Qué pena con el desarrollo |
Escrito por Eduardo Semtei |
Lunes, 21 de Septiembre de 2009 06:26 |
![]() Viví algunos años en Nueva York, cuando estudiaba cuarto nivel en New York University, fue una experiencia totalizadora. Sufrí al venir lo que muchos de mis amigos profesores o investigadores con maestrías o doctorados en Estados Unidos, Europa o Japón suelen llamar "el síndrome del posgraduado". Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que sólo viviendo en aquel país pude conocer exactamente lo que era el subdesarrollo. No se puede entender el rezago social, económico, político o simplemente el atraso si no se ha tenido oportunidad de visitar un país avanzado, del primer mundo. Lo llaman el síndrome en virtud de que la aplastante mayoría de quienes tienen la bendición de vivir en una nación del primer mundo sufren un colapso nervioso, un shock traumático cuando recuerdan que las calles pueden ser limpias, los baños públicos decentes, que en los mercados las papas, las zanahorias y los tomates parece que los lavaran uno a uno. Las carnes están bien presentadas y empacadas. Nadie toca corneta, hay obediencia en los semáforos y cruces peatonales. No se ven precisamente niños abandonados haciendo de malabaristas en las esquinas. No hay ranchos miserables ni centenares de personas en el abandono total. No se ven policías por doquier, ni militares. Los mercados repletos de miles y miles de productos. Las tiendas llenas de mercancías, todas las calles perfectamente alumbradas. Los parques bien cuidados, llenos de flores, arbustos y árboles frondosos. Las plazas con bancos, estatuas, inmaculadas. El síndrome del posgraduado se presenta precisamente cuando desembarcamos en Maiquetía con el miedo de que nos abran las maletas y nos roben. Cuando llegando vemos desde el avión la pobreza, las tierras baldías, los ranchos, el desorden. Cuando empezamos a subir por la autopista y nos encontramos una cola infernal, dos, tres y hasta cuatro tramos en reparación. La pobreza se nos presenta de golpe, nos abruma. Y en materia política, gubernamental, sabemos que en Francia, España, Japón, Grecia los poderes públicos funcionan. El Ejecutivo siente el control del Legislativo. El Poder Judicial es un gigante, un coloso, que vigila el comportamiento ético y moral de la sociedad, del gobierno y de los individuos. Los militares son institucionalistas en su mayoría. Ese síndrome golpea salvajemente, nos hace preguntarnos las razones por las cuales un país como Venezuela, lleno de recursos, de riqueza, de historia, de gente trabajadora, se encuentra tan distante del desarrollo, en una brecha que lejos de disminuir se ensancha. Si bien la llamada cuarta republica terminó desgastando la fibra moral de la patria, la quinta parece superarla en males y maldiciones. Miles y miles de millones de dólares botados en regalos, dádivas y pendejadas como esa de venderle gasoil barato a nacionales de Inglaterra y Estados Unidos. Una carrera armamentista que ronda los 25 millardos de dólares. Una viajadera descarada en una promoción enfermiza. Una corrupción espantosa. Inflación alta, depauperante y persistente. Fracaso en viviendas. Un sistema hospitalario que nunca termina de enderezarse. Economía sin inversión. Represión policial. Criminalización de la protesta. Una educación problematizada. Un Poder Legislativo sin autoridad. Un Poder Judicial esclavizado. Una Contraloría General alcahueta y vergonzosa. Un Poder Ejecutivo hipertrofiado. ¿Qué hicimos, Señor, qué hicimos? Pero, sobre todo, ¿qué debemos hacer? Fuente: El Nacional |
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