¿Para quién escribe el novelista?
Escrito por Atanasio Alegre   
Sábado, 02 de Febrero de 2013 08:01

altNaturalmente, para sus lectores. Lo que pasa es que los lectores pueden ser de índole distinta. Cuando Antonio Muñoz Molina escribió "El invierno en Lisboa" tenía en mente no tanto al lector común, sino al resto de los escritores en cuyas filas pensaba ingresar. Sucedió igual con Todas las almas de Javier Marías. Fueron dos novelas con las que los autores solicitaban la atención de la gente del oficio para dar aviso de que habían llegado. Logrado el propósito, es decir, la incorporación gremial, las cosas comenzarían a cambiar. Hoy estos dos escritores españoles escriben sus novelas para lectores que consumen una edición tras otra, sin enterarse si pertenecen a la élite o al común.

Vila-Matas, otro de los grandes ­a quien los italianos consideran una suerte de antropófago literario por lo mucho que tiene asimilados a los autores­, sigue escribiendo para adictos a la literatura.

La ambientación del tema, según los casos, puede referirse al presente o al pasado. Balzac aprovechó al máximo el ocio que comenzaba a experimentar la mujer de entonces para entretener sus horas vacías contándoles lo que pasaba en la calle.

De modo que sea de una manera o de otra, es decir, actualizando el pasado o novelando el presente, el novelista escribe de acuerdo a la recepción que espera encontrar en el lector.

El éxito de la floreciente novela norteamericana, entre la saga familiar o la marcha de la sociedad, nos ilustra en este sentido. Norman Mailer, que fue un novelista de cuerpo entero, cercano al Nobel, hacía perder dinero a los editores, mientras que Tom Wolfe que publica una novela cada diez años sobre la rabiosa actualidad del americano común se hizo multimillonario desde la aparición de La feria de las vanidades. Venía del periodismo al que renovó, pero comparado con Mailer, sus novelas dejan mucho que desear.

No obstante, hay variantes. Brasil es un país donde florece una inmensa cantidad de novelistas desconocidos en el exterior que escriben para el consumo interno. En Francia, la novela presenta su cosecha por esta época, con la famosa rentré, que culmina en noviembre con la concesión del Premio Goncourt. Los franceses traducen poco a sus vecinos los españoles y estos les pagan con la misma moneda sin que novelas tan formidables como El arte francés de la guerra de Alexis Jenni o El mapa y el territorio de Houellcbeq representen un éxito de ventas. En Portugal, cuya literatura sigue siendo un oficio de filigrana, la prolífica obra de Antonio Lobo Antunes sigue abasteciendo a lectores tan inteligentes como los alemanes, sin que se haya logrado entender por qué si la Academia sueca quería premiar a una literatura románica lo hubiera hecho con Vargas Llosa y no con Lobo Antunes (Manual de inquisidores y Buenas tardes a las cosas de aquí abajo lo reclamaban). Pero así son las cosas en una institución que dejó a Miguel Delibes, uno de los escritores más importantes en castellano de los últimos cien años, sin el máximo galardón.

Y aquí entre nosotros, en éste que he definido como el momento de la literatura, ¿para quién escribe el novelista venezolano? Sin ánimo de molestar, me parece que hay algo de contención en los autores ante lo que lo pueda decir el resto de los escritores, autores o no de novelas. El éxito apunta en todo caso a quienes cultivan la novela histórica. El presente interesa menos en razón de esa obsesión por el pasado que domina el acontecer. De modo que los relatos sobre el presente responden a un carácter periodístico afianzándose en esa figura del mundo griego clásico en virtud de la cual el futuro se hace sobre la base de un apotegma simplista para definir el futuro: si una vez pasó, ¿por qué no va a volver a pasar? Esa manera de afincarse en la historia ha obligado a historiadores importantes a copar el campo del periodismo, mientras que una buena parte de los periodistas han reemplazado al historiador en su labor.

Personalmente, me gustaría apuntar, sin desviar el agua a la propia acequia, que algunas de las novelas que he publicado sobre el tema venezolano están referidas al presente. Hace poco, un lector apuntaba sobre mi última entrega, Los mansos o el síndrome del paraíso, que leerla era como salir a la calle: las intrigas familiares, el dinero fácil, el riesgo y la viveza de que hay que servirse, para evadir la inseguridad y el malandraje para sacar la vida adelante en el país son ostensibles en la novela.

Aprecio esta visión del lector común por encima de quienes, de una manera o de otra, recomiendan: ¡con el presente no, por favor!

www.talcualdigital.com


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