| La maldición del populismo |
| Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs |
| Lunes, 22 de Agosto de 2011 01:52 |
Insólitos pero ya habituales caprichos de la red me llevaron, de la mano de un twitter inesperado, a dar de frente con una foto extraordinariamente reveladora, que bien podría ser considerada
una imagen palaciega. En ella se ve al presidente de Colombia, Don Juan Manuel Santos, con la presidente de Argentina Cristina Fernández. El, de riguroso traje azul y corbata de seda celeste, empalagoso, laqueado, con esa apostura de excelso cliente de la peluquería más cara y exclusiva de Bogotá. Y esa sonrisa de satisfacción que no lo abandona ni en los momentos más comprometidos. Ella, tan triunfadora y sonriente como él, aunque con un lejano dejo de melancolía, de luto estricto y muy velasqueño, como señora de la Corte de El Prado, piernas de tobillos tan propios de una matrona gallega.Es una foto en pose, clásica de una visita de Estado, que no tendría mayor significado si no fuera porque o ella o él, en una decisión posiblemente caprichosa, decidieron posar frente a un cuadro descomunal, como los inmensos óleos palaciegos que pintara Diego de Velázquez para Don Felipe IV, que muestra a la pareja presidencial que gobernara dictatorialmente a la República Argentina entre 1946 y 1952, año de la muerte de un cáncer fulminante de quien fuera considera la reina de los descamisados, Doña Eva Duarte, Evita. La pintura no tendría mayor valor artístico si no reflejara fielmente la estética de la época, propia de la iconografía de revistas de amas de casa y señoras de peluquerías en los años de la post guerra. Al verla recordé de inmediato alguna portada de una revista femenina llamada PARA TI. Pudo haber sido cualquier otra pareja de la época: Francisco Franco y Doña Pilar o Adolfo Hitler y Eva Braun, si por entonces la pareja de recién casados no hubiera estado calcinada entre las ruinas del Bunker del Tiergarten. Para mantener la simetría, y posiblemente sin tener conciencia del significado ominoso que salta de inmediato a la vista al ver a dos mandatarios electos democráticamente posando a los pies de una pareja que arrastró a la Argentina al primer imperio del caudillismo populista de América Latina, que le pusiera punto final al auge de la Argentina como potencia mundial, y cuyo influjo conformara los primeros atisbos del castrismo y una de sus últimas excrecencias, el chavismo venezolano, don Juan Manuel Santos escogió de sombra iconográfica protectora al también siempre sonriente Juan Domingo Perón – el hombre que no sudaba, como proclamaban maravilladas sus masas de seguidores - y ella, doña Cristina Fernández viuda de Kirchner, a la siempre deslumbrante Evita Duarte – barnizada de eternidad, malhablada como un matarife y procaz como una madame de Pigalle. Me pregunté de inmediato: ¿qué dirían ambos mandatarios si en una visita a la austera y discreta Angela Merkel, jefe de gobierno de la República Alemana, en el reconstruido Reichstag de Berlín, se encontraran en un salón protocolar con un cuadro de igual tamaño y similar estética representando a Adolf Hitler y Eva Braun? Por cierto, aliados de Juan Domingo Perón durante la Segunda Guerra Mundial. O en El Quirinal a Benito Mussolini, prohombre que gestara la personalidad política de Perón, con Rachele, su esposa? ¿Saben Juan Manuel Santos y la Sra. Kirchner sobre qué cenizas ideológicas posaban al tomarse esa foto? Temo muy seriamente que ni siquiera tengan conciencia de que haciéndolo, le rendían tributo a una siniestra tradición latinoamericana que, a pesar de los inmensos avances tecnológicos, políticos, sociales y económicos de la modernidad, la globalización y la ampliación universal de nuestra perspectiva científica, continúa tan vigente como en los tiempos de Rómulo Gallegos y Doña Bárbara. Encadenándonos al subdesarrollo, al estatismo, a la estupidez. La perseverancia del caudillismo autocrático, la barbarie de la violencia como arma política, la sumisión espiritual de las grandes mayorías a proyectos trasnochados y delirantes que lastran nuestros esfuerzos emancipadores y nos anclan a las tinieblas de montoneras y caudillos de siglos pasados. Perón fue el gran aliado de los tiranos bananeros de mediados del siglo XX. Sus protectores eran Chapita Trujillo, Marcos Pérez Jiménez, Fulgencio Batista, Rojas Pinilla, Alfredo Stroessner, Carlos Ibáñez del Campo. Supo, en premonitorio y astuto distanciamiento de todos ellos, encontrar en las masas de desarrapados– los cabecitas negras - la clave de su sostén político. Fue la enseñanza que extrajo del nazismo alemán y del fascismo italiano. La misma que sustentara a Fidel Castro y hoy aún mantiene en el poder a Hugo Chávez, ese “factor de estabilidad de Venezuela”, en palabras del confitado Juan Manuel Santos. No toco el tema por veleidad pictórica o capricho de crítico de la cultura. Lo traigo a colación porque temo, y con suficientes elementos de juicio, que parte muy importante de la oposición venezolana aún se encandila con el perverso encantamiento del populismo, último parapeto de una izquierda venezolana que no termina de romper el cordón umbilical que la ata al castro chavismo. No por casualidad sirvió en su momento de plataforma político financiera del monstruo que ella misma armara, para fabricar luego el caballo de Troya de la alianza política que llevara al caudillismo militarista y autocrático al Poder. |
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