Chávez, Lula y el futuro
Escrito por Antonio Sánchez García | @sangarccs   
Jueves, 26 de Noviembre de 2009 11:40

altEl triunfo de un demócrata en nuestras elecciones presidenciales del 2012, desiderátum de un sociedad ansiosa de paz y progreso y ya hastiada de la confrontación y el odio, vendría a coronar un periplo de graves incertidumbres y descabelladas aventuras. 1

Lo insólito no es el absoluto descaro con que en Venezuela se usa la justicia como instrumento subordinado al ejecutivo para satisfacer sus afanes totalitarios, se violentan las normas constitucionales para acomodarlas a sus caprichos, se atropellan sus principios orgánicos, tales como el derecho a la propiedad privada, a la libre expresión, a manifestar pacífica y ordenadamente, a garantizar la vida de sus ciudadanos, a celebrar elecciones libres, justas y transparentes,  y a mantener la convivencia pacífica con nuestros vecinos mientras con esas y otras medidas violatorias se asegura la permanencia vitalicia del autócrata en el cargo y se blindan los elementos estructurales de un Estado terrorista y policial. Que acosa y encarcela a la oposición y a la disidencia, demostrando  la incuestionable existencia de un estado de excepción y de una justicia del horror propia de regímenes fascistas y totalitarios. Lo verdaderamente insólito es que a pesar de esas flagrantes evidencias ningún gobierno en el mundo, muchísimo menos en nuestra propia región,  quiera tomar nota de una alteración tan grave a la tradición democrática venezolana. A la convivencia pacífica con nuestros vecinos. A la desestabilización de la región, al contubernio del régimen con el narcotráfico y las narcoguerrillas. Y hagan como si realmente en nuestro país brillara la más impoluta y estable de las democracias. El mundo al revés.

Contrasta de manera verdaderamente asombrosa el tratamiento asimétrico, declaradamente injusto dado por la OEA y todos los gobiernos del hemisferio, incluido por supuesto los de Brasil y Estados Unidos, al caso venezolano respecto del caso hondureño. Mientras aquel país ha sido aislado, atacado y menoscabado por la comunidad internacional por osar ponerle fin a quien pretendía seguir fielmente los dictados de Hugo Chávez, mientras atropella nuestros valores democráticos y pretende entronizar el caos y la anarquía en América Latina, ninguno de esos mismos gobiernos ha tenido la lucidez, el coraje y la valentía de ponerle atajo a esta grave amenaza a la paz y la estabilidad de la región, aliándose objetivamente por acción u omisión con quien busca implantar el social fascismo y el estado de excepción en todos los países del continente. Mayor ceguera y mayor estupidez política imposibles de igualar. Guardando las debidas distancias, cabe comparar la apatía y la complacencia de las democracias latinoamericanas frente a Hugo Chávez con las de las democracias liberales europeas frente a Adolfo Hitler. ¿Pagaremos un precio semejante al que pagaran los países sometidos al nazismo?

El caso de Lula es paradigmático, pues logra la cuadratura del círculo: servir de aliado privilegiado de Hugo Chávez y pasar simultáneamente por demócrata ejemplar, convirtiéndose en el aparente mayordomo de los Estados Unidos en la región. Nadie quiere admitir que sin su respaldo, en contumacia con el G-2 cubano y el know how de Fidel Castro y su aparato de ingeniería totalitaria Hugo Chávez no hubiera logrado montar el fraude continuado que le permitiera salir victorioso del desafío del Referéndum Revocatorio del 15 de agosto de 2004. Fue la acción combinada del aparato de manipulación social, política y tecnológica cubano-venezolana – incluido el soporte tecnológico de la empresa de manipulación electoral Smarmatic, que hoy se apresta a asegurar el triunfo de Evo Morales en Bolivia, siguiendo los mismos parámetros - con la diplomacia brasileña la que maniató a la oposición democrática venezolana, neutralizó la acción Carter-Gaviria y logró legitimar un proceso electoral claramente fraudulento. Lula ha sido durante los años de su gobierno, al que accediera en gran medida facilitado por el financiamiento de Venezuela, el gran aliado de Hugo Chávez. Y lo seguirá siendo mientras gobierne, como lo demuestra su incorporación al club de amigos de la dictadura de los ayatolaes iraníes.  También se equivocan quienes creen que dejará el gobierno sin asegurar la permanencia de uno de los suyos. Hará cuanto esté a su alcance por asegurarle el triunfo a su designada.

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Quien quiera creer que éste no es más que un mal gobierno, corrupto, y camorrero, comete una grave equivocación. Como la cometiera el inefable John Maisto, quien, en lugar de oír y observar el resultado de las amenazas de Hugo Chávez, recomendaba mirarle las manos. Maisto, el hombre de Washington en Caracas, no sólo fue incapaz de reconocer la estrategia de expansión castro comunista que animaba y anima a Chávez, que pondrá todos sus esfuerzos en provocar la anarquía, el caos y la guerra para terminar de imponer la tarea que Castro dejara a medio hacer. Hizo algo infinitamente peor: banalizó la dimensión del mal que Chávez y el chavismo representan. Por los tiempos de Maisto Chávez era un espantajo. Hoy controla Nicaragua, Ecuador, Bolivia, ejerce una influencia definitoria sobre Argentina, Uruguay y Brasil, ha conseguido la neutralidad de Chile y el resto de las Américas y mangonea a su antojo a la OEA y a su secretario general. Sólo se ha topado de bruces con Colombia y con los demócratas hondureños, que fracturaran su política expansiva en Centroamérica. Lo cual no le impide seguir siendo el factor clave de la contestación antidemocrática en la región, ejercer la satrapía del castrismo cubano en la América del Sur, mantener la apariencia de cierta subordinación a Lula mientras se encuentran atados y bien atados.  

Pues bajo la hegemonía espiritual de Fidel Castro y desde la constitución misma del Foro de Sao Paulo, Hugo Chávez y Lula da Silva se han asociado en un proyecto estratégico que estaría a punto de estrangular las democracias latinoamericanas, subordinándolas al sub imperialismo brasileño, aunque esta vez no bajo la férula de los generales, sino en perfecto acuerdo con el empresariado brasileño y las propias fuerzas armadas, aunque políticamente subordinados a la peculiar izquierda marxista que se ha hecho con el poder político del Brasil. Por ahora el espejismo del crecimiento económico y el aprovechamiento descarado del potencial financiero venezolano le permite manos libres, incluso frente a Obama y el Departamento de Estado. Ya ha mostrado el perfecto argumento para recibir a Ahmanidejad y sumarse al club de tiranos que maneja desde Teherán: buenos negocios para la industria brasileña. A cambio le lava el rostro al déspota islámico y le da carta blanca para la penetración iraní en el subcontinente. Todo lo cual ante la impavidez del Departamento de Estado. Digno de no creerse.

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Es cierto que los tiempos atentan contra su proyecto de dominación continental. Colombia, Panamá y Honduras se han convertido en enclaves del rechazo frontal a la expansión bolivariana. El Perú del socialdemócrata Alan García se ha convertido en el principal refugio para los perseguidos políticos venezolanos. Este domingo los hondureños escogen a su nuevo presidente. Zelaya habrá pasado a la historia. La pesadilla habrá llegado a su fin. También se celebran hoy las elecciones en Uruguay. Los sondeos privilegian al candidato del Frente Amplio, el ex Tupamaro José Mujica, pero es altamente probable que la oposición domine las cámaras, asegurando con ello la estabilidad democrática.  En Bolivia se articula, por primera vez, una sólida oposición a Evo Morales, quien parecía próximo a arrasar en las elecciones de este próximo 6 de diciembre. Muy posiblemente obtenga la victoria: no lo hará con la apabullante mayoría que prometían las encuestas hasta hace algunos meses dado el ascenso meteórico de Manfred Reyes Villa en las preferencias populares. El triunfo de Morales dejará el sabor del desprestigio y la duda por haber usado la tecnología cubano-venezolana que le permite a Hugo Chávez la permanencia en su cargo.

La próxima estación electoral tendrá lugar el 13 de diciembre en Chile. Muy seguramente pasen a la segunda vuelta el candidato de la centro derecha Sebastián Piñera, quien puntea en las encuestas, y el representante de la Concertación, el ex presidente socialcristiano Eduardo Frei. Dado que ambos se han manifestado clara y públicamente contrarios a la política expansiva y desestabilizadora de Hugo Chávez, el triunfo de cualquiera de ellos enfriaría las tibias relaciones que la socialista Michelle Bachelet ha mantenido con Miraflores. Si, por el contrario, quien pasara a la segunda vuelta fuera el joven socialista Marco Enríquez, cercano al chavismo y posiblemente respaldado financieramente por la generosa chequera del teniente coronel, uno de los temas principales del debate electoral será la política a seguir por el futuro gobierno chileno frente al castro-chavismo. Puede ser la clave definitoria: Ollanta Humala y López Obrador se estrellaron precisamente por no distanciarse a tiempo de Hugo Chávez. Enríquez no sólo no lo ha hecho hasta hoy: se ha negado a votar en contra de Hugo Chávez en todos los pronunciamientos del Congreso chileno en que se han condenado las violaciones contra los derechos humanos que se registran en Venezuela.

El triunfo de Sebastián Piñera fortalecería, sin duda, la tendencia al cambio en la política regional. Sumado a Colombia, Panamá y Honduras, un Chile gobernado por la democracia liberal reforzaría las tendencias que ya despuntan en Argentina y en Brasil, en donde la oposición democrática de tendencia liberal o socialdemócrata fortalece sus aspiraciones a gobernar en la figuras de Macri y José Serra.  De este modo, de aquí al 2012, cuando debieran celebrarse las elecciones presidenciales en nuestro país, y mientras todas las encuestas reportan dos hechos de inmensa relevancia: casi el 70% de la población aspira a que Chávez abandone el Poder y de ese 70%, aproximadamente la mitad desearía verlo dejar el cargo en el 2010, la región estaría dejando atrás la década de las izquierdas. Paradojalmente y en medio de una de las más graves crisis económicas y el gobierno de un demócrata reformista en los Estados Unidos, América Latina habría buscado reequilibrar la balanza de sus preferencias políticas, apostando al fortalecimiento de su institucionalidad democrática.

El triunfo de un demócrata en nuestras elecciones presidenciales, desiderátum de un sociedad ansiosa de paz y progreso y ya hastiada de la confrontación y el odio, vendría a coronar un periplo de graves incertidumbres y descabelladas aventuras. La razón habría terminado por imponerse en un continente que ha hecho profesión de fe del tenebroso delirio político del realismo maravilloso.


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