales de nuestra república de 1830. Cada esfuerzo cuenta y, juntos, podemos cambiar el rumbo hacia un futuro donde la honestidad y el bienestar común prevalezcan.

Recordemos que el cambio inicia en cada uno de nosotros, y cuando unimos nuestras fuerzas, nada es imposible. Continuemos avanzando con esperanza, porque un futuro mejor es posible.
En estos tiempos de escaso cambio, al leer a Cuenca, es fundamental recordar la alegoría sobre:

“… ¿cuál es el árbol más cantado de la literatura venezolana? En nuestra opinión, es el cactus. No lo ha sido el araguaney, proclamado como árbol típico, pues el oro de su copa solo luce en contados días de primavera; en cambio, el cardón ha sido preferido en los distintos géneros de la literatura venezolana. La razón estriba en que ese arbusto proletario, durante todo el año, en la lluvia o en la sequía, con polvo y sin flores, con los brazos desesperados, en mitad de la sabana, como un oso gigante, de color verde sombrío, levanta sus zarpas, sañudo y colérico, porque no es conformista, clama contra la injusticia en derredor, lanza al viento sus espinas contra las cabrías de petróleo; pero también, al que se le acerca con cariño, lo acoge con la ternura de su delicadas flores y con la pulpa suave y acuosa de sus grandes hojas. El cardón es el símbolo del dolor, del sacrificio, del heroísmo, de la pureza y de la ternura del pueblo venezolano.” (Cuenca: 1965, p.920)

En esta emblemática representación literaria, el árbol nacional no es el araguaney, considerado el más típico de Venezuela. Aunque se reconoce su belleza, simbolizada por el "oro de su copa", esta solo se manifiesta durante unos pocos días en florecimiento, lo que sugiere que su impacto es temporal y limitado. En contraste, el cardón se presenta como el árbol preferido en diversos géneros literarios a lo largo del tiempo, lo que indica su presencia constante y significativa en la cultura literaria del país.

El texto describe al cardón como un "arbusto proletario" que brilla en todas las estaciones, ya sea en épocas de lluvia o sequía. Se le atribuyen características que reflejan la resiliencia y fortaleza del pueblo venezolano y se menciona su naturaleza desesperada y colérica, simbolizando una rebelión contra la injusticia y las adversidades que enfrenta la sociedad. Sus "zarpas" levantadas y su actitud combativa representan su talante combativo, pero a pesar de su aspecto fuerte y a veces agresivo, el cardón tiene también otro rostro que ampara con delicadeza a quienes se le acercan con cariño, mostrando así una dualidad en su naturaleza:  puede ser tanto un símbolo de dolor y sacrificio, como de pureza y ternura. Insignia del Pueblo Venezolano, el cardón se erige como un símbolo, encapsulando sus luchas, su heroísmo, y su capacidad de amar y cuidar a los demás a pesar de las adversidades.

Esto sugiere que la identidad cultural venezolana está intrínsecamente ligada a su figura y que, en el recorrido del paisaje venezolano, el cardón se mantiene como el árbol más representado durante los últimos 100 años. Su prevalencia no solo se debe a su presencia constante, sino también a las ricas sugerencias que encarna, reflejando tanto las luchas como las cualidades equinocciales de la pequeña VeneZia.

Referencia:  

CUENCA, Humberto. “Teoría del paisaje venezolano” (1965). En: Mariano Picón Salas. Dos Siglos de Prosa Venezolana. Caracas: Ediciones Edime, 1965, p.915

Fuente imagen: rorocando

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