Cualquier exaltación a la vida, debe ser prioritaria indistintamente de la situación que comprometa. No obstante el discurrir venezolano, evidencia manifestaciones que apuntan lo contrario. Así se tiene que ante las calamidades que azotan al país por causa del actual desgobierno que sólo trabaja en aras de embrollar la dinámica nacional entre acciones y razones de cruda violencia, se ha favorecido una cultura de la muerte que, inclusive, se incita al vociferarse el tétrico grito: patria, socialismo o muerte.

Crasa contrariedad. Mientras que el mundo desarrollado busca trascender problemas de factura social y económica que orientan el devenir hacia nuevas fases de la industrialización, la información y la globalización entre hechos abordados electrónicamente, Venezuela ha visto degradar su condición sociopolítica y socioeconómica. Más aún, mientras otros países enfrentan el desequilibrio ecológico y las diferencias culturales con mecanismos de tolerancia y pluralismo, el país retrocede a consecuencia de un fanatismo desquiciado y un proselitismo ramplón instado por quien debería ser ejemplo de actitudes y decisiones: el presidente de la República.

Pero a mayor conflictividad, más empeño del desgobierno por fustigar al país desde las instituciones. Pasando por la familia, la escuela y las comunidades. La violencia ha sido el ingrediente que mejor ha utilizado a los fines de infundir miedo, azuzar conductas que van contra las libertades y provocar expectativas que difieren de las esperanzas propias de quienes anhelan la democracia por todos los medios. Ya los resultados comenzaron a enturbiar el promisorio futuro que en otrora se animó en el fervor de los venezolanos. Hoy, lejos de ese constructivo pasado, el desgobierno dedica esfuerzos no a sembrar petróleo, sino muerte.

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