Del consuelo electoral a la participación ciudadana
Escrito por Freddy Marcano | X: @freddyamarcano   
Martes, 29 de Julio de 2025 00:00

altEn Venezuela, la emocionalidad ha colonizado la esfera pública con una intensidad que recuerda las advertencias de Lauren Berlant en El Corazón de la Nación.

El país ha transitado, por décadas, entre el dolor acumulado de la exclusión estructural y un sentimentalismo nacional que convierte al ciudadano en espectador de su propio drama. En lugar de una política transformadora, se nos ha ofrecido una política de consuelo que ha incluido lágrimas, promesas simbólicas y líderes que se presentan como redentores emocionales, mientras las instituciones se vacían de eficacia y legitimidad.

Esta saturación afectiva ha dado lugar a un fenómeno visible en cada elección: el retraimiento ciudadano, la abstención creciente, la desesperanza que no se expresa en protesta sino en silencio. Hemos sustituido la participación por la conmiseración, la deliberación por la resignación, el voto por el duelo. El resultado es un círculo vicioso: cuanto más se reproduce el espectáculo del sufrimiento sin transformación, más se refuerza la idea de que participar no tiene sentido.

No es casual que las campañas políticas recurran sistemáticamente al miedo, la nostalgia o la indignación moral. Se nos llama a votar “para que no vuelva el pasado”, “por los niños sin futuro”, “para honrar a los que ya no están”. El problema no es la emoción en sí —que es parte constitutiva de lo político—, sino su uso como sustituto del análisis y la propuesta. Como diría Berlant, la política sentimental promete pertenencia, mas no poder. Y sin poder, no hay ciudadanía plena.

Desde una óptica socialdemócrata, este diagnóstico exige una doble tarea: reconstruir la esperanza desde el proyecto colectivo y re-politizar el sentimiento con la esperanza de lograr el proyecto. La idea es disputar el relato emocional que justifica la apatía con uno que invite a la acción. No se trata de negar el dolor, sino de organizarlo; de comprender que la verdadera empatía no es la que consuela al otro en su exclusión, sino la que lo acompaña en su lucha por justicia. 

En el caso venezolano, esto implica superar el sentimentalismo polarizante —la victimización eterna de unos, el triunfalismo emocional de otros— y edificar una ética del reconocimiento mutuo y del compromiso institucional. La democracia necesita pasión, sí, pero también necesita proyecto. Necesita ciudadanos que sientan, pero sobre todo que participen.

No son suficientes ni las lágrimas ni los símbolos si ellos no abren camino a la organización, al voto consciente y al rescate del espacio público como lugar de deliberación y decisión. Convertir el dolor en acción política es el reto. Dejar de ser una nación del consuelo, para volver a ser una república de ciudadanos, dejar el exceso de emocionalidad y entrar en la  búsqueda de la racionalidad que nos lleve al verdadero  camino democrático.



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