La soledad del manager
Escrito por Andrés Cañizález   
Sábado, 12 de Noviembre de 2011 08:21

altEn estos días postreros del 2011, un año a todas luces sorpresivo en materia política en Venezuela, se me ha venido a la cabeza el título de la novela de Manuel Vásquez Montalbán como reflejo del ejercicio actual del poder en nuestro país.

Tuve el privilegio de conversar con Vásquez Montalbán en La Habana, cuando un aluvión de periodistas y buscadores de historias llegaron a Cuba para presenciar lo que en toda ley serían los días finales de Fidel Castro. El veterano dictador caribeño había aceptado recibir al Papa Juan Pablo II en una histórica visita y no pocos analistas lo veían como preludio de los cambios que vendrían. No en balde el Papa polaco había tenido también papel relevante para apoyar las transiciones postcomunistas de Europa del Este. Hace pocos años este autor español falleció mientras viajaba por Tailandia pero nos dejó, entre otras tantas obras, una suerte de diálogo a dos voces sobre el presente y porvenir de Cuba titulado Y Dios entró en La Habana. Como es sabido, Juan Pablo II murió sin ver los cambios en Cuba, Fidel Castro dejó el poder pero su hermano Raúl lleva con mano de hierro una muy suave transición político-económica, con el apoyo financiero de nuestro gobierno.

Volvamos a La soledad del manager.

En esta novela, Vásquez Montalbán construye una historia sobre el poder. Es la historia de un asesinato, como debe ser, puesto que se inscribe dentro del género de novela negra. Un hombre aparece muerto con unas pantaletas de mujer en el bolsillo, ante esto la viuda encarga la investigación del caso a un "huelebraguetas" gallego, un detective privado de complejo pasado: aparece en escena el inolvidable personaje Pepe Carvalho. Lo que parecía ser un ajuste de cuentas sexual se convierte en un ajuste de cuentas político que tiene como fondo la sociedad española a medio camino entre la muerte de Franco y el intento de consolidación democrática. Se trata a fin de cuentas de una transición política.

Acá llegamos al punto central del período que estamos viviendo en Venezuela.

En el país está en marcha una transición y eso no es sinónimo, necesariamente, de un triunfo electoral de la oposición, ni menos de que se esté deseando la muerte del mandatario. Un signo distintivo, producto de la enfermedad del presidente Chávez, ha sido el cambio en la forma en que se ejerce simbólicamente el poder.

Durante más de una década tuvimos a un mandatario que se distinguía por la presidencia mediática, así lo evidenciamos en una investigación doctoral desarrollada en la Universidad Simón Bolívar. El presidente Chávez, con sus largas y repetitivas intervenciones televisivas, estuvo consolidando un modelo de gobierno que tenía como pivotes dos aspectos: su propio personalismo y una alta exposición en medios, especialmente la televisión por la conexión cercana que este medio permite tejer con las audiencias.

Con estas prácticas en el ejercicio del poder se fue desdibujando el papel de ministros y altos colaboradores. Simbólicamente eran presentados como meros mandaderos, quien en realidad tomaba todas las decisiones era el Presidente. Los ministros le rendían cuentas ante el país de decisiones que también se habían tomado en vivo y directo. Esta presidencia, grosso modo, en materia de políticas públicas, desarrolló una dinámica que denominamos de decisionismo mediático. Las distintas facetas que componen, clásicamente, una política pública terminaron reducidas a dos ámbitos: el diagnóstico del problema (hecho por el propio jefe de Estado) y el anuncio de políticas, generalmente asociadas al desembolso de fondos para obras, planes, misiones, etcétera. Con el fuerte personalismo que ha caracterizado a este gobierno, lógicamente, los anuncios, la entrega de plata, la protagonizaba directamente el mandatario. Se borró de la práctica oficial la evaluación y medición del impacto de los proyectos.

De unos meses para acá nada de eso caracteriza la dinámica gubernamental. El Presidente habla por aquí, por allá, cuida su salud y por tanto no se encadena largamente, tampoco ninguno de sus colaboradores se atreve a lanzarse una cadena. El programa ícono de la gestión comunicacional, Aló, Presidente, desapareció y no hay versión oficial de cuándo volverá al aire; en caso de que vuelva a salir, muchos dudan que tenga la larga duración de otrora.

Hoy lo que tenemos es a un jefe de Estado recluido en el Palacio de Miraflores.

Está solo, en la medida en que no puede salir a encontrarse con las masas, con el pueblo. Los otrora mandaderos ahora deben dar la cara públicamente, pero ninguno de ellos tiene la estatura de vocero público de alto nivel, salvo ­debe decirse­ Nicolás Maduro. Si nos guiamos por las protestas, el descontento está creciendo. No lo protagoniza, por cierto, la oposición. Muchos de los que han creído en sus promesas quieren decirle directamente al Presidente lo que no se está haciendo, contarle de los anuncios que sólo se quedan en eso. Pero el manager está en su soledad.

TC


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