De la cuchilla motorizada |
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj |
Lunes, 29 de Enero de 2024 00:00 |
En días pasados, nos vimos obligados a tomar una motocicleta para trasladarnos rápidamente desde la puerta de los tribunales laborales a otro referente de la ciudad capital, pero hubo un breve – aunque denso – incidente de violencia con el joven conductor de una conocida aplicación digital que se quejó del zigzagueo del otro motorizado y su acompañante en la vía. Éstos, un par de malandros con un vehículo de buena marca, se bajaron, insultaron y le dieron dos manotazos al joven trabajador, hasta que me atravesé para evitarle una paliza y quizá fue la cabellera blanca que los inhibió, pues, se remotocicletaron largándose indiferentes ante el cercano y no menos jovencito y solitario policía de la avenida Urdaneta, quien alegó que no se mete en semejantes pleitos para evitar futuras retaliaciones. Todavía nos sorprende y consterna el insólito, profundo e innecesario acto de violencia dirimido quizá en cinco minutos de los muchos que seguramente tienen por diario escenario la tan concurrida arteria vial. Y la impotencia y vergüenza del muchacho trabajador, pulcro y ordenado al servicio de la empresa de transporte, quedó condensada al bajarnos la mirada: no tiene tampoco Estado que vele por su seguridad. Hagamos excepción de los motociclistas de bien, respetuosos y atentos conductores que acatan la normativa vigente. Sobra comentar los desmanes del resto de los profesionales y aficionados del volante, demostrado que, después de agredir al resto de la ciudadanía, entre ellos se violentan inauditamente hasta trepar las penumbras de una definitiva disolución social. ¿Para qué quejarse del empleo sistemático que hacen de las aceras, o de las que parecen tales, llevándose por el medio a niños y ancianos? ¿Qué agregar en relación a las conversaciones telefónicas y la mirada distraída mientras trillan las calles? ¿Cuál autoridad moral para paralizar las autopistas con las lluvias? ¿Cuántas demostraciones de velocidad y acrobacias podemos soportar en los espacios públicos? ¿Con qué derecho arriesgan la vida de los demás al atravesarse en los momentos más inesperados, o encaramar a la motocicleta a su propia mujer y niños descascados? Tenemos una lista larga de hechos de los que hemos sido testigos, como hace un mes, a la distancia, observamos que un motorizado tomaba el camino de la autopista con el parrillero que cargaba a solas, nada más y nada menos que una escalera de pintor. Y, ya casi perdido de vista, desde el puente observamos cómo llegó al canal rápido con el tembloroso perol atrás. Es necesaria una reflexión a fondo sobre la motocicleta como insigne agente de nuestra descomposición social, incluyéndola como herramienta y símbolo de la más brutal represión acaecida en Venezuela. Hay otros elementos más y menos obvios que se prestan al frecuente análisis, pero el vehículo en cuestión cuenta con una sorprendente protección e inmunidad. Por entonces, sin sospechar ni remotamente de las consecuencias que tendría para nuestro país, a Arturo Uslar Pietri le inquietó la presencia masiva y estridente de las motocicletas en el villorio de Barbizón (SIC), cerca de París, añadido el casco de astronauta de los tripulantes, cuales mosqueteros a caballo (El Nacional, Caracas, 13/07/1980: https://apuntaje.blogspot.com/2024/01/una-cierta-mentalidad-y-nocion-de-clase.html). El artículo de opinión esbozó la natural tentación por el abordaje sociológico y la descripción literaria de un hecho que le sorprendió, apuntada una cierta mentalidad y noción de clase, aunque no sabemos si década y tanto atrás, escribió sobre el fenómeno de las “patotas” que tanto estremeció el este de la ciudad capital, por lo menos, con el empleo privilegiado y caracterizador de las dos ruedas. Sin dudas, el texto en cuestión contrasta con el silencio y la subestimación de los opinantes de esta hora. |
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