La noticia de la semana, cuando no del año, fue el anuncio de la devaluación del bolívar fuerte del viernes pasado. Al ser el tamiz político electoral por donde el Gobierno pasa todas sus decisiones, no dejó de sorprender la temporalidad de la medida y, cuando menos, evidenció que los problemas de financiamiento del gasto público son mucho mayores de lo que se pensaban.

Siendo este un año electoral parecía consistente con lo que había sido el accionar del Gobierno, en esta y en todas las otras materias, que las decisiones difíciles e impopulares se pospusieran hasta las elecciones o al infinito. Por como íbamos, la postergación tenía que ser hasta mas allá de 2011, lo que resultaba insostenible si los precios del petróleo no mejoraban sustancialmente.

Debe ser que el espacio para el endeudamiento se achicó, lo que a su vez hizo que finalmente resultara imposible o insuficiente seguir financiando la factura fiscal y de importaciones con más endeudamiento. Si algo había que hacer con el tipo de cambio, mejor ahora que más cerca de las elecciones.

En cualquier caso, y más allá de las especulaciones sobre los enrevesados "timing gubernamentales", parece que una vez más la realidad se impuso y por mucho que se tratare de posponer o impedir el curso de los acontecimientos, estos finalmente ocurren y arrasan con sus consecuencias.

Debe advertirse que este sería el segundo ajuste macroeconómico que adelanta esta administración. Con ello se confirma el ciclo de expansión-recesión que se inició con el Viernes Negro y que inexorablemente parece marcar cada quinquenio. Con esa diabólica dinámica llevamos cerca de treinta años, toda una generación, repitiendo un círculo de empobrecimiento que, como adictos, nos mantiene pegados a su lógica de sobrevaluación y expansión, mientras duran los precios altos del petróleo y sus análogos ahorros, para dar paso después a otro de devaluación y recesión que nos ajusta a la caída de los precios luego de habernos "rumbeado" los excedentes del ciclo anterior.

Parece ridículo que la historia económica de un país sea tan trágicamente repetitiva y que la conciencia colectiva de toda una nación no haga un alto y recapacite sobre sus recurrentes errores, para tratar de encontrar una salida y dejar de tropezar con la misma piedra.

Aun cuando me gustaría pensar de modo contrario, es posible que sólo cuando las condiciones externas cambien de modo estructural, es decir cuando el petróleo deje de empujar los vehículos y el mundo cambie para siempre su patrón energético basado en los hidrocarburos, será que los venezolanos nos veremos obligados a diversificar la economía y hacerle frente al hecho productivo de un modo distinto a como lo hemos venido haciendo en los últimos treinta años.

Por lo pronto, se volvió a romper el espejismo populista, como lo denominaron Dornbush y Edwards en su macroeconomía del populismo. Con ello volvemos a la realidad de remunerar y consumir según nuestra propia capacidad productiva, la cual por reducida, nos lleva a retroceder socio-económicamente lo que se había avanzado, de modo insostenible, en los últimos cinco años.

Ahora queda en evidencia la reducción de la renta petrolera, comienza el réquiem posrentista cargado de recesión, empobrecimiento masivo y, ojalá, también, de un nuevo propósito de enmienda que nos permita aprender que la vuelta al populismo no era la alternativa. Esta pedagogía social consistiría en un nuevo proyecto político que deberá labrarse, si queremos salir de este círculo perverso que va para treinta años, en los próximos meses. Meses que, además, nos tomarán a oscuras gracias a la imprevisión del peor de los populismos del continente.

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