La crisis de gobernabilidad que viene atravesando el país desde hace varios años ha hecho colisión en el gobierno chapista a un costo histórico de tales proporciones que requerirá mas de una generación reducirla a niveles manejables. Para corregirla será necesario algo más que reformas o simples cambios administrativos, porque mucho más que cambiar el gobierno, de lo que se trata es de cambiar la forma de hacer política y de gobernar.

No hay un sector del país que no esté sometido a grandes presiones conflictivas y a graves amenazas, pues todos llevan en sí mismos los gérmenes de su propia destrucción. La salud de la nación está en condiciones tan precarias como la de un enfermo en cuidados intensivos.

No aumentan las fuentes de trabajo, ni el ingreso promedio de los habitantes, tampoco el ingreso familiar. Lo que se crece es el desempleo, la pobreza y la exclusión social, los niños de la calle, los jóvenes que aspiran ingresar al sistema educativo y los enfermos que no consiguen cama en los hospitales.

Ningún gobierno ha gastado tanto dinero como éste. Ninguno ha presentado resultados tan escuálidos. En materia de planificación, programas, proyectos y actividades, el gobierno promete pero no cumple. Habla pero no actúa. Sus expectativas terminan en frustraciones, porque todo tiene su tiempo, hay un tiempo para prometer, pero también hay un tiempo para cumplir. Muchos de los que votaron por Chávez seguramente le podrían perdonar sus pobres resultados, si tan solo hubiera castigado la corrupción, pero no se comprende como un Presidente que habla tanto guarda silencio ante las denuncias que se han hecho en materia de corrupción.

Lo menos que puede esperarse de un militar en la Presidencia de la República y de un gobierno militarizado como es éste, es que las fronteras estén resguardas, la soberanía protegida y que los ciudadanos tengan seguridad. Nada de eso existe. Hay denuncias sobre la existencia de campamentos de la guerrilla colombiana en territorio venezolano y el que miembros de las Fuerzas Armadas asaltan instalaciones municipalesl y desarman a las policías. Es falso que este gobierno conduzca a una re-volución. Lo que de verdad está conduciendo es una in-volución. Los resultados lo demuestran. Mientras las policías son desarmadas, la delincuencia se fortalece y aumenta el número de delitos y de víctimas.

Mientras los países vecinos modernizan su burocracia, en Venezuela se retrocede vertiginosamente en esta materia. La planificación ha sido sustituida por la improvisación. Las instituciones han quedado para que sus titulares aplaudan y ensayen coros de risas durante la maratónica y seguramente costosa transmisión del programa Aló Presidente, uno de los gastos más inútiles que se hace contra el presupuesto nacional.

Este gobierno ha roto un récord de movilidad y rotación de sus funcionarios que, por las funciones que ejercen, podrían clasificarse de alta gerencia. Sobre todo tratándose de un país centralista, en el cual los sectores económicos y sociales están sometidos a cumplir la frondosa permisología que exige el Poder Central. La falta de profesionalismo a nivel de Ministros, Directores Generales, Presidentes y Directores de Institutos Autónomos y empresas y servicios es notoria, empezando por la falta de preparación y experiencia del Presidente de la República y las dislepsia que ha demostrado en el ejercicio de su cargo.

A la falta de capacitación hay que agregar la ausencia de mecanismos de supervisión ty de control, empezando por la propia Contraloría General de la República, lo cual constituye un estímulo para delinquir, porque hasta ahora, que se sepa, nadie ha terminado en la cárcel por hechos de corrupción-

Quedan muchas cosas por decir, pero quedarán para otra oportunidad.

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