Las realidades no pueden controlarse sólo desde la palabra. Sobre todo, cuando configura un discurso fallo de significado. Pero además, de contenido y alcance. Es lo que sucede cuando el desconocimiento caracteriza momentos incitados por el populismo que ha definido buena parte de la historia política contemporánea, con denigrantes resultados que han expuesto ingentes desarreglos en todos los ámbitos.
Es el mal que mayormente ha deformado esas mismas realidades que pocas veces se entienden y poco se atienden. Tanto, que tales situaciones tienden a pervertirse. Aunque contradictoriamente, se presumen enteramente construidas, lo cual sirve de ramplona razón para enarbolar criterios de gobierno que si bien pueden mostrarse congruentes, no son más que meras alusiones dirigidas a encubrir la incapacidad traducida en gestión pública. Pero que en verdad, recrudece problemas y genera otros más insidiosos.

Venezuela es patético ejemplo de ello. El gobierno entró en una fase de declinación por no revertir embates de tal naturaleza. El militarismo retrógrado, incompatible con los postulados del desarrollo democrático, ha devenido en francos atrasos que, contrario al espíritu despótico gubernamental, ha alentado voluntades que buscan reivindicar derechos fundamentales y libertades políticas esenciales.

El discurso vacuo del pretendido socialismo, no convenció ni siquiera a la militancia afecta al gobierno. Lejos de motivar un trabajo que determinara la recuperación del país en aras de sus necesidades, se trabó por causas mezquinas que embotaron planes de crecimiento.

Hoy, el país luce desguarnecido en todos sus frentes. Más, en lo concerniente a su andamiaje físico. Paradójicamente, su contracción apunta a exaltar un devenir entre mulas, velas y totumas.