Un pequeño gran problema
Escrito por Francisco Gámez Arcaya   
Lunes, 30 de Enero de 2012 17:09

altA todos los venezolanos, pero especialmente a aquellos venezolanos que gobiernan, nos gusta mucho hacer disquisiciones etéreas sobre los interesantes y oscuros orígenes de nuestros males o sobre las truculentas maquinaciones de terceros que contribuyen a éstos. Todas esas teorías resultan siempre muy elevadas de nuestra compleja realidad, inalcanzables por su lejanía y gestionadas por gente sin nombre. Así, vemos que hay temas del “acontecer nacional” sobre el origen esclavizador o esclavizado (según la posición) de nuestra colonización, causa originaria de todo el desastre; o sobre las peripecias del imperio por apoderarse de nuestro petróleo, y por consiguiente (obviamente) de nuestra soberanía; o tal vez sobre las conspiraciones que se gestan en salas situacionales que, escondidas en sótanos y operadas por genios, planifican nuestras desgracias.

Hoy quisiera interrumpir ese esfuerzo intelectual para reflexionar un poco sobre algo cotidiano, cercano y no menos importante de nuestra realidad concreta. Tal vez, caminando de tema en tema lleguemos algún día a un sitio real y palpable. Hoy dedicaré estas líneas a la anárquica, folclórica e indescifrable manera que tenemos los venezolanos de señalizar y ubicar nuestros inmuebles.

Tengo en el baúl de mis recuerdos infantiles una movilización emprendida por el Centro Simón Bolívar que consistió en eliminar cuanta hiedra y matorral se interpusiera a los fines de colocar en las paredes unos carteles blancos, metálicos y rectangulares, de borde verde, que indicaban al transeúnte el nombre de la calle y el sector en el que se encontraba. Confieso que hago mención del Centro Simón Bolívar no por un alarde de memoria, sino porque aún existen utilísimos pero escasos sobrevivientes de dichos carteles, en cuyo borde inferior aparecen las ya desgastadas siglas CSB.

Resulta evidente que el nombre de las calles e inmuebles de Venezuela refleja ciertos aspectos de la personalidad colectiva de los venezolanos. El “sistema” utilizado para nombrar las calles, dependiente del caprichoso poder de turno, y el “sistema” utilizado para nombrar los inmuebles, dependiente de los sentimientos de sus dueños, presuponen que el ciudadano debe conocer a priori la ubicación de todo, a los fines de prescindir, paradójicamente, del referido “sistema”.

En resumen, los venezolanos no podemos escribir una dirección absolutamente autónoma en dos breves líneas. Toda dirección debe venir acompañada de una explicación llena de referencias, atajos y datos complementarios o del conocimiento previo tanto del remitente como del mensajero.

Si pudiésemos algún día ser capaces de decir: Av. Luis Roche, No. 45, Altamira, Caracas, poco importaría si el sitio en cuestión queda antes o después de la Plaza, al lado de una panadería (posiblemente ya cerrada pero todavía vigente como punto referencial) o luego de la casa que es o fue de alguien conocido. Con esa brevísima dirección, no haría falta recorrer los más de dos kilómetros que componen la conocida avenida caraqueña, descifrando nombres de pila cuasi-bautismales escritos en todos los tamaños y caligrafías posibles y muchas veces bloqueados por árboles o vayas o rejas electrificadas. Bastaría con determinar la secuencia de los números de cada inmueble y seguir su aumento o disminución inexorable hasta llegar al destino deseado. Así de simple.

Con un cambio de esta naturaleza podríamos contar con un eficiente sistema de correos y un tránsito automotor más fluido, dedicando el tiempo ahorrado al análisis de los interesantes y oscuros orígenes de nuestros males o de las truculentas maquinaciones de terceros que contribuyen a éstos.

@GamezArcaya


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