El domingo negro de Chávez |
Escrito por Manuel Malaver |
Sábado, 04 de Julio de 2009 23:08 |
Ocho días después del domingo que marcó el fin del asalto chavista a Honduras y del colapso electoral de los esposos Kirchner (los aliados más firmes de Chávez en el Cono Sur) en las elecciones legislativas de Argentina, conviene preguntarse si se trata de un traspiés momentáneo y fácilmenterevertible en la expansión de la “revolución” que lidera el teniente coronel venezolano, o si, por el contrario, estamos ante la señal definitiva de que empieza su etapa de rendimientos decrecientes como artículo de exportación y pronto se verá reducida a venderse en su mercado de origen, Venezuela, y en los 3 países que todavía mantiene un alto consumo de tan ilusoria mercancía: Bolivia, Ecuador y Nicaragua.
Digamos que, a favor de la primera tesis, podría alegarse que contar con la alianza sólida en el continente de dos bastiones del indigenismo, y de otro ligado por su historia reciente a las luchas contra el militarismo, el imperialismo, las oligarquías y por el socialismo no son conchas de ajo, según puede verse en las simpatías que genera el chavismo en países que comparten una y otra características, como sucedió en Honduras y puede verse en Perú, Guatemala y aún México.
O sea, que la historia apenas estaría comenzando, si tomamos en cuenta que la neoizquierda de tufo militarista y totalitario en absoluto se ha planteado una estrategia de toma del poder recurriendo a la lucha armada y a los procesos largos e impredecibles que le están generalmente asociados, sino a la muy burguesa lucha electoral que, para cristalizar, solo precisa del apoyo mayoritario del electorado y de un estado de derecho que esté dispuesto a legitimarlos.
Y como estamos en un continente donde la pobreza, las desigualdades y las injusticias son los marcadores históricos del contexto social, comprenderemos hasta donde puede llegar la obra corrosiva y disolvente de los demagogos que pescan votos entre los menos beneficiados, sobre todo si a una mediana preocupación por mejorarles su suerte, se une la ambición de someter sus países al dominio de férreas dictadura, cuya influencia se haga sentir por la región y aun el mundo… si los dejan.
Chávez, en consecuencia, no ha tenido empacho en escribir y ejecutar un guión que, si se cumple (como es su caso), puede considerarse una obra maestra de la teoría política contemporánea, si bien, para que se cumpla a cabalidad, requiere de factores externos que no pueden venir de la iniciativa del creador, sino de la suerte.
Que en su caso, no ha sido otra que el advenimiento de un ciclo alcista de los precios del petróleo a la mitad de su mandato de largos 10 años que le ha procurado recursos, no solo para darle alguna credibilidad a sus promesas de redentor social, sino también de restaurador del “socialismo real” que se creyó definitivamente enterrado con la caída del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética.
Nació, por esa vía, “la revoluciónclientelar” o de “socialismo tarifado”, que consiste en que sus dirigentes y militantes no tratan de hacerlos realidad por convicciones y principios, sino porque les representan ventajas que pueden hacer efectivas, líquidas, en las taquillas de los bancos o las bóvedas del Tesoro Nacional.
Distopía a la que puede accederse antes y durante la inserción de los clientes en los procesos que permiten desarrollar el guión, casos los de Evo Morales, Rafael Correa, Ollanta Humala, y Daniel Ortega, o el de Manuel Zelaya, quien después de ser electo en una fórmula política de derecha por un partido ultraconservador, se convirtió en chavista y bolivariano por las ventajas que le procuraba tal opción, entre otras, ser electo presidente vitalicio de Honduras vía la reelección indefinida.
Detalle que, sin duda, explica porque, a diferencia de Chávez, Morales, Correa y Ortega, el guión acaba de abortar en el país de Morazán, pues era imposible que sin fuerzas políticas importantes que lo apoyaran, y, aún más, debiéndole todo al status quo que quería desbancar, ese mismo liderazgo se cruzara de brazos ante el asesinato de la democracia hondureña.
Terremoto antichavista que también encontró su réplica en Argentina, pero en los votos del electorado rioplatense del domingo pasado, dejando claro que el final del kirchnerismo ya tiene fecha y solo hay que esperar por los partidos, grupos y líderes que se preparan para su sucesión.
O sea, dos sucesos de igual significado, ocurridos durante el “domingo negro de Chávez” a miles de kilómetros de distancia y en escenarios que no pueden ser más diversos, pero que refuerzan la idea, el hecho fundamental, de que la llamada revolución bolivariana encontró al fin su Waterloo y de ahora en adelante no cabría esperar sino su reducción a teatros menos lucidos, y a través de actuaciones menos espectaculares, como pueden ser los de sus propios países.
En otras palabras: que parafraseando a Stalin, si bien el chavismo no puede tomarse como modelo exclusivo para un “solo país”, si puede quedar circunscrito a un puñado, a un puñadito de países, que aunque no deben menospreciarse como realidades históricas, si es pertinente considerar de alcance limitado en cuanto a su significación política y económica.
Ah, y sometidos a la observación permanente, a la alarma continua, pues si algo dejan claro los sucesos de Honduras es la naturaleza ilegal, corrosiva y expansiva del chavismo, el cual, aparte de portar el virus de la dictadura neototalitaria que auspicia su progenitor, es también un viaje sin retorno a la miseria, las desigualdades e injusticias típicas de su acendrado colectivismo.
O sea, que ya los liderazgos nacionales y regionales saben a que atenerse donde quiera que alienten estos proyectos redencionistas y mesiánicos, y las medidas a tomar para reaccionar con eficacia cuando las fuerzas de la democracia aun están vivas y en capacidad de dar respuestas.
Escenario que se ve facilitado por hecho de que el gran motor de la expansiónchavista, como fue el alza desmesurada del precio del petróleo como consecuencia del ciclo alcista, también se está apagando, y Chávez obligado a ocuparse de los problemas internos de Venezuela, en tanto se queda sin recurso para financiar una operación de expansión política tan agresiva, como frágil.
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