De una épica televisiva del quirófano
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 05 de Mayo de 2025 00:00

altDe muy niños, recordamos en casa dos celebérrimas series transmitidas en ruda competencia por los otrora principales canales venezolanos de televisión.

Relacionadas con la rutina médica y sus emergencias, nuestra audiencia hizo suya el Dr. Kildare y Ben Casey, abnegados y heroicos galenos, como mucho más tarde ocurrió con el Dr. House y Grey's Anatomy de un distinto y muy particular enfoque, ya por canales de suscripción.

De consultar a las redes, encontraremos seguramente otras más actualizadas alternativas propias de una pujante industria del entrenamiento que versa sobre los centros hospitalarios, por cierto, holgadamente equipados y con un personal frecuentemente especializado, decidido y eficaz. Nada difícil imaginar la riqueza de los libretos de tratarse de nuestros hospitales, médicos, enfermeros y camilleros de guerra, claro está, cuando existen en la extensa geografía nacional.

De un modo u otro, la programación incentiva posibles vocaciones en un ámbito que también exige insólitos sacrificios, e informa de algunos pormenores del ejercicio profesional, por superficial que fuere. Excepto que seamos pacientes y afrontemos la cruda realidad de un servicio público de tan precarias condiciones y recursos, o de otro privado capaz de devorar toda la póliza de seguro para quedar en la calle a los días, igualmente enfermos, poco se sabe de la rigurosa disciplina.

Presumimos que, muy antes, los jóvenes conocían más del asunto, ora, por el relativo funcionamiento y acceso a los servicios de salud; ora, por una básica libertad de prensa que daba cuenta de las fallas e, igualmente, aciertos que entraban legítimamente al debate político, partidista y gremial. En todo caso, por décadas, la medicina fue el óptimo camino hacia un rápido ascenso social, dependiente o no del Estado, que bien lo puede sintetizar el Albertico Limonta, protagonista de una telenovela de profunda penetración en los sectores populares: “El derecho de nacer”.

Nos preguntamos de los actuales incentivos para cursar estudios medios y superiores en materia de salud, incluyendo aquellos orientados a las innovaciones tecnológicas que les son tan indispensables. De surgir la ilusión silvestre de salvar vidas en un quirófano, el aspirante ha de pasar por la dura realidad de aspirar, acceder y sostener el cupo en una acreditada institución educativa, informándose de su propia existencia, circunstancia ésta que ya no es tan común como pudiera pensarse.

En efecto, sentimos que un porcentaje creciente de la población juvenil, por increíble que parezca, acude tardíamente a una consulta médica y sólo por situaciones extremas, pero tampoco ha tenido referencias en torno a un oficio que entraña una gran responsabilidad, convicción y aplomo. Menos, imaginará que existe una épica de la salvación de vidas ajenas, acaso, ¿suponiendo exclusivamente hazañoso el pandillaje?

Quizá, la natural y profusa publicidad de la santidad de José Gregorio Hernández contribuya a exaltar el heroico ejercicio profesional deñ médico que realmente también lo fue, avanzado investigador y profesor de nuestra emblemática universidad. Porque la fe sin obras, es cosa muerta, el trujillano finalmente conjugó una profunda preparación espiritual – precisamente – obrando como un médico confiable y de una extraordinaria formación académica y un eximio desempeño como investigador y docente: Dios actuó a través del médico que fue, mas no del curandero que ha de tentar a los propagandistas del momento.


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