Escribiendo en tierra de nadie |
Escrito por Alirio Pérez Lo Presti | X: @perezlopresti |
Martes, 29 de Agosto de 2023 00:17 |
Por tratar con palabras e ideas, flirtear con la política tiende a ser un campo al cual se puede entrar con facilidad. Ese terreno proverbialmente peligroso lleva implícito varios elementos: 1. Lo político tiende a ser expresado a través de lo ideológico, siendo toda ideología una chaqueta de fuerza que impide pensar de manera creativa. Lo ideológico le pone límites al pensamiento y el carácter artístico de una obra se debilita o fallece. Los relativamente recientes regímenes totalitarios fueron el ejemplo para ilustrar esta afirmación. También lo son las nuevas sociedades contemporáneas que cercenan la libertad del individuo. 2. Una vez que se planta en el terreno de lo político, lo escrito se vuelve chabacano. El análisis político, en general, no requiere mucho esfuerzo, porque los lentes con los cuales mira la realidad el analista ya vienen con fórmulas prefabricadas. No tiene mucho valor la declamación de panfletos. 3. La capacidad de trascendencia de una obra se ve cuestionada por la visión politizada de quien la percibe. De ahí que vemos con tanta frecuencia que se intenta encasillar en una dimensión política a un escritor, cuando eso es apenas una de las aristas de las cuales se puede amalgamar una expresión artística. El encasillamiento al otro, sin un análisis más concienzudo, generalmente es una expresión de mediocridad ramplona. Sudando para trascender Premios y reconocimientos son buscados para que la obra literaria no fallezca en el curso del tiempo. El problema es que las premiaciones tienen su buena dosis de adulación o de tener una corte de seguidores miopes y fascinados por lo ideológico que van haciendo presión para poder consagrar a un autor. De ahí que conocemos personas que a duras penas recibieron reconocimientos por su obra en vida y la misma es tan relevante que logra sobrevivir al paso del tiempo. Lo contrario también ocurre. Escritores inflados en su momento, de quienes después nadie se acuerda. Pareciera que una buena dosis de capricho y arbitrariedad va de la mano con el buen gusto. Del buen gusto al concepto de cultura de élite hay un paso. Élites y élites La cultura tiende a ser elitista en un doble sentido: o porque desde lo popular es arropada por las élites que la preconizan y la elevan o porque desde lo elitista se popularice. Ambos sentidos llevan al mismo lugar. La cultura termina por ser celosamente custodiada por grupos que se encargan de su preservación y alcance. En este mismo sentido, los occidentales propendemos a valorar el arte desde la perspectiva del sujeto por encima de las manifestaciones de carácter colectivista. El artista, por lo tanto, independientemente de su origen, por ser artista, a la manera occidental, es una expresión de lo más depurado de la élite de una sociedad. Este punto, que suele generar malestar y tensión en algunas personas, se va cimentando conforme pasa el tiempo y el individuo se ubica en un plano que está más allá de la muchedumbre en el caso de que su obra tenga valor perdurable en el tiempo. El individuo logra que su obra se popularice, precisamente porque su arte no es de carácter colectivo. Duro lo que perdura ¿Qué tiende a perdurar con los años? En primer lugar, aquellas expresiones culturales que fueron salvaguardadas por élites, llámense academias, universidades, estructuras religiosas, fundaciones y otras agrupaciones que posean el talante de guardianes del conocimiento. En segundo lugar, aquello que, por su valor, propenda a ser apreciado por un grupo de personas, independientemente del lugar y del tiempo. Lo que damos el carácter de “obra relevante”, llámese novela, ensayo, poesía o cualquier otra manifestación escrita, es aquello que coquetea con la inmortalidad o propenda a generar un discurso que tienda a la universalidad. ¿Qué desaparece con los años? Aquello que no logra ser resguardado por las élites o que pierda la capacidad de ser apreciado por un grupo de personas. Del pueblo al universo Desde lo particular, se puede generar un discurso que se universalice. Usando un pequeño ejemplo, se pueden dinamitar las ideas al punto de hacerlas volar por los aires. Si se pretende hacer un discurso universal sin tener presente que en realidad partimos de ideas concretas y recreamos situaciones relativamente comunes, lo más probable es que no se llegue a ninguna parte. De pequeñas historias que van creciendo en relación con su capacidad de ser conocidas por muchas personas, está llena la historia de la cultura. Lo anterior nos lleva nuevamente a plantearnos la importancia del desarrollo artístico desde la instancia individual, ajena al colectivismo, que tiende a castrar a quien trata de hacer el esfuerzo de pensar por cuenta propia. Ninguna condición es tan penosa como la de las masas que intentan ahogar la voz que es capaz de imponerse por encima de grandes mayorías sin mucho peso real. Es la eterna lucha entre la excelencia y lo mediano repetida una y muchas veces en el curso del tiempo.
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