Escuchar a los voceros de este gobierno debería considerarse como un ejercicio de paciencia. Hay que tener caldo de pollo transitando por las arterias para poder soportar las argumentaciones que estamos escuchando en estos días, sin que se produzca un hervor cerebral producto de la indignación.

Resulta que la devaluación de nuestro signo monetario, que produce una perdida efectiva de nuestra capacidad de compra, empuja la inflación y coloca a muchas empresas en situación delicada, es una maniobra, una medida, un acto magistral concebido por la revolución, en el “Transito hacia una economía socialista, para asegurarse que la burguesía no usufructúa el diferencial cambiario del dólar permuta, que le está haciendo daño a nuestra economía”. Es también, en la opinión de ellos: “Una medida inteligente de nuestro gobierno, pensada para promover las exportaciones y adelantar un modelo de sustitución de importaciones, puesto que Venezuela no puede seguir importando de todo”. Los únicos malvados de la partida son los empresarios, que suben los precios de las mercancías, cuando el gobierno decide de un día para el otro que las divisas que deberían haber liquidado al cambio anterior, ahora serán liquidadas al cambio nuevo. A ellos hay que perseguirlos con el ejército, con el pueblo y con los funcionarios.  La próxima ocasión será para decirnos: “Este país, comprometido con la protección de la vida y la ecología, decidió reducir su producción petrolera a un tercio, para evitar que las naciones industrializadas lo quemen y lo malgasten”.

Escribo bien temprano, sin todavía estar en cuenta del desastre que con toda seguridad se producirá en Caracas durante el día de hoy, cuando un tercio de la ciudad no reciba energía, en este improvisado sistema de cortes, que anuncian apenas unas horas antes de su ejecución, en uso del mas impensado método de manejar una cuestión tan importante, que requería que la población y las organizaciones se prepararan para este evento.

Venezuela no puede seguir siendo manejada por esta sarta de improvisados gerentes, cuya única misión pareciere ser el acabar con todo lo que tocan y con todo lo que dejan de tocar. Estamos todos congelados, en una inacción destructiva, observando como cada día acaban con el país, con los medios de producción, con la salud, con las relaciones internacionales y con la infraestructura de servicios y nosotros, apegados a no se que tradición democrática, miedo, apatía o negligencia, continuamos aceptando con esta sórdida calma esta montaña de actos que atentan contra nuestro futuro como nación. Cada día le doy más valor a la decisión y actuación del pueblo hondureño, que se quitó de encima las posibilidades de algo parecido, antes de que tomara cuerpo.

Cada individuo de este estado-nación debe revisar profundamente su actitud, su rol y su actuación ante las enervantes locuras  de este gobierno. Nuestros hijos y nietos no entenderán las razones que permitieron que esta sociedad aceptara este transitar hacía el vacío en medio de una pasividad que no tiene parangón en la historia del mundo occidental. Estamos todos como drogados en el más virulento opio esperando cada día por un nuevo desastre, que a estas alturas ni siquiera produce asombro. Ya basta Venezuela, ya basta de seguir esperando