Auschwitz: tan lejos y tan cerca
Escrito por Carlos Balladares C. | X: @Profeballa   
Jueves, 30 de Enero de 2025 00:00

altLa pesadilla duró muchos años y durante todo ese tiempo soñábamos con nuestra liberación. (...) Era muy difícil imaginar  

que más allá de las alambradas de púas existiera un mundo donde nadie me perseguiría y donde no tendría que esconderme más. Era casi imposible figurarme que no debía tener más miedo.            

A mí se me había olvidado cómo era la vida de un ser libre (Trudy Spira, 2011, Regreso a Auschwitz, pp. 177- 178).

El lunes pasado (27 de enero) los canales de noticias, todas las cuentas de las redes sociales relativas a historia y en especial las relacionadas con el pueblo y la cultura judía; nos recordaron el momento que el Ejército Rojo llegó al campo de concentración y exterminio de Auschwitz. También se dieron varios encuentros, incluyendo en el propio “konzentrationlager” donde los pocos sobrevivientes que siguen con vida volvieron al campo y recordaron los que no tuvieron su suerte. Aquellos que dejaron su vida en cualquier rincón de esa máquina de matar que era parte de un sistema nacido de la utopía moderna. ¿Se puede decir algo nuevo sobre este horror? La verdad es que cada nueva generación tiene el deber de hablar sobre Auschwitz, hacer vida sus enseñanzas y recordar a las víctimas.

De niño al conocer la historia del Holocausto siempre me pareció una realidad muy lejana tanto en lo geográfico como en lo temporal, y en este último aspecto solo habían pasado 35 años. Pero en lo que respecta al afecto desde ese instante siempre he tenido una profunda cercanía con todos los judíos. Más adelante en mi vida, al hacerme más católico me hice inevitablemente más judío, y creo que esto no requiere explicación. Amar a Cristo, a su madre, a su padre en la Tierra, a los apóstoles... ¡todos son judíos! ¡y yo quiero ser cómo ellos! Y no se reduce a algo exclusivamente religioso porque son humanos como nosotros, y sufrimos con ellos en nuestra humanidad. Al mismo tiempo al ser los nazis también parte de nuestra misma especie, en nosotros está el peligro de seguir el lado oscuro. Al recordar a Auschwitz y la Shoá, al no mirarla de lejos sino muy de cerca, ayudaremos a que no vuelva a renacer.

En mi adolescencia, al vivir en San Bernardino, tuve varios vecinos judíos y poco a poco descubrí que tres de ellos eran sobrevivientes. Lamentablemente no tenía desarrollado totalmente el hábito arqueológico del historiador que ahora tengo, y no dejé registro de mis conversas con ellos y en especial de sus nombres. La primera fue una abuelita con la que pasé una tarde hablando de su experiencia en un campo de exterminio y me mostró el número tatuado, mi impresión fue grande pero su nombre y apellido se me escapan. Ya en mis tempranos 20 cuando mi fiebre por la Segunda Guerra Mundial estaba recomenzando con más fuerza, hablé con el matrimonio Helmans (Z’L) (no recuerdo sus nombres ni si está bien escrito). La señora Helmans fue la que contó la experiencia de su marido que había estado en Auschwitz, porque él no podía hablar sin quebrarse al ser el único que sobrevivió de sus padres, abuelos y hermanos. Ambos eran polacos y ella se salvó porque fue “adoptada” por una familia católica que la hizo pasar como su hija. Al final del relato, el señor Helmans dijo solo estas palabras: “Carlos, el ser humano tiene el poder de resistir al mal incluso en las peores condiciones, siempre y cuando no pierda las esperanzas”. Ya más que cercanía era una gran admiración.

A los 26 años conocí a la señora Annie Walg de Reinfeld (Z’L) por pura casualidad al comprar unas galletas holandesas en Boleita Norte. Hablamos y hablamos de su experiencia en el campo de tránsito en Holanda: Theresienstadt, luego Auschwitz y finalmente Merzdorf donde la liberaron los rusos. En un curso que dicté sobre el totalitarismo nazi nos acompañó con su testimonio, y lamentablemente no busqué una cámara para tener un recuerdo de ese momento. Nunca olvidaré que llevó la estrella de David que hizo su madre para cumplir con la obligación de los ocupantes nazis de tenerla en su ropa. Tocar esa reliquia al mismo tiempo que volvía a escuchar su historia me causó una inmensa impresión. Posteriormente al ser profesor universitario conocí a la señora Trudy Spira (Z’L) en el 2003 en la UCAB, y relató su experiencia en varias de mis clases y luego en la Universidad Monteávila (UMA). De ella sí tengo varias fotos juntos, y guardo con un cariño especial aquella vez que la llevé del brazo desde el aula hasta el estacionamiento, y me dijo: “Carlos, cada vez que doy mi testimonio, quedo totalmente agotada y ya no puedo hacer más nada por todo el día”. Me dedicó su libro: “Para el profesor Carlos Balladares con gran estima y admiración” (febrero, 2013). Y por esas cosas de la vida fui profesor en la UMA de su nieto Bryan Spira, un joven muy bueno que heredó los valores de su maravillosa familia.

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Otros venezolanos sobrevivientes del Holocausto que conocí personalmente y me dedicaron sus memorias con gran generosidad fueron los esposos Hillo y Klara Ostfeld, cuyo testimonio nos dejaron sin palabras. Por mi parte, en todos los cursos que dicto (universidad, bachillerato, charlas) y también en mis redes sociales o en conversaciones normales; en algún momento hablo de la Shoá. Hoy solo escribí de los héroes que conocí en persona, pero me falta contar todos aquellos que al leerlos han configurado mis valores y forma de vida (por solo nombrar dos: Victor Frankl y Primo Levi). Con preocupación veo como en el presente mis alumnos, tanto adolescentes como jóvenes adultos, ignoran lo ocurrido, o su conocimiento es tan superficial sobre los hechos que no le dan el valor debido. No toman consciencia que de su recuerdo y comprensión dependen que los derechos humanos, las libertades y la democracia sigan existiendo.

La señora Trudy Spira nos dejó un 27 de enero de 2014. No creo que sea casualidad, porque ella misma dijo: “el día de la liberación siempre fue mi segundo cumpleaños porque había vuelto a nacer; y todo lo que otros consideran casualidades yo no las considero como tal, sino que son la clara muestra de la intervención divina”. Y al concluir, afirmaba: “Ya fue suficientemente trágico que el humo de las chimeneas se llevase millones de vidas inocentes: no podemos permitir que no se les recuerde debidamente”.

|*|: Fotos Trudy Spira, Espacio Anna Frank

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