La libertad de expresión se muerde la cola
Escrito por Romulo Lander   
Jueves, 28 de Enero de 2010 07:50

altCreo que todos coincidimos en que una de las bases de los derechos individuales y de las libertades de cualquier sistema que se precie de democrático, o de socialista (lo que implica una supuesta amplia base de participación social) es la libertad de expresión. Esta es esencial para el funcionamiento de una democracia plena y participativa, especialmente en lo que a la participación pública en la toma de decisiones se refiere, dado que, de no contar con un acceso libre y expedito a todo tipo de información (única manera de contrastar ideas y posiciones), no habrá manera de formar y expresar las opiniones individuales enmarcadas dentro del contexto que cada quien escoja.

La libertad de expresión es inherente a la dignidad individual, y esencial para la participación plena y la exigencia de rendición de cuentas de los actores políticos, sean estos quienes fueren. Usualmente, limitar la libertad de expresión en cualquier forma y en cualquier tipo de régimen político va de la mano con otras violaciones de los derechos individuales y colectivos, como por ejemplo el de libre asociación y (o) reunión.
Al mismo tiempo, la libertad de expresión ejercida a plenitud es la mejor manera de hacer presión sobre los monopolios de los medios globales y (o) medios independientes.
La libertad de expresión es un derecho que debemos promover al máximo, dado el decisivo papel que esta juega en la democracia. No es importante, en lo absoluto, de qué lado del espectro político nos encontremos, lo verdaderamente importante es tener libertad plena para expresarnos, sin temor a ser cohesionados de forma alguna.

La intolerancia y el odio entre grupos, aunque podrían ser reclamados por algunos grupos como muestra de libertad de expresión, deberían ser totalmente restringidos y para ellos son absolutamente necesarios los medios de comunicación, y especialmente los medios masivos, como lo son la radio y la televisión.
Para ejercer la libertad de expresión, todos los espectros políticos deben usar y necesitan de estos medios para poder expresarse y comunicar sus respectivas ideas y filosofías, para que la sociedad en su conjunto pueda apreciarlas, compararlas y asumirlas, o no, como propias.

Creo profundamente que formas extremas de apología de odio deberían ser prohibidas y, más específicamente, debería ser el Estado mismo quien debería de abstenerse totalmente de practicarla.
Lo mismo se aplica para todas las tendencias que difieran del Gobierno. Debemos ser más positivos y proactivos en lo que a la reintegración de nuestra sociedad se refiere.
Frecuentemente he sostenido que, como actores de este doloroso proceso en el que estamos envueltos desde hace unos 20 años, hemos visto siempre los toros desde la barrera y, al ver las declaraciones de unos estudiantes en la televisión, me viene a la mente una realidad disociada en la cual nos ubicamos como espectadores de una tragicomedia, ignorando que somos sus principales actores. Esperanzados, nos sentamos a ver ideas, palabras e imágenes que nos salven de un feroz enemigo.

Para muchos, mientras más nos hablan de los cambios, más idealizamos nuestro pasado, pero desconociendo todo lo positivo que ese pasado nos dejó y los otros, aferrados a nuevos líderes, cada vez más se dedican a satanizar lo vivido, aprovechando la tonta actitud de quienes estigmatizan las instituciones políticas del pasado.

En ambos bandos estamos como el perro confundido que corre despavorido, asustado por su propia cola.
Queríamos cambios, sabíamos que necesitábamos cambios, pero fuimos incapaces de sentarnos a construir honestamente y comunitariamente esos cambios, siempre resultó más fácil y cómodo que otros se ocuparan de ello, y sucedió lo que tenía que suceder: el cambio quedó en manos del más audaz y ladino, y no en las del más adecuado.

Así como el perro, seguimos atados a nuestra propia cola, pero, aterrados, corremos en círculo huyendo de nosotros mismos y escribiendo una y otra vez la misma historia. Cabría preguntarse, por ejemplo, si los que ahora están de acuerdo con los cambios que se hacen estarían de acuerdo también en que intereses extranjeros, totalmente ajenos a nosotros en cultura e intereses, dirijan nuestro destino. O si estarían de acuerdo con que una sola persona determine lo que debamos de hacer cuando el dinero ya no corra por las calles como ahora lo hace. Esta es, sin duda, nuestra realidad actual.
Para que haya cambio hay que introducir factores distintos. Debemos sentarnos a construir juntos el país que queremos, verdaderamente convencidos de que si no lo hacemos, será imposible lograr una patria incluyente donde quepamos, en paz, todos.

Solo con la participación de todos la historia será otra, y no más repetición de los errores pasado.
Basta de quitar un partido para poner el otro y quitar un hombre para poner a otro, de jugar solo al ganador, de aceptar lo mediocre como bueno.
Así como el comunismo tiene como estrategia el forzar la lucha de clases y la definición de contrarios, cosa en la que sin duda Chávez es muy hábil, los demócratas tenemos que diseñar estrategias que busquen el concurso y la unión de todos, lo cual no es poca cosa. Para eso, es imprescindible no continuar en la discusión sobre los trapos rojos que a diario nos enseñan.
Primero tenemos que diseñar un plan para acercarnos todos, y luego vendrán las ideas que surjan por consenso. Pero rojos, blancos, verdes y amarillos tendrán que estar allí.

Cuando construimos, amamos nuestra obra y la defendemos de lo que sea. Pero cuando la obra es ajena y nos sentimos desplazados, usualmente nos sentamos a ver a quién le toque actuar. Esto debe cambiar.
Por eso, una Venezuela de todos solo la podremos conseguir alejados de líderes únicos y de partidos y colores únicos. Todos tenemos una verdad que tenemos que contrastar con los demás, para poder llegar a conclusiones útiles y aceptadas por todos.
Una Constitución como la que actualmente tenemos, en la que creen solo unos pocos, podrá ser deshonestamente cambiada a la fuerza y entre gallos y media noche. Pero será una declaración de guerra que nadie quiere, y en la guerra nadie gana, todos pierden.
Venezuela será para todos, solo cuando su reconstrucción sea hecha por todos.
Amanecerá y veremos.

OyN/El Tiempo (Bogotá)


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