A hora que el presidente Chávez comienza a ser minoría en un escenario político altamente polarizado, surgen varias preguntas, tanto en chavistas como en no chavistas: ¿Cuál será la respuesta del Presidente ante esta nueva realidad? ¿Aceptará pasivamente que su revolución ya tiene fecha de deceso: enero del año 2013 (y sólo si la oposición asiste con un solo candidato)? ¿Dónde quedó aquello de que "esta revolución llegó para quedarse hasta la eternidad"? Para comenzar a dilucidar la reacción presidencial, es necesario conocer cuál es la ética del poder que se enseña en la escuela revolucionaria que dirige temporalmente "el padre de la patria latinoamericana" Fidel Castro, y a la que asiste aplicadamente Hugo Chávez.

Es la misma vieja escuela en la cual se formaron Stalin y Mao.

Lo primero. Hugo Chávez pertenece sin ambigüedades a la izquierda venezolana que fracasó hace medio siglo, y que llevó a cuestas esa frustración durante más de 30 años. Es la misma izquierda que decidió congelar en el refrigerador político la teoría del foco del Che Guevara, y preservó con formol la idolatría a Fidel Castro, a la "revolución" cubana, a todas las guerrillas (y a los gobiernos forajidos también) del mundo.

Es la izquierda que entra en éxtasis orgásmico cuando saca del baúl del recuerdo un son cubano o las melodías de Alí Primera. Es la misma que sigue a pies juntillas las teorías del megaestado socialista (capitalismo de Estado) combinado con la lógica fidelista del poder.

La izquierda que pretende construir Hugo Chávez hoy en Venezuela es una izquierda conservadora, ortodoxa y reaccionaria. Es la izquierda que aún ignora que el mundo se transforma.

Es la izquierda que ­y aquí viene la razón del cuento­ se considera la representación genuina de las masas populares, y que deben gobernarlas aún en contra de su voluntad porque sólo ellos representan sus "verdaderos intereses de clase". Son los "elegidos". ¿Por la providencia? ¿Por la divinidad de los dioses? Pero cuando esta izquierda pasa a ser minoría en el pueblo, comienza a justificar su perpetuación en el poder sosteniendo que el pueblo está siendo "manipulado, penetrado y alienado culturalmente por el imperialismo". Por lo tanto, esa mayoría "contrarrevolucionaria" debe ser sometida, a su pesar, a un proceso de transformación cultural (tal como los drogadictos, que deben pasar por una larga terapia de desintoxicación), y a padecer una revolución que a lo largo de muchas décadas deba producir al "hombre nuevo". En eso han estado los hermanos Castro en Cuba durante medio siglo y no han podido (ni podrán).

La Unión Soviética necesitó 70 años para darse cuenta del error. Se desplomó solita. China salió corriendo.

Para la izquierda de Chávez y Fidel, el pueblo no es culpable pero tampoco muy útil para decidir su destino y menos para decidir cómo debe manejarse el poder, y que, por lo tanto, ellos (los socialistas) están llamados a ejercer el poder, al costo que sea (¡el fin justifica los medios!), para hacerles cambiar de parecer.

La izquierda de Chávez se alimenta en el brebaje de la teoría del partido y la revolución de Lenin (y Fidel): "Una minoría bien organizada y armada es una mayoría". Así, la consulta a la mayoría no forma parte necesariamente de su esquema ideológico, no es un principio básico de la gobernabilidad "revolucionaria". Es una opción táctica más (y sólo cuando tiene posibilidades de victoria).

El poder hay que conservarlo por las buenas o por las malas, dicen.

El asunto es que no podrán y que deben contarse, quieran o no quieran. La oposición democrática tiene prohibido desenfocarse de ese norte estratégico. 

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OyN/El Nacional