El Hospital Vargas, 50 años después
Escrito por Rafael Muci-Mendoza   
Viernes, 09 de Septiembre de 2011 06:15

altLos hospitales nacen, crecen, se desarrollan y hasta podrían morir... En países desarrollados, al lado del viejo nosocomio ­remozado­, se aprecia el resurgimiento de edificaciones modernas; ramas vigorosas impulsadas por la savia elaborada y fecunda del compromiso; así, que perviven en el tiempo. El Vargas fue construido en 1891 según los planos del famoso Hospital Lariboissiere de París; la diferencia es que aquél no se detuvo ni involucionó en el tiempo. El 5 de septiembre se cumplieron precisamente cincuenta años desde que con grande esperanza el doctor Francisco De Venanzi me imponía mi medalla de médico cirujano; la patria nos necesitaba a mis compañeros y a mí. Sabía que era un privilegio y que debía corresponder a ese don hasta donde mis talentos y mi decisión lo permitieran. Me enamoré de su historia, de la estatua del sabio Vargas, de sus pacientes, de sus largos pasillos y sus caladas arcadas ojivales; decidí que nunca más le dejaría y hasta ahora, he cumplido mi palabra.

Pero resulta que los hospitales como entes vivientes, casi como cuerpos humanos, hay que cuidarlos; el gran patólogo francés Xavier Bichat (1771-1802), fallecido a los 31 años, se erigió en padre de la histología y la patología modernas y fue estudioso de la fenomenología de la muerte, esa novia pálida.

Decía que la vida descansaba en un trípode vital constituido por el corazón (patriotismo y mística de médicos y funcionarios), el cerebro (políticas sanitarias claras y continuadas en el tiempo) y el tracto respiratorio (gente nueva con ideas novedosas) y que en el momento escogido, sucumbirían uno tras otro por efecto dominó.

Describió sus signos y síntomas: La turbidez y rancidez de la conciencia ciudadana que ha alcanzado en la última década profunda degeneración. El delirio de aquel hablar en futuro sin mostrar nada en el presente. La asfixia y el estertor agónico por falta de aire, por falta de recursos dimanados de robo o dilapidación. La arritmia mental de funcionarios apáticos y adulantes. El enlentecimiento cardíaco por incuria e indiferencia. La hipotermia de corazón y la facies hipocrática, prenuncio de la muerte, que ya se presiente en el responsable.

No necesito pues de diplomas, medallas ni botones; me basta con la satisfacción del deber cumplido y la sonrisa agradecida de mis pacientes pobres.

rafael@muci.mendoza

TC


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