División sexual del trabajo |
Escrito por Milagros Socorro (periodista) |
Domingo, 13 de Diciembre de 2009 20:44 |
Se tenía abundantes y escandalosos indicios de que el régimen de Chávez está montado sobre un entramado de corrupción en cuyos pasadizos se han quedado atascados ingentes recursos de la República y mucho de su futuro.
Dudas no hay, lo que falta es completar el cuadro de complicidades, evaluar las dimensiones del desfalco; enterarnos hasta qué punto la ritualidad fascista del chavismo, su cursilería patriotera, su babosería revolucionaria, no eran sino una mampara para encubrir el latrocinio que hierve en sus galerías subterráneas.
Cierto es que Chávez es un personaje de teatro de Chacaíto. No rebatiremos que sus torpes iniciativas están insufladas por un militarismo de los tiempos del paludismo; y, sin embargo, el párrafo mustio que le reservará la historia no aludirá a sus piruetas de dictador sino a los efervescentes pasadizos por donde pululan filas de ladrones bajo su auspicio. La revolución de Chávez no movilizó masas obreras sino de banqueros voraces de plata de la nación. Y esos pillos, conscientes de que gozaban de la protección del nuevo dueño de Venezuela, no atenuaron la algazara de su festín, no intentaron borrar el rastro que conducía hasta Miraflores y a cierto campesino ignaro, embutido en un uniforme y muchos trajes de marca. El boato de Fernández Barruecos y de Arné Chacón Escamillo, el ascenso de los hermanos Cabello, dados a viajar a su pueblo en el avión del Seniat, fue seguido por un país enterado al detalle de sus fabulosas transacciones. Nunca lo negaron. Al contrario, le restregaron a un pueblo empobrecido su fastuoso tren de vida. Los nombres ya comienzan a destilar en plaza pública. Y, de acuerdo a la lista de sospechosos suministrada por Henry Ramos Allup, vocero de la Mesa de Unidad, vemos que todos son hombres (con alguna ínfima excepción). El pelotón de Chávez para configurar un enorme poder económico, con ramificaciones que reptan hasta los rincones más oscuros de la conspiración planetaria, es exclusivamente masculino. Entresaquemos los nombres aportados por el denunciante: Alejandro Andrade, Edgar Hernández Behrens, Víctor Gil, Umberto Petrica, George Kabul, Alí Uzcategui, Jorge Zambrano, Aristóbulo Istúriz, (contratante de “las pólizas más caras del mundo”), Pedro Torres Ciliberto, Leopoldo Castillo Bozo y sus hermanos, Diego Salazar, Baldó Sansó, Omar Faría Luce, Roy Ellis, “comandita”, dice Ramos Allup, “de boliburgueses enriquecidos en negocios con relación directa con el Gobierno, centrados en licencias, bancas, importaciones y un alarmante tráfico de influencias”. Esas actividades tan alta y rápidamente lucrativas están interconectadas y comprometen muy severamente el patrimonio público. Y todas están en manos de varón. Mientras tanto, las operaciones simbólicas destinadas a dotar de legitimidad a la autocracia son encargadas al contingente femenino de la cúpula de poder. Así, Tibisay Lucena es la abeja reina que pulverizó desde adentro el panal de la democracia, y mujeres han sido las condenadas a continuar su obra. Lo mismo que la opaca abogadita comisionada para doblegar la Asamblea Nacional. Si el coronel Manuel Barroso es hombre poderoso que controla Cadivi, mujer es la diputada Hiroshima Jeniffer Bravo, promotora de la reforma a la Ley de Ilícitos Cambiarios que prohíbe y sanciona la mención, por cualquier medio, de la cotización del dólar en el mercado paralelo. Rafael Ramírez, verdugo de Pdvsa devenido jeque de gran fortuna, es hombre; distinto a Luisa Estela Morales, cuyo libreto impone recitar, con tono de abuelita que no está en nada, el réquiem a la división de poderes. Las mujeres del régimen responden por el trabajo sucio de maquillar el crimen para que pase por ley. Y todas han aceptado ese rol haciendo exhibición de una domesticidad ideologizada. Interpretan una hiperbolización del comportamiento femenino que las lleva a sobreactuar su sumisión al líder. Son geishas en la arena pública del mandón cuya imagen de masculinidad política es indispensable magnificar. Jacqueline Farías dijo que el dedo de Chávez “es el dedo del pueblo” (no es solo adulación, es hembrización de la subalternidad); y otra declaró que el socio de Ahmadinejad –siempre en busca de padre- es un hijo para ella. Dignas de lástima, no aspiran las sublimes esencias del harén y están condenadas a zurcir por siempre la colcha de la legalidad. El Nacional/OyN
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