Creer para ver
Escrito por Milagros Socorro (periodista)   
Domingo, 20 de Noviembre de 2011 08:41

altLa publicidad de Benetton, basada en fotomontajes en los que se ven con inquietante veracidad a figuras de la política trabadas en un beso en la boca,

pese a sus conocidas diferencias, no es mentira.

Como no es mentira el ascenso a los cielos de Remedios la Bella en Cien años de soledad (Gabriel García Márquez, 1967). "Fernanda sintió que un delicado viento de luz le arrancó las sábanas de las manos y las desplegó en toda su amplitud. Amaranta sintió un temblor misterioso en los encajes de sus pollerinas y trató de agarrarse de la sábana para no caer. En el instante en que Remedios la Bella empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios la Bella que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria". Esto no es falso, como podría serlo, pero tampoco es técnicamente verdad. Es ficción. Es arte.

En el caso de la campaña Besos Imposibles, de Benetton, las imágenes no son mentira, nunca se presentaron como verdad.

Son una provocación, una audacia, un ardid publicitario, pero no mentira porque, aun cuando tengamos ante nosotros la evidencia de la caricia entre esos titanes de la malquerencia, sabemos que eso no ocurrió ni va a ocurrir. Al menos, no con los ojos tan tiernamente cerrados.

Vemos y no creemos. Porque manejamos una información, porque tenemos una cierta conexión con la realidad, porque somos conscientes de que el fotomontaje existe desde hace unos cuantos años y que ha alcanzado altas cotas de eficiencia. Pero, sobre todo, porque no estamos dispuestos a dejarnos engatusar por el primero que venga a convencernos de que el Papa y el imán de El Cairo, Ahmed Mohamed, fueron sorprendidos en pleno lance romántico. Tampoco por el segundo ni el tercero somos dueños de lo que creemos, por convincente que sea el testimonio en contrario.

Esto nos deja frente al hecho de que la verdad y la mentira están suspendidas en un lecho gelatinoso: ya no se cree lo que se ve.

Ahora se ve lo que se cree. Esto deja un margen para el oportunismo: se ve lo que se quiere creer; y, a su vez, esto puede conducir a la perversión: se ve lo que se justifica, lo que se tolera, lo que se permite, aunque cuando lo justificado sea una canallada.

Y eso es lo que viene ocurriendo en Venezuela.

Entre nosotros ha habido una sistemática manipulación de las imágenes mentales, históricas, jurídicas y políticas. El régimen ha faltado a la verdad a sabiendas. Más aún, es una máquina de falacias. Y sus cómplices han adherido las falsedades del aparato de propaganda chavista en plena conciencia de su adulteración de la realidad con fines de ejercer el control de la sociedad e instaurar un sistema totalitario, mediante los abusos contra muchos venezolanos.

Las fotografías de Benetton no son farfulleras precisamente porque son tan realistas que no dejan margen a la duda. Quizá si mostraran a las estrafalarias parejas en un matorral intercambiando lo que parecieran piquitos, pero no se ve muy bien Pero sabemos que no es nada de eso porque nos lo presentan como que sí es. No creemos en lo visible.

Las masas venezolanas pactaron con Chávez, un embustero patológico, de quien ahora hemos venido a enterarnos, por su médico, el doctor Navarrete, que tiene sucesivos episodios de disociación. Y, sin embargo, muchos se han hecho cómplices de un entramado de mentiras montado sobre la desinformación, el secretismo, las medias verdades, las omisiones culposas y la abierta mentira aberrante. Como dice Hannah Arendt: "Las masas modernas: no creen en nada visible, en la realidad de su propia experiencia, no confían en sus ojos ni en sus oídos, sino solo en sus imaginaciones".

Esa estupidez, cuando no villanía, ha permitido la progresiva destrucción de Venezuela y constituirá un enorme peso para las próximas generaciones. Más les valdría confiar en la veracidad de esos besos.

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