De la vulgata generacional |
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj |
Lunes, 17 de Junio de 2024 00:00 |
El cada vez mayor ensanchamiento de la brecha generacional, constituyó – antaño - el discurso militante y agitador por excelencia en los países desarrollados. Estado de bienestar mediante, autorizado por el definitivo triunfo y desenlace de la segunda contienda mundial, convirtió al occidente más próspero en vanguardia de una protesta rápidamente industrializada y que arrojó uno de sus mejores frutos, por ejemplo, con la industria discográfica aportante a la contracultura. Una poderosa ilusión de inmortalidad, anegó a las más recientes generaciones de entonces. Teniendo por epicentro al París estremecido por la rebelión de mayo de 1968, tendió a banalizar profundamente los dramas propios y ajenos: sin lugar a dudas, contribuyó a la más amplia legitimación de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos al mismo tiempo que facilitó en su decisiva opinión pública, el triunfo político de las fuerzas comunistas en Viet-Nam, prometida la multiplicación de una guerra similar en América Latina por el Che, como si la de Cuba castrista hubiese sido una gesta limpia en su pretendida expansión continental. Esos afanes generacionales, llegaron a nuestras costas y la realidad se impuso frente al etéreo, generoso y voluntarista mensaje de entidades más o menos espontáneas, surgidas al calor de nuestras más específicas y concretas circunstancias. El llamado Poder Joven y entidades semejantes, apartando la buena intención de sus propulsores, no lograron sobrevivir a los retos y desafíos de un sistema político todavía existencialmente amenazado por la subversión armada reacia a aceptar la derrota política y militar infringida desde años anteriores, catalizado por el despliegue de las juventudes políticamente organizadas de signos contrapuestos, o después devorado lentamente por los antivalores de las irresistibles bonanzas petroleras, entre los años ´60 y´70 del ´XX. Eso de darle un chance a la paz, justificadísima consigna que tuvo un alcance planetario al proferirla John Lennon, no era suficiente y ameritaba de una vocación, un esfuerzo, un talento y una persistencia extraordinaria para hacerla posible. Los Beatles pasaron, apuntalaron magníficamente a la industria del entretenimiento, pero fue en el terreno netamente político en el que dirimimos nuestra suerte común: unos problemas fueron solventados ante los muchos que se agravaron, y, en fin, la dictadura cubana todavía muestra su gigantesco desacierto y la civilización occidental y sus valores, confronta a temibles enemigos que se aprovechan de la democracia liberal misma. Por aquellos años, la percepción imperante en Venezuela fue la de una población predominantemente joven que convirtió el relevo en una demanda groseramente común y silvestre. Ahora, los demógrafos dirán, porque – cuestión de pocos años – envejecimos repentinamente, gracias a la diáspora, y tendemos no sólo a un predominio de la población demasiado adulta, sino a la igualación de las generaciones in situ por todas nuestras precariedades y desdichas convertidas en una cultura de la resignación a la que nos resistimos tercamente. Herencia segura de los ´60, la vulgata generacional poco o nada abona a las tesis más firmes como la de un José Ortega y Gasset, en mucho ya superada, aún en pie las consideraciones que hizo Mario Torrealba Lossi sobre nuestros muchachos de 1928, aplicables a los de 1810 o 1958. Claro está, duradera la consigna, tras una modesta y puntual conferencia que dictamos a los alumnos del amigo profesor de un disminuido curso de postgrado (o del curso de un disminuido postgrado), nos causó mucha gracia y desinhibida sonrisa que una persona de treinta y tantos años, reclamara - a través de una pregunta - el urgente relevo generacional en todos los ámbitos, comenzando – no faltaba más – por el político. De atender la fórmula de renovación de los ciclos, cada treinta años, además, visada en la prensa por José Giacopini Zárraga en muchas oportunidades, falta poco para cumplir con el nuestro en un idéntico siglo XXI. Sin embargo, forzados todos a la misma y ya perpetua contemporaneidad, como los cubanos, se anuncian otros ciclos de un signo distinto como la tarea pendiente desde hace añales: la transición política. |
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