¿Anti qué? |
Escrito por Víctor Maldonado C. | X: @vjmc |
Lunes, 16 de Noviembre de 2009 19:39 |
En los últimos días sectores de la sociedad democrática han estado intercambiando acusaciones sobre cuáles de ellos representan la esencia de la política y cuáles están desatando las tormentas destructivas de la división y de la crítica.
En el medio del debate hay una organización y una circunstancia que han exacerbado los ánimos. Se trata de la mesa de la unidad, que ha devenido en el bunker de los partidos políticos y las elecciones del próximo año. Para nadie es un secreto que del espectro oposicionista los partidos políticos solamente representan una minoría exigua, pero absolutamente indispensable para enfrentar el reto autoritario. Son necesarios pero lamentablemente insuficientes. Hay un mundo variado y disperso de opiniones, predisposiciones y prejuicios que van desde la extrema derecha radical hasta lo que el pueblo ha dado en llamar el chavismo light, a punto de saltar la talanquera y que solo exigen como condición que se les de razones y argumentos para replantear su posición ante el país. Cuando uno se pregunta cuales pueden ser los elementos aglutinadores del espacio sideral de la sociedad democrática son condiciones indispensables un discurso consistente, una visión de país contrastable, transparencia, reconocimiento de los liderazgos regionales y apertura hacia la participación. De eso se trata la crítica al anterior régimen de partidos. Que allí donde antes había cenáculos, componendas y arbitrariedades, ahora haya claridad y apertura. Que allí donde operaba el dedo alfarista, ahora haya respeto por la trayectoria y desempeño de un país que se resuelve en las regiones, y que ahora está dando una batalla inmensa por desasirse del centralismo autoritario y asfixiante que representa la suprema voluntad de Chávez impuesta hasta el último militante de su partido. Entonces no se trata de hacerle la vida cómoda a los partidos políticos, ni de jugar a la telenovela de sus desencuentros. Se trata de hacer una revisión realista de lo que hasta ahora han hecho, de lo que efectivamente están en la disposición de hacer, y lo que les está exigiendo la sociedad aquí y ahora. Esta sociedad está sufriendo de la enfermedad del abatimiento. Aparte de las actitudes heroicas de Ledezma y Pérez Vivas resulta ofensivo el silencio administrativo del resto y la evidente falta de solidaridad que a menudo demuestran entre ellos. El país está exigiendo un revolcón político, pide ser convocado a participar en su renovación y a la constitución de un liderazgo de relevo que se legitime en el reconocimiento de las bases. El país está exigiendo igualar las expectativas con las prácticas. No se puede luchar contra la opresión y el autoritarismo de Chávez, utilizando lo más detestable de sus conductas. ¿Qué es jugar a la antipolítica? Es negarles a los venezolanos la oportunidad de involucrarse en la construcción de una nueva conducción, y tratarlos como menores de edad incapaces de tomar una decisión más sensata que la de un grupo de notables, elaboradores profesionales de listas de botiquín en las que se reparten nuevamente cargos y prebendas. Aquí todo el mundo sabe quiénes son expertos en repartir cargos inexistentes de gobiernos gaseosos, distantes del pueblo y ocasionadores de los traumas sociales que nos distancian una y otra vez de la victoria democrática. No hay forma de entender a la antipolítica como la exigencia hecha a los partidos políticos para que se abran a las demandas de la sociedad democrática, que quiere elecciones primarias y la constitución de una tarjeta única. Nos guste o no, nos parezca inconveniente o no, ese es el espacio de posibilidades que hay que negociar con la mostrenca clase media venezolana. Hannah Arendt, la primera pensadora que habló de la antipolítica determinó que la política debía tener un significado social que la hiciera útil. El sentido de la política es la libertad. El contrasentido de la política es la violencia “toda acción que destruya el espacio de relaciones entre la gente”. Diría yo, todo intento de imponerse a los demás, satanizando las opiniones y reduciendo la vida en común al prejuicio totalitario. Por eso es que los que escupen esa palabra contra los que quieren un revolcón de nuestras posibilidades son los viejos bufones descritos por Kolakowski, engalanados como sumos sacerdotes, pontificando sus verdades contra los demás. Prevengo contra tantas vestiduras rasgadas y me sumo a la última consigna de Rómulo Betancourt: ¡Adelante por encima de las tumbas, adelante!
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