Lluís Duch: Apología de lo humano
Escrito por Rafael Rattia   
Lunes, 18 de Junio de 2012 12:18

altDesde la segunda mitad del siglo XX, las Ciencias Humanas convirtieron la multidisciplariedad en una especie de Absoluto del mundo de los saberes. El multidisciplinarismo sirvió como una especie de coartada “científica” para auspiciar y legitimar un énfasis excesivo en la especialización y superespecialización tecno-científica, lo cual condujo inevitablemente al señorío de visiones del mundo fragmentadas y profundamente sesgadas de lo real; el resultado de esa concepción unilateral y unívoca del mundo olvidó que un rasgo distintivo y fundante de toda condición humana es su radical polifacetismo, o multivocidad tanto en el orden teórico-metodológico como en el ideológico y también político.

En los tiempos actuales, como contrapartida de aquél culto disciplinarista del conocimiento como compartimientos estancos, se viene rescatando la idea de modelos analíticos y de interpretación más plurales y congruentes con la idea de multidiversidad. En opinión de Duch, la visión perspectivistica del ser humano propagada por Nietzsche tuvo una influencia muy importante en los estudios filosóficos particularmente y en las ciencias sociales o humanas en general que aun puede constatarse. Duch en su lectura de Nietzsche nos dice: “comprender todo (…) significa no aprehender nada de nada”. En palabras de Luhman, en el campo de la reflexión científica, es imposible una verdad sin un componente de error. O sea, la verdad es tal si, y sólo si, comporta ella misma un razonable margen de error o de falibilidad.

En palabras del pensador francés Maurice Merleau-Ponty (1908-1961) “la objetividad absoluta y última es un sueño, mostrándonos que cada observación se halla estrictamente ligada a la posición del observador, que es inseparable de su situación, y rechazando de este modo la idea de un observador absoluto”. De tal manera que la antigua idea proverbial atribuida a Protágoras: “errarun humanun est”. La verdad, toda verdad acotamos nosotros, por ser un ámbito de constitución de la condición humana, está intrínsecamente y de manera inextricable unida al error.

Odo Marquard sostiene que “la atadura a la verdad es, ante todo, permiso para errar”.

Evidentemente, siempre será posible hallar una perspectiva relativamente “mejor” que la otra; porque dada la propia naturaleza ambigua y relativista de nuestro mundo, mejor dicho; de nuestra realidad, en un supuesto de que elijamos una perspectiva entre muchas, ella no será nunca la única perspectiva absoluta. A este respecto, Nietzsche afirma que “las ideas propias son las mejores para uno mismo sin que ello implique que sean forzosamente aceptables y buenas para todos”. Es bueno señalar aquí que lo que Nietzsche llama “las ideas propias” son hechuras históricas y como tales son ideas revisables, susceptibles de ser sometidas a reconsideraciones teóricas, sopena de caer en lo que Duch denomina la tentación del “solipsismo dogmático” que necesariamente tiende a imponer una cierta teleología canónica. Para evitar tal tentación es preciso ejercitar una constante “autocrítica” en el sano ejercicio de las Ciencias Humanas. En el plano de las ciencias sociales, tanto como en el del vivir y del convivir cotidiano, “el sujeto humano siempre es incapaz de emitir afirmaciones cognitivas definitivas acerca de sí mismo y del cualquier objeto”.  El punto de partida del ideario de Lluís Duch es que todo ser humano se caracteriza por un innato polifacetismo, lo cual conlleva en su propia esencia un proceso de construcción siempre provisional de la realidad. Por lo mismo que el ser humano es característicamente polifacético, también su esencia es políglota, pues sus habilidades antropolinguisticas lo pone en disposición de empalabrar e interpretar  en mundo en su inagotable proceso de humanización. Cabe destacar que dicha facultad hermenéutica y empalabradora lo obliga (al hombre) a hacerse cargo de un modo crítico y autocrítico al mismo tiempo de la realidad psico-socialmente construida o en proceso de construcción por el mismo hombre.

En medio de la creciente especialización de los saberes, Duch propone que el factor que debería operar como especie de bisagra unificadora debería ser una como “unidad en la diversidad” que tentativamente podría adoptar el nombre de una “apología de lo humano” que comportaría en sus contenidos un cultivo creador de polifacetismo de lo humano.

A riesgo de parecer un escándalo, Lluis Duch plantea que “las Ciencias Humanas, tomadas como una categoría genérica, no existen”; que lo que puede existir y efectivamente existe es “un espíritu de las ciencias humanas”. En otras palabras, en el lugar de las ciencias humanas, existen “un conjunto de representaciones que adquieren coherencia y unidad a partir del ejercicio de las prácticas y actividades intelectuales de quienes la practican.”

La taxonomía clásica proveniente de la tradición académica alemana entre “ciencias de la naturaleza” y “ciencias del espíritu” instauró distintos niveles heurísticos en la racionalidad explicativa y comprehensiva de lo humano. Así, las llamadas “ciencias del espíritu”, (según la terminología de la tradición científica alemana) fueron concebidas específicamente como las “humanidades” o las “ciencias humanas” en el registro terminológico de la tradición francesa.

De tal manera que las “ciencias humanas” se han dividido en dos grupos: las llamadas ciencias exactas, basadas en lo experimental, y las llamadas “ciencias hermenéuticas” que se abocan a percibir “la creatividad de las semánticas plurales de los textos y los contextos humanos. Estas “ciencias” “se fundamentan en la equivocidad del símbolo en su inagotable capacidad de remisión a lo todavía no presente, pasado y futuro”.

Los procesos herméticos están indisolublemente unidos a los procesos hermenéuticos. En la tradición medieval se estableció una distinción entre scientia y sapientia. Dice Duch, “estoy convencido de que el espíritu de las ciencias humanas tiene mucho que ver con una adecuada valoración de lo sapiencial que, por lo general, es expresión de lo experiencial.” Una dupla dialógica, no dialéctica: la sapiencia y la experiencia como una unidad indisoluble, no contradictoria, más bien complementaria en el ámbito del conocimiento de las ciencias humanas.

Un rasgo diferenciador entre las “ciencias de la naturaleza” y las “ciencias del espíritu” consiste en que las primeras operan casi siempre con signos, mientras que las segundas lo hacen la mayoría de las veces con símbolos.

La cultura es un conjunto múltiple y diverso de procesos reflexivos caracterizado por la presencia siempre activa del hombre siempre necesitado de continuas contextualizaciones. La naturaleza humana es por definición indefinible a priori; el hombre es un ser afectado por lo contingente y lo imprevisible. El símbolo es una huella distintiva del hombre y lo simbólico es el factor constitutivo y constituyente de todo lo que signa lo humano como tal. Por otra parte, las dos categorías fundamentales de lo humano: la continuidad y el cambio. Sostiene Duch que “en el día a día de nuestro vivir y convivir, el hombre afirma y reafirma la continuidad en el cambio y el cambio en la continuidad”, pues nunca el hombre está circunscrito en los límites de un conocimiento objetivo; porque la facultad que tiene el ser humano de aprehender intuitivamente al ser vivo de las cosas lo coloca en el umbral de la imaginación y de la radical simbolización. Por medio del símbolo podemos hacer presentable lo impresentable, tornar sensible lo inteligible. Desde tiempos inmemoriales, homo sapiens ha sido capaz de internarse en el insondable azar y lo abismal desconocido. El largo proceso de hominización del hombre que piensa lo ha conducido a transgredir lo instituido, lo normalizado, lo estatuido y lo históricamente constituido; en pocas palabras, las grandes verdades legitimadas por los intereses políticos, religiosos y culturales. Gracias al símbolo la imaginación se despliega y desborda como fuerza inexorable que moviliza la voluntad de vivir y transformar lo real, lo dado-constituido. Si existe un horizonte de posibilidades para las llamadas “ciencias humanas” ese es el símbolo; o mejor dicho, lo simbólico. Y qué es el símbolo después de todo? Nos dice el pensador alemán Gershom Scholem: “es un artefacto material o mental capaz de comunicar no aquello que es comunicable si no dirigido a comunicar lo no comunicable, lo inexpresable; aquello que hace mediatamente presente lo inmediatamente ausente”. Del símbolo se han ocupado magistralmente Tzvetan Todorov con su grandiosa obra “Simbolismo e interpretación” (Monte Avila editores, 1981) y, entre otros gigantes de la epistemología de las ciencias humanas, Michel Foucault con su sin igual estudio “Las palabras y las cosas”.

Duch establece una franja que distingue meridianamente la diferencia entre el concepto de razón en Foucault y Max Weber, por ejemplo: mientras que en Weber los peligros de la razón en un plano de excesiva racionalización de la Razón occidental, en Foucault “era la misma Razón, mejor dicho, su propia dinámica interna, la causante de todas las formas de dominación que se habían dado en la cultura occidental moderna. Nos gustaría ahondar acerca de estas diferencias entre ambos autores pero no es el caso ni propósito de este ensayo detenernos en ello.

El otro autor que rescata Duch en su “Apología de lo humano” es Maurice Merleau-Ponty en dos textos fundamentales para la comprensión de las ciencias humanas, “La metafísica del hombre” y “Signos” (1960) quien propone una “subjetividad radical de toda experiencia humana como tarea fundamental para las ciencias humanas”. La búsqueda e indagación filosófica de Merleau-Ponty alcanza “una síntesis feliz, creativa e inédita hasta entonces entre fenomenología, antropología y humanismo” dejando patentizado que las ciencias humanas a diferencia de las llamadas “ciencias duras o exactas” construyen su conocimiento sobre una base subjetiva que contribuye al desvelamiento de lo humano desde lo que Duch llama “una apología más efectiva y afectiva de lo humano.” En este contexto conviene recordar la agudeza y hondura de la reflexión del pensador Cornelius Castoriadis a propósito de “la sociedad imaginaria”: dice Castoriadis: “el sujeto humano, haga lo que haga, es siempre imaginante. La psique es siempre imaginación radical.” De lo que se infiere que el pasado no puede existir más que para un presente abierto al futuro, y en algún modo también creador de futuro, acotamos nosotros.


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