El soldado desconocido de Ugalde |
Escrito por Emilio Nouel V. | @ENouelV |
Domingo, 18 de Diciembre de 2016 10:01 |
En varias ocasiones, este año, me han solicitado una opinión escrita (artículo) sobre si no se avista en horizonte del país y en la institución armada una suerte de Wolfgang Larrazábal que propicie una salida de la tiranía militar-cívica que hoy desgobierna a Venezuela, e inicie un proceso de recuperación de la democracia. Como sabemos los venezolanos de mayor edad, y lamentablemente lo desconocen millones de jóvenes hoy, Larrazábal fue la figura que encarnó públicamente, desde la institución militar, el derrocamiento del dictador Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958. A partir de entonces se inició el período de la democracia civil en nuestro país, la que en los últimos 3 lustros ha pretendido desmontar una banda mafiosa, ignorante y corrupta, revestida de una retórica supuestamente liberadora, pero que en esencia es la barbarie autoritaria fascista en acción. Mi opinión, dentro de las limitaciones que tengo respecto de cómo se bate el cobre realmente entre los milicos, ha sido que tal personaje militar con liderazgo y mando suficiente no lo veo, aunque el repudio al gobierno a lo interno de esa institución, me atrevo a afirmarlo, debiera ser el mismo que vemos en el 80% y más de los venezolanos. Del desastre económico, las arbitrariedades y el latrocinio, sin mencionar otros delitos en que estén presuntamente incursos ciertos oficiales de alto rango, son también los militares y sus familias, víctimas. Según Ugalde, esta nueva versión de “Larrazábal” debe estar en algún lado, y como la original, sería obviamente desconocida por los venezolanos de a pie, en la actualidad. En una institución militar que los entendidos dicen que está descoyuntada e ideologizada, con cadenas de mando poco claras, mediatizada por los cubanos, y en la que los tradicionales principios de mérito, conocimiento técnico y disciplina han sido sustituidos por la lealtad perruna a un grupo de poder político, valdría la pena preguntarse qué tipo de “Larrazábal” redivivo podría revertir y superar esa situación a lo interno de las fuerzas armadas y encabezar y/o propiciar un gobierno de transición como el que Ugalde propone. Tiene razón el jesuita cuando afirma que un gobierno distinto al que está destruyendo a Venezuela debe contar con el respaldo de la fuerza militar, y que uno sin este último duraría muy poco. Es atinado también Ugalde en el conjunto de medidas que estaría obligado a tomar un eventual gobierno de transición. Quien escribe esta líneas lleva en su ADN un rechazo profundo a todo gobierno militar y con más razón, a uno militarista como el que padecemos. Soy muy escéptico al respecto, y desconfío de militares en funciones de gobierno. La Venezuela actual es prueba fehacientemente de la chapuza gubernamental más estruendosa de aquellos. No obstante, entiendo las realidades de la política y sus imperativos, más allá de las preferencias y reservas personales. Con todo y sus grandes defectos apuesto al liderazgo civil que nos hemos dado en esta lucha casi agónica e interminable. Estoy consciente de las fallas, algunas de bulto, que nuestros partidos políticos han tenido y tienen. No ha sido fácil trabajar unidos en el rescate de las libertades y la democracia. Tengo mis dudas sobre si la pluralidad de opiniones e iniciativas libérrimas en el seno de la unidad de las fuerzas democráticas, sea una virtud a reivindicar bajo las circunstancias que vivimos. Sin Unidad de estrategia y de acción, sin férrea disciplina de sus dirigentes, sin un único discurso y sin poner de lado las ambiciones parciales, será muy difícil salir del hueco en el que estamos hundidos. Sólo aspiro a que aquellos fallos de la Unidad sean corregidos sobre la marcha, y a la brevedad. Ugalde ha reiterado un planteamiento que debe ser valorado, pues implicaría adoptar una clara política a largo plazo y coyuntural hacia un sector de nuestra sociedad con el que hay que contar, pero desde una visión de sociedad en la que la institución militar tiene un papel importante de seguridad que cumplir, que no es el de gobernar, toda vez que esta función corresponde en todo país civilizado y moderno, al poder democrático civil.
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