De la ciudad desembozalada
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 06 de Mayo de 2024 04:15

altDe las mascotas, en general, y de los perros, en particular, poco se escribe y habla, aunque la cotidianidad no se explique sin ellos.

Está la meritorísima Misión Nevado, pero tampoco sabemos de las realidades y sus estadísticas: en el medio urbano, tenemos la impresión de una dramática diminución de los célebres e insignes cacris, la desaparición de los dálmatas como los bomberos mismos, la elevación del costo de mantenimiento en el hogar, la progresiva quiebra de los consultorios veterinarios, etc.

Todavía resuena la poderosa invención y manipulación de un mito, como el del consumo de perrarina por una población hambreada antes de concluir el siglo pasado. Deleznable recurso político y publicitario, cuando la hambruna llegó en verdad, en la presente centuria, nada se habla al respecto.

Huelga comentar tamaña y perversa circunstancia venezolana, como igualmente del bien que comporta para la familia tener una mascota y cuidarla adecuadamente.  Y, aunque hay otros aspectos que suelen enfatizarse sobre la calidad de vida del citadino y se crea que el tema no es del grupo de los más acuciantes y fundamentales problemas del país, como se espera de un dirigente político,  juzgamos importante abordar tal “nimiedad”.

El promedio de la ciudadanía con mascotas, cuida de ella diligentemente hasta donde les es o sea posible. Por lo menos, en nuestro entorno social inmediato, los vecinos suelen pasear desde muy temprano a sus perros, llevan bolsas para limpiar las heces en la calle, empleando las correas, cuidando de no perjudicar a nadie.

Antes de aclarar el día, pacientemente, los más viejos  y los más jóvenes hacen la ronda de rigor, porque no habrá tiempo para lograrla en el transcurso del día. E, incluso, los más osados con grandes y temibles mastodontes, se atreven a pasearlos a media noche por un prolongado rato.

Nos ha parecido curioso que muy pocos perros tengan bozal, y, al preguntar, el argumento favorito es el de la docilidad del can. Empero, nos hemos enterado de excepcionales mordeduras por la cercanía temeraria de un extraño,  la jugarreta impudente de un niño, y, los hay, la vanidad de un amo que saca a su peligroso ejemplar en cualquier momento del día para imponer temores.

Hay maltratadores de animales, atacantes que le han disparado con arma de fuego para lesionar o matar al animal, atropelladores por diversión con sus vehículos, castigados tan justamente por la normativa jurídica vigente.  No obstante, tenemos dudas, porque también cabe la posibilidad de una agresión injustificada del animal a un transeúnte, o de la deliberada intención o distraída actitud de la persona responsable del perro.

Admitimos, jamás hemos visto un expediente instruido en una materia que también afecta la vida personal y comunitaria, y quizá prevalece la presunción por siempre favorable a un animal acaso entrenado para atacar y de dimensiones incontrolables, conducido por una persona díscola. Además, relativamente, cerca de casa, hay un local muy particular justo al lado de un colegio: un taller mecánico que, a la entrada, en la acera, acostumbra a amarrar sin bozal a dos grandes perros de temible raza que ponen en riesgo a cualquier peatón que no debe saber ni tiene por qué, cuán larga es la correa, ni tomar medidas extraordinarias para transitar por una acera que es pública. 

Previsto en la vieja legislación y dada las sofocantes condiciones económicas actuales, desapareció del mercado la póliza de seguro por guarda y custodia de animales. De modo que tampoco hay maneras concretas de resarcir a la víctima de una agresión ilegítima, por lo que, luce recomendable, colocar el bozal a un perro al pasearlo en medio de un mayor número de personas.

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