Siempre cabe la mejora |
Escrito por Teodoro Martínez Arán |
Viernes, 06 de Mayo de 2011 05:52 |
![]() Este modo de trabajar es un terrible desperdicio de inteligencia humana. A diferencia de los sistemas informáticos expertos en diagnóstico que se pudieren inventar, los sanitarios tenemos la “mala” costumbre de pensar en lo que siente o puede sentir el paciente en cada segundo que pasamos con él. Es un curioso hábito, una percepción empática más o menos consciente, un automatismo fruto de la formación y del contacto con el enfermo. Algo que nos hace detectar cuándo una rutina es agradable, cuándo el mismo protocolo de siempre no está yendo bien, o el porqué de que un paciente esté profundamente decepcionado con una impecable actuación técnica. Desde el celador al facultativo, todos somos capaces de descubrir los fallos de funcionamiento del sistema. Y esos fallos son lo que los expertos en Gestión de la Calidad llaman “la mina de oro”. “Quien tiene un defecto, tiene un tesoro”, suele decirse. Si somos capaces de que esa inexplicable insatisfacción ante lo que siempre ha funcionado nos chirríe en la aparente armonía de nuestro trabajo, hallaremos el modo de mejorar la forma en que atendemos a nuestros pacientes y de hacer mejor nuestro trabajo. Muchas veces el problema no es reconocer los aspectos mejorables de nuestro modo de trabajar, sino que nos creamos capaces de corregirlos por nosotros mismos. Debido a la escasa participación y capacidad de gestión de los profesionales sanitarios “de base”, muchos caemos en la tentación de escudarnos en nuestra condición de hormigas obreras para justificar la perpetuación de las rutinas. La ceguera puede disculparse, pero la indolencia no: podemos no detectar un problema hasta que llegue la persona lo suficientemente sensible, lo suficientemente elocuente, o con la que tengamos la suficiente empatía como para evidenciarlo; pero permitir que los errores conocidos sigan existiendo por no luchar para corregirlos no es la peor de las negligencias, que añade a la mala praxis la indiferencia al dolor ajeno. Lo peor de esta actitud pasiva es que parte de la falsa premisa de que nada podemos cambiar desde la trinchera. Muchos pequeños centros han obtenido resultados espectaculares en salud tras programas impulsados desde el ámbito profesional. En 1995, el pequeño hospital comarcal de Yecla, en la provincia española de Murcia, tenía el triste honor de poseer una las tasas de lactancia materna más bajas de toda la Unión Europea. Lejos de desanimar, este hecho fue la chispa que indignó a un pequeño grupo de profesionales y prendió la mecha del cambio. Cinco años después, sin más apoyo institucional que el que se pudieron procurar usando la seducción de la palabra y la persuasión amable, consiguieron ser galardonados por Unicef como Hospital Amigo de los Niños, en premio a sus buenas prácticas a favor del amamantamiento. No contentos con ello, en los años sucesivos desarrollaron un programa de optimización de la propia Estrategia Hospital Amigo de los Niños de la Organización Mundial de la Salud, con vistas a dar mayor participación a la mujer en el proceso de alimentación y crianza de sus hijos (programa Hasta Que Tú Quieras, HQTQ). Diez años más tarde, las tasas de lactancia materna publicadas por este grupo son una de las más altas de la literatura internacional, su programa goza de una gran aceptación social y de una sana contagiosidad hacia otras instituciones sanitarias cercanas. Los profesionales somos los abogados defensores para el paciente, y los fiscales para el sistema. Somos capaces de cambiar lo que conocemos mejor que nadie, para aquellos que nadie conoce como nosotros. Sabemos dónde están las vetas de yeso en nuestras áreas de salud, en los que sembrar es un esfuerzo baldío, y en qué zonas se criarán los mejores proyectos con sólo plantarlos. Somos responsables de la cosecha que se obtenga en nuestra parcela, para bueno y para malo. Médico, especialista en pediatría |
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