Cuatro perfiles |
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj |
Martes, 30 de Julio de 2013 07:35 |
![]() Tratamos de un ensayo bien escrito que, por cierto, amén de reivindicar literalmente las notas a pie de página, aborda el problema con una exactitud jurídica y una precisión política también infrecuentes. La instancia parlamentaria cuenta con una naturaleza representativa tal que es la que explica una convincente y viable participación ciudadana, el Reglamento Interior y de Debates ha de expresar fielmente la voluntad calificada de los miembros de la Asamblea Nacional, siendo indispensable reforzar el estatuto jurídico y controlar los actos de los decisores parlamentarios, los cuales tienen la urgencia de recobrar su independencia como órgano del Poder Público. En definitiva, significa reinstitucionalizar una herramienta indispensable para el debate, conquistando las condiciones y el escenario que hagan del diálogo un resultado confiable, e – incluso – una manifestación del propio Estado Democrático y Social de Derecho y de Justicia, en lugar de la mendicidad de una reconciliación burlada. Al “incoar la reflexión” (40), sobreentendemos esta demanda política en el contexto de las específicas y duras vicisitudes que confrontamos, al ratificar que la participación e – infaltable - el protagonismo, constituyen una estafa orientada a desaplicar la vigente Constitución de la República o, sincerando el juicio, celebrar una “coartada para la destrucción del Estado democrático” (57). Dudando razonablemente de la voluntad consciente del constituyente (90), a la postre ha sido reemplazada por los circunstanciales apremios del oficialismo que ha convertido en doctrina su misma supervivencia. Ya no se trata de los cambios cínicos de la reglamentación interna o de su caprichosa interpretación, sino – además de habilitar al Ejecutivo Nacional como una aspiración permanente, aunque la normativa y los hechos lo contravengan - incurre en la temeridad de tipificar el llamado fraude electoral que opera en el seno de la Asamblea Nacional (98 ss.), por si fuese poco, como un detonante del miedo que los hace sospechosos, impidiendo toda relación personal o política en nombre de un sectarismo que los preserva de toda tentación de cordialidad. La bancada oficialista asume que por sí, y en si misma, sintetiza la institucionalidad parlamentaria, desembocando en acciones que impidan o traten de impedir el desarrollo y hasta la propia existencia de liderazgos como el de Richard Mardo. Por cierto, con una capacidad tal de mentir para procesarlo que, a confesión de algunos que tímidamente lo deslizan, a propósito de un brevísimo café, aterroriza a los diputados subalternos del PSUV. Evitando cualquier desviación de los temas específicos ulteriores, Matheus enuncia las posibles salidas a la crisis política (y constitucional). Invoca el realismo para una reforma y adecuación de la Carta de 1999, contrario a un desconocimiento favorable a la de 1961 (39 s.), aunque – nos parece – un nuevo proceso constituyente puede responder a una emergencia netamente política que ha agudizado - quizá en forma involuntaria - el madurato, más allá de las reparaciones y ajustes propios de la ingeniería constitucional. Podemos sumar a los aspectos esenciales que diligentemente trata Matheus, otros relativamente secundarios: la recuperación de las prácticas parlamentarias que se hicieron una tradición, el desarrollo y la institucionalización de las fracciones ahora francamente ignoradas, o los avatares del denominado régimen de representación. Insoslayable, la actualización del parlamento pasa por la de los partidos políticos a los que, ya comprobado, no basta la generosa presunción de democráticos, por fuera y por dentro (96). Seguramente, el importante ensayo de Matheus anuncia otro más extenso, por el cual ya batirá sus tinteros. La transición democrática obliga a un parlamento que sea tal, realizando la vocación de un liderazgo que ha de redescubrir la política y su (s) trascendencia (s). @luisbarraganj |
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