El “Monstruo de Mazan”
Escrito por Omar Estacio Z. | X: @omarestacio   
Viernes, 25 de Octubre de 2024 00:00

altAvanza, en Aviñón, Francia, el juicio contra Dominique Pélicot, el hombre de 70 años que durante una década drogó a su mujer,

Gisèle, para prostituirla mientras esta última se hallaba “sonámbula y obediente”.

Entre los acusados junto a Pélicot, en ese proceso sin precedentes, hay bomberos, soldados, policías, médicos, periodistas, abogados, expertos en informática. Algunos ya se han declarado culpables. Otros, reclaman inocencia. Aducen que  se “limitaban” a pagar el precio que les pedía el marido proxeneta, quien les aseguraba que alguna fantasía de la víctima la compelía a fingirse dormida durante sus apareamientos, ante la presencia del propio Pélicot, en el mismísimo lecho conyugal, de Mazan, Vaucluse, un poblado francés de apenas 6.300 almas.  

Durante el día “El Monstruo de Mazan”, título que como veremos se ha ganado a pulso de su depravación, era un esposo y padre ejemplar, con tres hijos y cinco nietos que lo “adoraban”. Pero en las noches, mutaba. 

“Todavía no entiendo porqué, no puedo entender, cómo se desmoronó mi existencia; cómo pudiste traicionarme de esta manera” le enrostró la víctima a su excompañero de toda la vida, el miércoles de esta misma semana, desde el estrado de testigos del salón de audiencias, atestado de gente procedente de todos los rincones del país.

El acusado principal del caso, le confesó al juez apenas se abrió el juicio, que comenzó a drogar a su esposa para poder tener relaciones sexuales a las que élla se negaba cuando estaba consciente. Después se dedicó a vender los “servicios” de Gisèle a través de los numerosos portales de “sexo atrevido” que pululan por la Internet.  La hoy abuela de 71 años, se hallaba inconsciente durante las violaciones. Como consecuencia de haber sido drogada, siempre sin su    consentimiento, hay que remarcarlo, la infortunada hoy  sufre de lagunas en la memoria, caída del cabello, pérdida de peso y  frecuentes  depresiones anímicas.  

La tormenta la desencadenó la compulsiva fisgonería del “Monstruo”, arrestado, in fraganti, a finales de 2020 por videograbar subrepticiamente, lo que había bajo las faldas de las clientas de una tienda de comestibles. Cuando la policía profundizó las pesquisas correspondientes, halló entre las pertenencias del sospechoso, varios dispositivos electrónicos, contentivos de fotografías y vídeos en los que la señora Pélicot aparecía siendo agredida sexualmente por los demandantes de las intermediaciones “amorosas” de Pèlicot. De los 80 sospechosos que aparecen en el material gráfico, las autoridades sólo pudieron localizar y acusar 50 de los depravados.

La víctima de tal drama luchó para que los pormenores del mismo se hicieran públicos y que referidos videos se exhibieran en la audiencia pública del juicio como prueba irrefutable. Mirarlos, argumentó su abogado, era “mirar una violación directamente a los ojos”.

La parafilia sexual ha existido desde que el mundo es mundo. 

El llamado candaulismo, en el caso específico de Péricot o el placer por contemplar a la propia esposa teniendo relaciones sexuales con un tercero, deriva tal denominación de un episodio de las Historias de Heródoto. Candaules, antiguo rey  griego del siglo VIII a. C., ideó todo un complot para mostrarle su consorte, desnuda a uno de los siervos del palacio real.  

En el juicio de Aviñón han sentado en el banquillo, junto a los referidos acusados, a la Internet. Sin las incontroladas líneas calientes de las redes sociales las felonías seriadas de monsieur Pélicot no hubiesen sido posibles, qué duda cabe. Pero en tiempos del referido rey Candaules, no había redes sociales y por igual, la depravación existía.  

“No me mueve en este juicio un asunto personal. Quiero que mi caso sea inspiración para todas las víctimas de las agresiones sexuales en Francia. Que digan: ´Si la señora Pelicot lo hizo, nosotras también podemos hacerlo´. Las mujeres violadas no tenemos porqué sentirnos avergonzadas. Los  avergonzados deben ser ellos”  expresó  Gisèlle en su alegato final ante el juez, señalando con su dedo índice derecho, a la cincuentena  de acusados.


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