La zona de confort
Escrito por Daniel Romero Pernalete   
Lunes, 22 de Agosto de 2011 07:41

altLa rutina nos atornilla en nuestra zona de confort. Nos acuna la sensación de seguridad que ella proporciona. Vida y familia, trabajo y propiedades, parecen estar a buen resguardo

en nuestra zona de confort. Ella establece los límites de nuestras actitudes y conductas. Nos aislamos del país para que sus estremecimientos no nos sacudan. Decidimos no ver, ni oír ni hablar para pasar desapercibidos. Casi que nos limitamos a vegetar.

Mientras nos movemos en la zona de confort, los riesgos sólo parecen existir para otros. Las amenazas quedan afuera. Los disparos que arrebatan vidas parecen sonar muy lejos de nuestra casa. Las expropiaciones y las invasiones afectan a los chivos grandes, no a los chivatos. La represión muerde a quienes tienen el hábito de pensar por cuenta propia y en voz alta. El trabajito que tenemos desde hace una década parece conjurar el desempleo… Ni la economía ni la política nos importan. La primera es asunto de expertos. La segunda es cosa de los políticos de oficio (y muchas veces sin formación). Asumimos que no tenemos vela en ese entierro. Que no recibimos  invitación para esa fiesta.

En esa zona individual de confort se mueve una buena proporción de venezolanos. A ella nos ha empujado el gobierno a punta de zarpazos y gruñidos. Y también cierta dirigencia opositora, a punta de desatinos corregibles e injustificados bostezos. Optamos por encerrarnos, mudos e inmóviles, en nuestro refugio particular. Nos hacemos los muertos para que la fiera no nos ataque. Aunque si la bestia sigue ahí, frente a nosotros, se nos puede ir futuro y vida haciéndonos los muertos.

A los gobiernos de esqueleto y músculos totalitarios les conviene que cada quien permanezca encerrado en su zona de confort. Es más fácil rasgar mil hojas una a una que tratar de romper mil hojas juntas. Les interesa tenernos a cada uno en su jaula. Podrían someternos más fácilmente.

Pero cuando los gobiernos combinan su talante totalitario con una enciclopédica ineptitud, terminan ellos mismos por estrechar la zona de confort individual. Nos empieza a salpicar el país real. La zona de confort se va encogiendo, por ejemplo, cuando asesinan a la hija del vecino para robarle un BlackBerry.  O cuando a punta de pistola nos dejan sin el vehículo que compramos con mucho esfuerzo o mayor paciencia. O cuando la empresa que nos da trabajo muere abatida por el fuego artillado del gobierno. O cuando se evapora la quincena al calor de la inflación más alta del mundo. O cuando no encontramos por ningún lado la medicina que nos estira la vida. O cuando un familiar agoniza a las puertas de un hospital que no funciona. O cuando se nos veja frente a la taquilla de cualquier ente oficial. O cuando nos imponen multas por un servicio que el gobierno se ha encargado de destruir… O cuando tantas cosas         

La zona de confort se va haciendo cada vez más pequeña e incómoda. Y sólo van quedando dos opciones: ofrecer nuestro tobillo para que nos terminen de cerrar el grillete, o romper los muros de la zona de confort para ejercer nuestra ciudadanía.  Para comprometernos con el cambio. Para juntar nuestro esfuerzo con el de otros y buscar inéditos senderos.

Organizaciones y personas de hechura democrática tenemos una tarea esencial: abrir las puertas para la participación ciudadana. Rescatar la dimensión social de la persona. Estimular la sinergia que produce el trabajo colectivo y coordinado... No es una cuestión de gestos ni de simbolismos. Es un asunto de supervivencia: de nosotros como ciudadanos y de Venezuela como  República. Pura y simple defensa propia.


Twitter: @Romeropernalete


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