El cautiverio de Páez |
Escrito por Luis Perozo Padua | X: @LuisPerozoPadua |
Jueves, 27 de Marzo de 2025 05:38 |
La gloria pasada se desdibujaba entre los muros fríos de su celda, mientras la brisa marina de Cumaná entraba por una estrecha rendija, testigo mudo de su infortunio. José Antonio Páez, el hombre que una vez cabalgó victorioso en Las Queseras del Medio y Carabobo, ahora danzaba sobre el suelo húmedo de su prisión, no por placer, sino por desesperación. El 2 de septiembre de 1849, acompañado de su hijo Ramón, José Antonio Páez emprendió el calamitoso viaje que marcaría uno de los episodios más oscuros de su vida. Escoltado por las columnas de Ezequiel Zamora, el otrora caudillo de los Llanos fue trasladado de Valencia a Caracas, cargando pesados grillos por órdenes del gobernador de la Provincia de Carabobo, Joaquín Herrera, bajo un ambiente de hostilidad cuidadosamente orquestado. A lo largo del trayecto, multitudes incitadas por la propaganda del gobierno gritaban “¡Muera Páez!”, mientras Zamora, implacable en su deseo de humillarlo, permitía que los insultos se multiplicaran. Prisión y humillación Esta no era la primera vez que Páez enfrentaba la cárcel y el destierro. Años antes, el 15 de agosto de 1848, tras el fracaso de su revolución para derrocar al gobierno de José Tadeo Monagas, el viejo general firmó su rendición en Vallecito, cerca de Valencia. Allí, entregó sus armas al enviado de Monagas, el general y héroe independentista José Laurencio Silva, con la esperanza de que se respetaran los términos de la capitulación. Sin embargo, su derrota no fue solo militar, sino también moral. Entró a Valencia cabizbajo y esposado, montado en su cabalgadura, mientras la multitud lo recibía con insultos. Algunos le lanzaban frutas podridas, otros lo escupían y lo ridiculizaban con el apodo de “Rey de los araguatos”. Una columna de infantería escoltó al conspirador y dos veces indultado Páez, detrás de él, caminaban taciturnos más de 600 prisioneros de su revolución. Monagas, su antiguo aliado y compadre, decretó su destierro, pero antes de enviarlo fuera del país ordenó que permaneciera bajo estricta custodia. Desde Valencia fue trasladado a Caracas y, posteriormente, confinado en el Castillo de San Antonio de la Eminencia de Cumaná, el 18 de septiembre del año 49, una fortaleza sombría donde la humedad y el aislamiento cobraban factura a sus prisioneros. Tuvo que pasar dieciocho meses encerrado en una celda diminuta, sin ventana, donde apenas podía moverse. Los días transcurrían lentos y desesperantes entre sufrimientos físicos y espirituales. Un oficial le llevaba alimento una vez al día, pero tenía prohibido hablar con él. No recibía visitas, no podía comunicarse con su familia ni escribir cartas. aislado de todo contacto por orden del comandante Manuel Quiaro, responsable de la seguridad del castillo. El único respiro de aire fresco lo obtenía al pegar su rostro al suelo, buscando el tenue hilo de brisa que se filtraba bajo la puerta. Ante estas condiciones inhumanas, el 5 de febrero de 1850, Páez escribió una carta desde su prisión, dirigida al presidente Monagas y al Congreso Nacional. En ella, denunciaba su encierro, el maltrato recibido y la violación de los términos de su rendición en Macapo el 15 de agosto de 1849: “De cárcel en cárcel he sido conducido hasta esta fortaleza, y aquí se pretende apurar la copa de mi sufrimiento. Espero que la Providencia no me privará de las fuerzas que hasta ahora me ha concedido para resistir tanto ultraje…” Y remite otra misiva al presidente del Congreso increpándole: “Encerrado en esta fortaleza, y oprimido por los ejecutores de vuestra severísimas ordenes...desaprobasteis aquel convenio, que me hizo soltar las armas con entera confianza, os apoderasteis de mi persona y la de mis compañeros, y cuando se nos vio desarmados se ensayaron contra nosotros las más horribles venganzas...Después que por un decreto remitisteis el juicio al que me creíste sujeto ¿con qué derecho se me detiene y se me maltrata de la manera que se hace...” La misiva, escrita con un tono de protesta y dignidad, era el testimonio de un hombre que se negaba a morir en el olvido. Páez advertía que su reclusión no tenía justificación legal y que su confinamiento no era más que una condena a la muerte lenta. Una vez que la comunicación arribó a su destino, el 8 de febrero, por mandato expreso del Congreso, decidió interrumpir todo tipo de comunicación con Páez, no limitándose únicamente a la correspondencia, sino abarcando también el contacto con sus hijas. Asimismo, bajo el argumento de que no debía usar su derecho a comunicarse para criticar al gobierno. Con la finalidad de evitar que el general generara mayores inconvenientes, el régimen optó por relevar con frecuencia a los guardias de la guarnición del castillo, movido por la sospecha y la desconfianza. Además, el 26 de febrero se prohibió a las hijas del general Páez permanecer en la provincia de Cumaná, lo que suscitó una enérgica protesta por parte de ellas, quienes aseguraban contar con sólidas razones para residir en la ciudad durante algún tiempo. Dominga Ortíz, su esposa también hizo lo propio, pero con más intensidad, y también con argucias le fue negada. Extrañado por decreto Blas Bruzual, gobernador de la provincia de Caracas durante el gobierno de José Tadeo en 1849 y asesor leal del mismo, se distinguía como uno de los detractores acérrimos de Páez. Bruzual lamentaba la reciente abolición de la pena de muerte, ocurrida el 3 de abril de 1849, deseando fervientemente que se hubiera aplicado al centauro llanero. Durante dieciocho meses, el general Páez sufrió un encierro cruel en el Castillo de San Antonio, donde el aislamiento, la indignidad y la enfermedad marcaron sus días. Las condiciones insalubres y la constante humedad deterioraron su salud, provocándole una grave congestión tanto pulmonar como cerebral, extensa bronquitis y convulsiones, además de hinchazón de pies y piernas. La comunidad cumanesa, sin embargo, no permaneció indiferente. Impulsados por la compasión y el respeto hacia el general, los ciudadanos exigieron que se mejoraran las condiciones de su cautiverio. Ante la creciente presión popular, el gobierno cedió y lo trasladó a una celda menos severa. Además, tras reiteradas solicitudes, el 28 de enero de 1850 se le permitió el ingreso a la fortaleza de San Antonio cada ocho días para que sus hijas, Juana de Dios Páez de Francia y Úrsula Páez, pudieran visitarlo. La indignación popular llegó a tal punto que obligó al régimen a tomar una decisión definitiva: la liberación de Páez, aunque condicionada al destierro perpetuo. Así, el 6 de abril, el Poder Ejecutivo decretó su salida del país en un buque de guerra. Al día siguiente, el 7 de abril de 1850, se publicó en gaceta el decreto legislativo de 25 de marzo rubricado por el presidente José Tadeo Monagas, que disponía medidas contra José Antonio Páez y sus cómplices en las revoluciones de 1848 y 1849. Dicho decreto, que lo calificaba de traidor por haber ensangrentado la patria, establecía en su primer artículo la expulsión perpetua de Páez del territorio de la República; en el segundo, que todos los involucrados en las revoluciones, sean civiles, militares o eclesiásticos, sólo podrían retornar con permiso del Congreso; y en el cuarto, que se les retirarían grados, títulos, empleos y condecoraciones, derivando en la eliminación de su nombre de la lista militar. Además, el artículo sexto deroga el decreto de 14 de mayo de 1836, que había concedido honores y recompensas a Páez. El 3 de mayo de 1850, el Ministerio de Interior y Justicia autorizó que la señora Dominga Ortiz, junto con cualquier otro miembro de la familia, acompañara al general en el buque que lo llevaría fuera del país. El 23 de mayo de 1850, en una escena conmovedora, dieciséis jóvenes cumanesas vestidas de blanco desafiaron el cerco militar para escoltarlo hasta la playa de El Salado. En silencio y con su honor restaurado, Páez abordó el vapor de guerra El Libertador que lo llevaría al exilio en Saint Thomas, un gesto cargado de simbolismo que reflejaba el reconocimiento de un pueblo que, más allá de las luchas políticas, comprendía la grandeza del hombre que ayudó a forjar la República. El destino de un héroe El cautiverio de Páez no solo evidenció la ingratitud con la que la historia suele tratar a sus héroes, sino también la resistencia de un espíritu indomable. A pesar de la humillación y el sufrimiento, su nombre siguió resonando en la memoria venezolana como el eco de una época en la que la guerra, la traición y la lealtad se entrelazaban en un destino incierto, aunque Páez volverá a Venezuela el 18 de diciembre de 1858 a solicitud del presidente Julián Castro y de la Convención de Valencia, luego que le fueron restituidos, el cargo militar, su sueldo y las propiedades confiscadas a él y los de su esposa, para que se encargue del ejército y la pacificación del país convulsionado por el alzamiento de los promonaguistas, liberales y federalistas. Este relato está basado en la Autobiografía del General José Antonio Páez, volumen 2, capítulo XXXVIII, correspondiente a los años 1847–1850, Nueva York, H. R. Heliot, 1946.
Esta dirección electrónica esta protegida contra spam bots. Necesita activar JavaScript para visualizarla
|
Dependencia de la IA: ¿Amenaza al pensamiento crítico en la educación?José Luis Rangel, de ESET Venezuela, analiza la creciente integración de la Inteligencia Artificial (IA) en la educación, señalando tanto sus ventajas como sus riesgos. |
ABV reconoce el Liderazgo Femenino en la Banca con el Premio Laury de CraccoEn el marco del Foro sobre Equidad y Liderazgo Femenino en el sector bancario, la Asociación Bancaria de Venezuela (ABV) |
Ola de calor: El Hatillo implementa acciones para proteger a sus ciudadanosAnte la alerta del INAMEH sobre una posible ola de calor en Venezuela debido a la sequía global, la Alcaldía de El Hatillo ha activado un plan |
"Teoría del sacrificio": un drama teatral sobre discapacidad y familiaEl grupo teatral venezolano Fereteatro regresa a escena con su octava producción, "Teoría del Sacrificio". |
Encuentro en El Nacional: Juana Sujo y Juan Liscano en escenaLa obra teatral "Juana y Juan – Sujo y Liscano –" es un breve diálogo en un acto que recrea un encuentro entre el intelectual caraqueño Juan Liscano y la destacada actriz argentina Juana Sujo. |
El cautiverio de PáezLas cadenas que aprisionaban su cuerpo eran ligeras comparadas con el peso del desprecio que caía sobre él. |
El Poder Judicial: muro de contención de TrumpEl enfrentamiento entre el Poder Judicial y la Casa Blanca, que se ha expresado en el bloqueo por parte de varios jueces |
Donald Trump y los aranceles selectivos o secundarios en el caso de Venezuela"Si pones comunistas a cargo del desierto del Sahara, en cinco años habrá escasez de arena”. Esta frase se atribuye a Winston Churchill. |
Ramón Jota, el descentralizadorEl jueves de la semana pasada entregamos el Premio “Ramón J. Velásquez” a Eduardo Meier García, |
Política, nación, justicia“Cuando un sistema político solicita o se deja imponer un padre, podrá ser cualquier cosa, menos una democracia”. |
Siganos en